Cultura con mayúsculas: artículo para Ideal Sierra Mágina, septiembre de 2023

Si la Cultura con mayúsculas hubiera sido puesta en valor en algún momento de la historia de España, con toda probabilidad no seríamos este pueblo mezquino que siempre anda renegando de lo que fue, es y será. No estaríamos abroncándonos en un continuo los unos contra los otros. Incluso, a estas alturas tendríamos un libro de instrucciones no escritas sobre cómo proceder. 


Presumiríamos entonces de una clase política con una formación en valores, gracias a los cuales se habría mantenido, por encima de contingencias y recortes varios, un entramado sanitario público universal bien pertrechado, un sistema educativo cimentado sobre esos valores que creeríamos traer de serie en nuestro ADN y una prosperidad consolidada en la base de esa buena salud que, recordad, siempre debería ser lo primero, con un alto y equilibrado nivel formativo en el que no cojearan ninguna de sus dos principales patas, ni las ciencias ni las humanidades, que como Isabel y Fernando, tanto montarían, montarían tanto. De ser así, España sería un lugar donde un partido como Vox no pasaría de mero barrunto, de una indeseable distopía que nunca habría existido más allá de una imaginación calenturienta. 


Voy a poner un ejemplo personal y, como suele ser habitual en mí, musical, que pudiera parecer una tontería, pero que por simple deja evidenciar lo que digo. Cuando los ‘Coyotes’ de Víctor Aparicio Abundancia grabaron la canción «300 kilos», nadie entre los posmodernos de la Movida había osado —no, ni siquiera Radio Futura— mirar hacia el otro lado del charco en busca de nuevos y frescos aires musicales diferentes a la new age y al punk anglosajón. Aparte de esa gran riqueza musical que nos abrió como un melón, la letra de aquella cancioncilla nos enseñó a los de mi generación, que éramos «todos hermanos, todos sudamericanos». Así, de esta manera tan fácil, gracias a un tonto estribillo de un genial saltimbanqui que yo me tomé como ley, cuando he trabajado junto a ecuatorianos, colombianos, cubanos, argentinos, chilenos, peruanos, venezolanos, bolivianos —y aquí más de una y más de uno habrá leído bolivarianos— los he sentido como españoles, porque, a la vez, yo me sentía ecuatoriano, colombiano, cubano, argentino, chileno, peruano, venezolano, boliviano… Esto tan simple es también Cultura con mayúsculas. 







Por desgracia, a estas alturas de la película, la polarización ha creado una tensión casi crítica a cada una de las partes de la cuerda. El mundo entero ya es un lugar donde todo se ha diluido en una profunda decepción; lo sé por el sabor a leche amarga que se me queda en la boca cuando escucho balar ante cualquiera que exprese una opinión que no cuadre con la que ese otro de enfrente siente como única y genuina. 


Este panorama que se nos presenta con impresionantes vistas a la decadencia humana me está empezando a generar demasiadas ganas de rezar una de esas pequeñas oraciones ateas que me reservo para casos extremos en mi kit particular de supervivencia, por si por un casual fueran efectivas, antes de que nos vayamos al carajo, antes de que sea tarde para este planeta único —el planeta azul que decía Rodríguez de la Fuente—.  


Precisamente, el agnosticismo que alimenta estas seudo oraciones mías —pues en verdad mis no creencias no dan para ser diagnosticado como ateo convencido—; estas convicciones que fui forjando, apoyándome en la lógica filosófica como parte de esa Cultura que debiera ser con mayúsculas para todos, me han llevado a desandar el camino hasta llegar a la encrucijada donde, parece ser, se han anudado las posturas, pues lo que es utópico para una parte, siempre va a resultar distópico para la otra. Así, si la solución para el desatranque del sistema es una propuesta del contrario, la otra parte la tachará de ilegítima; si ocurre lo contrario, y la que resulta ganadora es la otra opción, faltará tiempo para despedir a la «parte perdedora» con cajas destempladas. Para argumentarlo, no tenemos que irnos lejos, pues hemos sido testigos de ello en algún que otro de nuestros ayuntamientos maginenses en los que se dio un cambio de gobierno tras las últimas municipales. 


Luego puede que la solución al nudo gordiano de la convivencia, que es también el de la ingobernabilidad, se nos revele con más nitidez en lo cotidiano de la política doméstica de nuestros pueblos, donde el elector es también interlocutor diario con quienes lo representan políticamente, que en esa, para nosotros, lejana política de pasillo y moqueta de los Madriles. Es más, esos diputados provinciales que desarrollan su trabajo de lunes a jueves en la Carrera de San Jerónimo, deberían estar obligados a coger de vuelta cada viernes la vereda —tupida antaño de hierba, hoy, cual calle del lejano oeste, pista de solitarios rodamundos— que los devuelva a las cosas de casa, a los asuntos de los suyos, a los problemas de quienes los eligieron.  


Pero mientras esto no ocurra, yo me quedo con lo que dice otra canción de Víctor Aparicio, porque pa cavar mi tumba ya me apaño solo y me sobra ayuda. 




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