El nono —Cuento de verano para Ideal Sierra Mágina, agosto 2022—

   Se miraba sin mirar, con el ojo puesto en todo y en nada, como el tímido ademán que distinguía a las gentes de Bélmez: parcas vestimentas incluso en fiestas, mesura en el saludo —ni tan alegre que pareciera impostado, ni tan cauto como si faltara resuello— y andares decididos, pero sin prisas; con la mirada más desviada que perdida por esos campos donde la mies amarilleada y la vid polvorienta cedieron al centelleo meridiano de los olivos que se derramaban por las lomas, y a los verdes y bruñidos melocotoneros desperezándose en el atardecer de las huertas.


  En este lugar y en aquel tiempo —que fue digno y meritorio, pero con miserias que tapar y mojigatería de la que avergonzarse— nació un personaje singular; de esos que ni pretendiéndolo saben pasar desapercibidos. Su nombre era Antonio, aunque todos lo conocían por el Nono. Un tipo distinto, con la capacidad y el ingenio precisos para sacudirte la jindama y sacarte los colores. Lo bautizaron así en honor a su abuelo materno: Antonio Romano, Rifa, dueño del único salón de baile existente en el pueblo; lugar de alterne y auténtico hervidero social durante la primera mitad del siglo XX, donde el pequeño Nono veneraba a su abuelo por encima de todas las cosas. Años después, mientras amenazaba tijera en mano con un trasquilón o barría compulsivamente el suelo de la barbería que regentaba, siguió hablándole a su clientela de las mágicas noches del Salón de Rifa.


  La barbería del Nono… Sabías cuándo llegabas, pero no cuándo te marchabas. Podías pasarte la mañana con el pelo a medio cortar, ojeando fotos de señoritas con peinados imposibles en el sillón giratorio, mientras él, parapetado tras la cortina, acechaba a alguna vecina que le negociara berenjenas donde los Talentos, o cuarto y mitad de almejas en el puesto de Manuel el Pregonero —no había en el mundo nada mejor con qué darles empaque a los andrajos—. Aquella peluquería que aireaba antes de cada jornada con ceremoniosidad: persianas arriba, visillos corridos y puerta de par en par, para blanquear de malas sombras espejos de ribetes dorados y retratos con moños rococós.


  Su voz afillá surgía como una sonanta aflamencada tras el restallido de sus tijeras, llevándote de un fuerte pisotón al pedal hidráulico, seguido de un par de vueltas al sillón, hasta las puertas del salón del abuelo Rifa: aquel maravilloso cuarto de juegos para él y sus hermanas desde que quedaron todos bajo su protección tras la muerte de su madre.





  El padre del Nono, Ángel Vela, aún continuó unos años en el negocio familiar. El nuevo establecimiento para la temporada de verano junto al Nacimiento de la Moraleda fue bautizado como el Salón de los Parrales, precisamente en honor a las parras que Ángel armó con sus propias manos alrededor de la pista de baile. Cuando ya tuvo edad, el Nono ayudaba en la taquilla, lo que no le impedía pasar la noche alardeando de sus contrastadas dotes de bailarín. Lo contaba sujetando con pericia el peine a su oreja; dibujando a la clientela los pasos del bolero, los giros del foxtrot, mientras la lumbre de sus ojos lo espoleaba a lanzar cabriolas de tijera con las que ilustrar sus relatos sobre jóvenes ardientes y bailes vigilados al son de polcas y pasodobles.


  La entrada costaba dos perras gordas. Las señoritas y sus «carabinas» —la madre, la tía solterona o la abuela— estaban dispensadas de pagar. Servían vino peleón, capaz de envalentonarle el ánimo al mozo más tímido y gaseosas efervescentes, para cosquillear las gargantas de las más pudientes mozas. En la planta alta, dos salones parejos con sillas de enea las menos y de esparto las más en las que se sentaban las señoritas mientras los caballeros permanecían de pie. Delante de los salones, un pequeño vestíbulo para la orquesta. El salón de la izquierda siempre estaba a rebosar, mientras el otro permanecía vacío, ya que se le había ido formando una comba en el suelo, inclinándolo visiblemente hacia la derecha; por ello, bailar en aquella habitación solía costar más de un resbalón.



  Un día, el Salón de Rifa enmudeció, mientras la sirena de Conservas LUMI sonó grávida: los emigrantes iban regresando a la par que las diversiones cambiaban. Para el verano, en el cine de Ramón, las parejas «pelaban la pava» aprovechando la noche americana de una del oeste. Para el resto del año, en el Salón de los Parrales, que desde que Rifa lo traspasó tuvo una parte cubierta, las orquestas mudaron en conjuntos yeyés, el foxtrot en rock and roll y el chato de vino se cambió por el cubata. También el Nono cambió, pero nunca dejó de fantasear con el viejo Salón del abuelo. Hasta montó una academia de sevillanas donde Bélmez, más cercana a la seguidilla manchega que al roneo flamenco, aprendió a mirar cara a cara y a cogerse del talle.


  Hace años que el Nono ya falta, pero siempre que paso por la puerta de su antigua barbería se me agarra al estómago un trasquilón de ternura. Últimamente ya no lo llamaba «Nono». Le decía: «¿qué tal Antonio?» Y él, siempre digno y sonriente, no alardeaba de achaques ni de batallas quirúrgicas, sino que me refería algún paso nuevo aprendido. Después, nos despedíamos sin más, aunque me hubiera gustado decirle: «gracias Nono por tus historias… gracias Nono por tu historia».

Comentarios

  1. Buena persona, por cierto,. Yo fui una de la primera tanda, para enseñar sevillana, que bien lo pasábamos, y que bien bailabA

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  2. Que ratito más bueno me has dado con la historia de nuestro paisano
    Nono Vela.. Recordando el Salón de los párrales. una preciosodad

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  3. Gracias Juan por darme esta oportunidad. Un ❤abrazo.

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  4. Yo conocí al popular NONO en los años 60 el me cortaba el pelo yo por aquellos entonces vivía en el cortijo del Alhorin,
    Era un gran por aquellos entonces se decía Barbero, ya era en aquella época un peluquero muy vanguardista por su condición sexual, una gran persona, pero entonces no estaba muy bien visto tener esa condición sexual por el régimen que vivíamos las cosas eran así, también conocí a su hermana Paquita que nos hacía el pan en el Salto casada con Baltasar el mellado.tengo que decir que no soy nativo de Belmez, pero amo a Belmez y a su gente tengo muchos recuerdos buenos de allí que jamás olvidaré y cada vez que puedo lo visito . Conozco mucha gente de allí y aún conservo amistades.
    Tengo la foto del NONO CUANDO LE HICIERON EL HOMENAJE . Cuando yo lo conoci aún no bailaba públicamente, pero si se entonaba le gustaba la copla y lo hacía bien. Que DEP olé olé el mono . También conocí a su mujer CONCHI.
    Viva Belmez de la Moraleda. ❤️❤️❤️❤️❤️👏👏👏👏👏👏👍👍👍👍🤗🤗🤗🤗🤗



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  5. Gracias, Juan me has hecho pasar un ratito muy agradable, parecía era yo la que estaba con mi niño en los brazos y el Mono recortando el pelo ami hijo mayor, JoseMaria, cuanto encerraba su personalidad en tantos aspectos. Del Salón de los partsles de sus abuelos maternos Antonio y Francisca. Te agradezco esta muy buena velada, saludos y un abrazo a tu madre.

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  6. No yo no soy anonimo
    Me llamo Nony Fuentes Martinez.

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