El poblado -artículo de Ideal Sierra Mágina, marzo 2020-


¡Nos vemos en el poblado! 

La primera vez que escuché lo de poblado, así de viva voz y no en un documental de la Dos o en una peli de indios y vaqueros, me sonó a desprecio; como si el joven en cuestión se lo soltara a modo de reproche peyorativo al paisano que acababa de cruzarse por el Paseo de la Estación de la capital jiennense –no diré el pueblo del interfecto, póngase cualquiera de los municipios de nuestra Mágina-. Después, han sido innumerables las ocasiones en las que, no solo he vuelto a oír esa expresión, sino que la he visto escrita en las redes sociales. De hecho, a fuerza de costumbre, mi oído y mi vista han terminado por normalizarla, hasta el punto de encontrar en el tono de quienes la utilizan un toque despreocupado y cariñoso a la vez. 

—Es que como en el poblado, en ningún sitio. Te lo digo yo. 

Pero me sigue chirriando. A mi subconsciente le resulta del todo imposible borrarse de la cabeza esa imagen, porque está incrustada en las profundidades de mis recuerdos de televidente empedernido desde la infancia, donde aparecen una pradera sembrada de tipis de piel de bisonte y armazón de madera, con una hoguera en el centro, alrededor de la cual, un nutrido grupo de nativos americanos bailan en honor a Kokopelli, para que los frutos de los árboles sean abundantes, la hierba crezca frondosa y las mujeres encinta alcancen su gestación sin contratiempos. 

—Este es mi poblado; estas son mis raíces. 

Si me esfuerzo, en un ejercicio de abstracción, esa idea desaparece por unos instantes, aunque al momento está ahí de nuevo. Esta vez aparece reforzada y, para colmo, asociada a otra imagen más potente de esos mismos nativos de los Estados Unidos: poblado…reserva… Entonces, en un santiamén, mi febril imaginación construye un casino que, cual desierto de Mojave maginense, ubica en el Hoyo de la Laguna. Y no, no es para reírse, pues, según avanzan los acontecimientos, no sería descabellado que en un futuro no muy lejano las casas de apuestas proliferaran también aquí, en el centro de nuestros pueblos, donde las sucursales bancarias les están dejando numerosos locales vacíos; o que los olivares, abandonados a su suerte por falta de productividad –paradojas de la vida, justo después de que fueran declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO-, terminaran por ser arrancados, para dedicar esos terrenos al cultivo de, no sé… ¿marihuana?… No, Juan, mira que eres exagerado —me diréis-… ¡Ah!, que no; que eso solo le podría pasar al olivar de montaña, -el que por cierto es predominante en Sierra Mágina-, porque el resto de explotaciones, donde pueda entrar la maquinaria moderna, terminará en manos de los oligopolios y sus estrategias empresariales de cultivo intensivo.  



—Unos días en el poblado y me cargo las pilas. 

Todos tenemos interés en que estas cosas, o parecidas, no ocurran ni siquiera en nuestra imaginación; pero la sociedad de la prisa y del todo es para hoy no ha reparado en que, el consumo incontrolado, la codicia empresarial y la falta de planificación para el mañana no han logrado más que una desigualdad galopante y una injusticia ingente. Cada día crece, no solo el número de pobres, sino las diferencias entre estos y quienes lo tienen todo, aderezándose además con un impúdico colofón: la agonía y muerte del medio ambiente. Por eso, el sector primario, última víctima de este despropósito general, ya no puede más y se ha visto obligado a gritárnoslo al resto. Si no empujamos los de a pie, ni políticos, ni sindicatos, ni organizaciones empresariales; nadie arreglará el desolador panorama existente, donde la ruina de los agricultores y los ganaderos es solo el principio. 

Hay que escapar del poblado. 

Porque, a ver, los jóvenes inventores de eso del «poblado»: ¿me podéis decir qué significa para vosotros «primario»?… Tal vez os suene a primitivo, arcaico, viejuno, muermo, pantalla pasada, la bicha, el lagarto, lo innombrable…cuando en realidad está más relacionado con términos como lo primero, lo principal, lo primordial, lo imprescindible…la base de la pirámide sobre la que se sustenta todo lo demás; la materia prima necesaria para que la industria tenga qué manufacturar; el sector responsable de cubrir nuestra necesidad más básica, que es comer, sin el cual, sería imposible nuestra existencia, por muchas danzas que le ofreciéramos a KokopelliManitú…o por muchas oraciones que le dedicáramos a la Virgen de la Fuensanta, al Señor de la Vida, al Cristo de la Misericordia, a Nuestra Señora de Cuadros, a la Virgen del Rosario, a la de la Cabeza, a la de las Nieves, a Nuestro Padre Jesús de la Columna…o a todos juntos. 

Pues eso, que nos vemos en el Poblado.

No me cansaré de decirlo: por mucha tutela y patrocinio europeo, y por mucha protección de precios mínimos y elaboración de una legislación que instrumentalice la comercialización y sancione la venta a pérdidas, el olivar tradicional ha de aprender de una vez por todas a venderse, poniendo en valor sus virtudes, su peculiar idiosincrasia. Porque «tanto tienes, tanto vales» y, Sierra Mágina, junto al resto de comarcas olivareras, ha de reinventarse una vez más, reivindicando sus propios valores añadidos, que están ahí, en su misma esencia. De lo contrario, Jaén terminará convirtiéndose en un triste «paraíso interior» de bonitos poblados, muriendo de desolación en mitad de una reserva de sesenta millones de olivos. 

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