Carta a mi yo de entonces —Artículo de Ideal Sierra Mágina, diciembre de 2022—

 Querido yo: 

Sé que no te va a sorprender mucho que te escriba esta carta desde tu futuro: ese tiempo del que te haces expectativas, que es a su vez mi presente y que no te pienso destripar —hacer spoiler lo llaman ahora, porque sí, la cultura yanqui sigue grabando su marchamo a fuego en nuestra dócil piel aborregada—. 


Mientras escribo, te imagino en aquel momento mío —este momento tuyo—. Siento cómo toda esa intensidad tuya se me mete de nuevo en mis desacostumbrados pulmones, provocándome un leve tambaleo con su cosquilla espumosa, reconfortante. Aquel color tuyo, ese color de todo lo que dices o callas, haces o eludes, era tanto o más bello que el color del cielo y tan diferente a cualquier cosa que hubiera olido hasta entonces. 


Nunca más he sentido eso mismo que ahora sientes mientras cierras los ojos y te quedas a la espera de que algo o alguien te abofetee con un poquito de ese todo de tus primeras veces. Pero por mucho que me esfuerce, que me abstraiga, nunca ha vuelto a ocurrir. Incluso en ninguna ocasión más he sentido ese impulso de meterme dentro de ti, sino que he permanecido dibujando caras tristes con la mente, a la par que un miedo irracional y apenas perceptible ahogaba mi pensamiento: «¿olvidará mi corazón aquel vuelco inundándolo todo? …» 

De momento, mientras agoto con innegable incertidumbre estos últimos días del año 2022 —cuando alcances estos instantes sabrás a qué me refiero—, se me ha ocurrido que no estaría de más mandarte unas palabras de aliento a ese tu tiempo antes mío. 


Hazme caso, no te comas tanto la cabeza con el destino. Te lleve donde te lleve, siempre te hará sentir como un pelele, jugueteando contigo en un zigzag errático por cualesquiera de los caminos que tomes. Luego sigue dejándote llevar por tu intuición: esa misma que te empuja a tomar una senda u otra, andándola para desandarla luego; porque seguirás dando bandazos durante toda tu/nuestra vida. Eso sí, no va a estar de más que establezcas unas normas mínimas de cortesía con quienes serán en algún momento tus compañeros de viaje. 





Ama a tumba abierta y sin freno como lo has venido haciendo hasta ahora. No te prives en estos menesteres del corazón por miedo al ridículo, al qué dirán; o te arrepentirás, te lo aseguro.  Sé consciente de que la aparente debilidad que supone abandonarse a los quereres es en realidad una verdadera arma de destrucción masiva de la sinsustancia y la ramplonería. No te eches a temblar cuando oigas sus pasos decididos por el pasillo; cuando sientas su reojo a tu espalda, leyendo con disimulo ese balbucir errático matinal tuyo. Así es cómo se convierte en tabú todo lo bueno que te merodea por una pretendida fragilidad que te apresuras a preservar de la intemperie.  


No tengas miedo y sigue dejándote llevar. Te lo diré una y otra vez: por mucho que lo enmascares con ese andamiaje de subtramas alrededor, por encima, por debajo y a través, tú siempre vas a reconocer el amor en el fondo de todo lo que hagas. Quién sabe —no te lo puedo adelantar, pues le quitaríamos la emoción— si tal vez mañana te atrevas a romper este techo de papel y palabras y te animes a ventilar la casa al menos, aunque siga invadiéndote la pereza con la sola idea de que después sería conveniente ordenar los trastos que has ido acumulando y, de paso, tirar el lastre que tanto cansancio te provoca al caminar y que vuelve errático tu paso; limpiarte ese barro seco de los zapatos de una vez por todas. 


Deberás hacerlo en silencio, sin darte golpes de pecho. Porque sentirás improcedente, tanto la ostentación de la alegría en público —esa autocomplacencia delante de todo el mundo te resultará vulgar y pornográfica—, como el andar arrastrando la pena por las calles, aunque no siempre puedas ocultar tu/nuestra tristeza. Es más, esa trascendencia que sientes revolotear, tanto en tus logros como en tus fracasos, es tu manera de rezar. 


Para terminar, y regresando a los caminos, aunque ahora no lo creas, algunos serán de vuelta. Ya les pasó antes a otros que también creyeron que bastarían unas piedras, unas muescas o unas cuantas señales hechas con tiza para desandar hasta quienes fuimos algún día ya lejano; como si el tiempo y la lluvia no fueran a horadar los sentidos y los recuerdos, puliendo las piedras de una memoria cada vez más escondida debajo del polvo y la maleza. A mí me ha pasado; para muestra esta carta que ahora te escribo.  


Pero descuida, llegará ese momento que te zarandee las entrañas con una repentina conmoción que te reviva, que nos reviva. Esa inconformidad que te llevará y que me llevó —como a otros muchos— a marcharme lejos, aunque siempre con la esperanza de que, al regreso, el ruido hubiera sido enterrado en alguna oscura gruta de las que tanto abundan en Sierra Mágina. Y aunque perdure la punzada golpeándote las sienes, no te quedes de brazos cruzados, pues habrá llegado el tiempo de darle sentido a los versos del poeta. En justicia, habrá llegado tu/nuestra hora.  


Sin más, en tu entonces y en mi ahora, que tengas/tengamos un feliz año. 




Comentarios

Entradas populares