Conversando con la tarde y con el viento -artículo publicado en Ideal Sierra Mágina, noviembre de 2018-


De un momento a otro espero tu llegada, pues de repente, un perfume mohoso y ligeramente agrio ha venido a bailar con mi alma. En la plaza, tu remolino de hojas y polvo se rebrinca hasta mi reja, mientras arriba, allá a lo lejos, en las alturas de Mágina, una capota hecha de lívidas nubes de esponja, te anuncia. Te estaba esperando, ya impaciente por tu tardanza, y me dejo hacer por eso, dándote cancha como si me hubieras sorprendido, como si ya no recordara el temblor de los besos deshaciéndose en tus labios color russian red. ¡Me alegró tanto tu regreso! ...tu resuello que casi había olvidado, con su revoloteo de pájaros: todos los pájaros de Mágina resguardados de nuevo en su chopo gordo y frondoso; su árbol guarida, bajo el que, mientras entretienen la tarde con un gusano en el pico, observan los parlamentos sin hilo, las conversaciones sin prisa de las gentes del lugar.

Al poco, cuando aún no se han acomodado las últimas avecillas renegridas, resoplas en sus alas y en mi cara, y parece que te estoy oyendo: “que estoy aquí, que tengo tantas ganas de hablar contigo...”. Y me lo dices, mientras vuelves a empujar el fuelle que todo lo mueve y alborota, primero levemente, en un murmullo que después se hace grave y grueso, traqueteándolo todo, hasta conseguir incluso, que tu canción repique en los cristales ese ritmo tuyo de bolero con el que avanzas bailando hacia el invierno.

Te observo desde la ventana, todavía cauteloso con tu juego, a sabiendas que, si me engancho a tu soniquete vespertino, me pongo ñoño y ya no hay exorcismo que me regrese a la luz de los optimistas. Así que leo lo primero que encuentro, y me topo con esta noticia: “El 30% del territorio español concentra el 90% de la población”. Vuelvo mi cara de nuevo hacia ti, que estás ahí fuera con tu cuchicheo incesante, queriendo decirme algo, precisamente hoy que solo quiero que bailemos: tú con tu fuerza; yo con mis ojos, siguiendo entretenido tu danza de hojas, polvo y chiquillos jugando a la pelota. Regreso entonces a las noticias, para comprobar que los hados, con toda clase de malas artes y argucias cicateras, se están esmerando sobremanera en desalinear al resto de planetas con la tierra. Leo el siguiente titular: “Los bancos también emigran del mundo rural”.

Ya no te miro, aunque tú me demandes desde tu parafernalia: una pasarela otoñal con la cadencia melancólica y adusta de este atardecer, donde desfilan hasta los árboles. Pero mi mirada, cansada de leer estas noticias, como en un mal sueño, se ha perdido entre los monstruos que habitan el paisaje del futuro; un paisaje nocturno, lleno de ruinas, donde solo habitan viejos y “zábilas” -sábilas o aloe veras-. Un lugar fantasma que limita al norte con una ciudad llena de luminosos que anuncian empresas y bancos, mientras, hasta las lindes del sur, llega el eco de una fiesta con sus efluvios de vino y de mar. Seguramente, este debe ser el sueño de la razón, que sigue produciendo monstruos muy parecidos a los que pintó Goya.

Me llamas entonces la atención, para que regrese a nuestra conversación, y compruebo que la realidad es solo una premonición de mi pesadilla futurista. En la tarde de Mágina, los juegos de los niños apenas son un murmullo, y no porque no solivianten ni griten, sino porque escasean; ya son seres en vía de extinción en nuestras plazas. En sus bares ya no quedan jóvenes; solo viejos y desocupados que, entre faroles y envites, se sientan en las mesas junto a sus ventanales. Y los bancos, reconvertidos y reducidos a la mínima expresión, abren en días alternos para decidirte la agenda: los lunes al sol del dinero, los martes a la sombra de las medicinas y los miércoles Dios dirá.

De pronto, llega hasta la plaza un 4x4 conducido por un joven, que aparca bajo mi ventana. Detiene el motor, se baja y enciende un cigarro, mientras se queda apoyado en el capó. Su vestimenta lo delata, pues seguro que viene del campo, y que tal vez ha estado regando, o quizá espestugando –si nuestro joven es de Albanchez, Bedmar, Bélmez, Cabra, Jimena, Jódar o Torres-, eschuponando –si es natural de Cambil, Campillo, Cárcheles, Larva o Huelma-, esvaretando -cuando viene de La Guardia o Mancha Real- o esmamonando si lo ha hecho en un olivar de Pegalajar.

Te vuelvo a ignorar, mientras pienso en él y en cómo será su vida, que seguro que mejor de lo que había esperado aquel día, cuando, echado en el capó de su todoterreno, mientras se fumaba un cigarrillo, decidió, entre las idas y venidas, conversar con la tarde y con el viento -ahora me arranco, ahora me quedo con sus arrumacos y sus envestidas-, y que tras escucharles los pros y los contras, optó, como otros muchos, por quedarse a vivir en Mágina, donde las escuelas no se cerraron y los bancos nunca se fueron.      
 



Comentarios

  1. Precioso Juan, que bella forma de describir la llegada del otoño rural, en el sentido real y el figurado,al sur de la gran ciudad y al norte del mar lleno de vida.
    Enhorabuena, un abrazo

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  2. Excelente artículo,Juan.Tu dominio del lenguaje, el vocabulario que utilizas,engancha al lector.Reflejas la realidad;es cierto en las tardes de Magina,los juegos de los niños escasean.Las nuevas tecnologías? Es posible. Me quedo con tu mensaje de esperanza, como la que muestra ese joven,que,a pesar de todo,opta por quedarse a vivir en Magina. Un abrazo

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  3. Precioso articulo, me ha trasladado a uno de esos pueblos que nombras. Gracias

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  4. Juan excelente artículo que refleja la realidad de la vida en los pueblos rurales. Ojalá y algún día vuelva la vida a eso maravillosos pueblos

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