Matarilerilerile -Artículo de Ideal Sierra Mágina, septiembre de 2019-
Aquí
andamos, atrapados en un bucle preapocalíptico donde el mar amenaza con
vomitarnos un tsunami de plástico con toda la porquería que nuestra
inconsciencia e inhumana irresponsabilidad arrojó a su fondo, al lado justo de
las llaves «matarilerilerile». El último zarandeo medioambiental nos lo
ha dado la ONU, instándonos a reducir el consumo de carne para frenar el cambio
climático. Mientras tanto, nosotros, como dice la canción de Jose Ignacio
Lapido, marcamos prefijos equivocados en nuestra necesidad por hablar con Dios.
De momento, el
moribundo no reacciona y apenas si se da por aludido, inmerso en ‘su mundo
feliz’, como ya nos anticipó en su novela Huxley. Todo el entramado resulta un
engranaje en apariencia bien lubricado, donde la producción va rodada de la
mano de unos individuos que permanecen embriagados por una falsa e ilusoria
felicidad; ciegos en su hedonismo, donde no cabe la verdad, ni tampoco la
belleza.
Dirigiéndolo
todo, un poder cada vez más globalizado, se las va componiendo para poner al
frente de los diferentes Estados a los más patanes, a los más grotescos, pero
también los más temerarios e inconscientes, dispuestos a ejecutar al ‘planeta
azul’ sin tan siquiera pestañear; y esto ya no es una distopía imaginada por la
mente calenturienta de un novelista, sino la cruda realidad, pues como dice
Pérez Reverte, primero nos mandaron los ricos, después los resentidos, por
último los estúpidos, aunque sospecho que, a estos, como a los anteriores,
siempre los han manejado los primeros: los poderosos.
Continuando con estos juegos distópicos, podríamos situar la acción de nuestro no tiempo justo antes de que todo nos estalle alrededor: en el momento en que los más precavidos habrían decidido huir de la saturación de las ciudades ya clasificadas por anillos de contaminación y se encaminarían hacia nuestros pueblos de Sierra Mágina envueltos en la dialéctica del discurso ecologista.
Primero lo harían
los pobres, cada vez más numerosos, al no poder vivir en las ciudades con
dignidad, sin posibilidad siquiera de pagarse el alquiler de una vivienda.
Emprenderían su camino bajo el disfraz de neo-rurales, de concienciados por la
supervivencia de los pueblos de nuestra comarca, con la misión de repoblarlos,
jactándose de la vida tranquila en el campo, sin parar de subir a las redes las
fotos de sus plantas de tomates. Aunque a nosotros, a los de pueblo de toda la
vida, a los -a mucha honra- paletos, no nos podrían engañar, porque, como dice
Alberto Olmos, si eres pobre, si no puedes vivir en
la ciudad dignamente y te vas a vivir cerca de la naturaleza, eres un
neo-rural. Vamos, lo que toda la vida se ha dicho un forastero, aunque el
individuo en cuestión lleve treinta años empadronado en el pueblo.
Y así, en un
tiempo venidero no muy lejano, Sierra Mágina llegaría a repoblarse, no solo por
neo-rurales e inadaptados de escasos recursos que el sistema habría terminado
por expulsar de la ciudad, sino también por la mayoría de paletos que nos
fuimos a estudiar o a trabajar a la ciudad y que pasamos con ello a ser de
manera automática madrileños, catalanes, valencianos, alcoyanos… y que ahora
regresaríamos a reclamar nuestra condición de paletos, que, en el fondo,
siempre habría estado ahí, porque nunca la habríamos llegado a perder del todo.
Incluso, los hijos de los señoritos, aquellos que solo venían por el pueblo los
veranos, restaurarían sus rancias haciendas y encalarían sus cortijos, tras
desempolvar en el Registro viejas escrituras de propiedad con las que
apostillar las triquiñuelas legales que terminaran desahuciando a los antiguos
colonos de sus abuelos y bisabuelos.
«Al final, se harían incluso con los montes, con los paisajes que vemos, hasta con el aire que respiramos» |
Por último, las
grandes corporaciones y los fondos buitres se encaminarían hacia la vieja
Mágina y hacia todos los otros lugares que antes ningunearon hasta casi su
extinción, con el fin de explotar al máximo y sacar los mayores réditos
posibles a ‘la vida sana’. Nos ofrecerían el oro y el moro para que
abandonáramos nuestras casas, nuestras tierras. Si no les vendiéramos en un
primer momento, se las arreglarían para cambiar las leyes y terminar por
despojarnos de todo lo nuestro. Al final, se harían incluso con los montes, con
los paisajes que vemos; hasta con el aire que respiramos.
Lo más triste es que todo este desvarío, este
desatino de despropósitos por el que nos lleva la imaginación, puede que esté
más cerca de la realidad de lo que parece a simple vista. Estrategias
mercantiles, previsiones económicas, exploración de nuevos mercados… sus
conclusiones podrían ser perfectamente la sinopsis de una novela o de un ensayo
al más puro estilo huxleyano o tal vez orwelliano, según si los consejeros de
las grandes compañías globales –dicen que los verdaderos jefes de los
políticos- se decidan por mantenernos a raya a
través de la distracción y el entretenimiento o, por el contrario, den un paso
atrás de mano de la represión violenta o la supresión de la información. Al fin
y al cabo, ellos, como buenos jugadores de ajedrez, ya saben cómo va a terminar
la partida, a lo que poco podemos hacer nosotros, simples peones del juego y
los primeros sacrificados para recibir el «matarilerilerón, chinpón», ¿o
es que acaso hay otro final?
Juan:Con la calidad literaria a la que nos tienes acostumbrados, describes una realidad,contaminación, innegable, pero ya en el plano humano, ante ese panorama tan oscuro que narras, hubiese preferido no ese "matarile"tan definitivo, sino un rayo de luz,de esperanza y confianza,en todos los que habitamos en esta tierra tan mágica, Sierra Mágina, de la que me consta te sientes orgulloso de pertenecer.Saludos.
ResponderEliminarLa verdad es que el panorama no es nada halagüeño y, aunque nos gustaría ser optimistas, nos lo están poniendo muy difícil.
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