La marca Mágina –Artículo de Ideal-Sierra Mágina, abril 2023—

A propósito de los pueblos. En concreto, a propósito de los Pueblos de Jaén y de su Feria, cuya vendita barahúnda a 97 voces aún resuena contra los muros de las instalaciones de IFEJA: queremos más momentos como este; más fiestas en las que nos encontremos todos los que somos y estamos orgullosos de nuestra identidad y pertenencia a la grande y variada familia jienense. Más fiestas en las que el encuentro sea la excusa para mostrar lo que tenemos y que, además, ofrecemos.  

 

A propósito de los pueblos. En concreto, a propósito de los Pueblos de Jaén y de su Feria, cuya vendita barahúnda a 97 voces aún resuena contra los muros de las instalaciones de IFEJA: queremos más momentos como este; más fiestas en las que nos encontremos todos los que somos y estamos orgullosos de nuestra identidad y pertenencia a la grande y variada familia jienense. Más fiestas en las que el encuentro sea la excusa para mostrar lo que tenemos y que, además, ofrecemos.  

 

No nos equivoquemos: yo no estoy hablando de la Feria de los Pueblos como otra feria de las vanidades. Otro escaparate donde acudir con la vacua pretensión de enseñorearnos en la ostentación de una banda dorada que nos acredite como pueblo más guapo, más rico, más industrial, más artesano, más innovador, «más mejor» de todos… Ni mucho menos, estoy pensando en un barracón atestado de saltimbanquis de mercadillo, en tinglados y tenderetes a cargo de estridentes vocingleros de «lo solo suyo» que se coma el eco de lo de los demás que, al fin y al cabo, viene a ser lo de todos.  

 

Es más, ahora que las nubes no presagian agua, sino lluvia de panfletos. Ahora que los truenos resuenan bien broncos, anunciando próximas estridencias mitineras, debemos ponernos a resguardo y, bajo un buen paraguas de prudencia (que no de equidistancia), despojemos nuestro análisis tanto del autobombo de las oficialidades organizadoras como de la crítica continua de contrarios, detractores y aspirantes varios a ocupar esos mismos sillones de cuyos actuales titulares despotrican sin descanso. Difícil misión la de hacer trabajo de campo ante los sujetos susceptibles de este concreto estudio: los pueblos de Jaén o, concretando aún más: los pueblos de Mágina, contaminados ya en origen según todas esas circunstancias. 

 

Pero cual si fuéramos voluntariosos, e incluso avezados antropólogos, allá que nos encaminaríamos en un intento por no desviarnos ni un ápice del método etnográfico de Malinowski, camuflándonos, confundiéndonos hasta mimetizarnos en sus estructuras tribales, dentro de las cuales haríamos por encontrar las respuestas que nos ayudaran a descifrar al fin el funcionamiento del complejo entramado relacional de su sociedad: los cimientos que sujetan sus convicciones, apuntalados en la memoria y las costumbres; las atalayas construidas sobre esos pilares, desde donde avistar la incertidumbre del futuro con la suficiente antelación como para poder tener una reacción más o menos acertada. Una solución, una vía que logre salvar «la marca Sierra Mágina» y, con ella, nuestra razón de ser, nuestra identidad, nuestra supervivencia como pueblo. 



 

A propósito de Mágina (aunque en esta ocasión nada decía de ella), escribía hace unos días Antonio Muñoz Molina sobre el cobalto y su indiscriminada extracción, ya que es un preciadísimo metal muy abundante en el continente africano, cuyas diversas aleaciones se usan en la fabricación de infinidad de dispositivos (desde motores de aviones, imanes, hasta prótesis). Decía el escritor ubetense, que hace falta una ética del origen y el destino de las cosas cotidianas: tomar conciencia sobre quién las ha hecho, en qué condiciones y qué camino han seguido hasta llegar a nosotros. Aplicando esta reflexión de nuestro ilustre paisano a lo que me traigo entre manos, y transmutados ahora en paleontólogos, deberíamos proceder con la cautela suficiente que nos ayude a no trastocar la disposición y la composición de los diferentes sustratos o capas que encierran los restos arqueológicos de los que emerge el pueblo maginense.  

 

Tengo la firme convicción de que esa «marca Mágina» como verdadera cualidad o sello identificativo que diferencia esta tierra del resto —incluido el resto de los pueblos de la provincia de Jaén— y la hace única, anda lejos de los tópicos y los lugares comunes —véase mar de olivos, oro líquido…—. Y no digo esto con desprecio, ni mucho menos, hacia las cosas que ya nos identifican y que debieran unirnos como provincia en una misma dirección. Porque por desgracia, nadie va a venir a pelear por nosotros nuestras carencias, muchas de ellas endémicas, características de Mágina: el envejecimiento y la despoblación galopantes; la escasa iniciativa económica privada; la crisis desenfrenada de nuestro olivar de montaña, aparte de la falta de cultivos alternativos; el poco imaginativo enfoque del subdesarrollado tejido turístico… 

 

Regresando a lo etnográfico y a Malinowski, deberíamos colocarnos en «buenas condiciones» para afrontar este trabajo, sumergiéndonos de nuevo en la cultura de la tribu maginense. Debiéramos dejar de maldecir, de renegar de esta; de ser elementos extraños, y hasta hostiles. Así es como lograríamos ser testigos del momento en que, una vez más a lo largo de la historia, vinieran a aparecer esos miembros de la tribu, esos líderes dispuestos a dar un paso al frente, convencidos de alzar su voz y de predicar con el ejemplo de sus acciones, para convertirse en miembros de lo que yo he dado en llamar «la resistencia maginense». Porque el orgullo de pertenencia se nos presupone, pero la valentía de rompernos la cara por estas tierras hay que demostrarla en el tajo.  

  

Y si al final es así, qué no daría yo por llegar a tiempo para registrar, sin distorsiones y con todo lujo de detalles, ese momento en que los acontecimientos se vuelven importantes y se hacen historia. 




 



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