Regreso al niño: artículo para Ideal Sierra Mágina, noviembre de 2023

Cuando el pasado 13 de octubre nos enteramos de la noticia de la muerte de la estadounidense, premio Nobel de Literatura, Louise Glück, de manera instintiva, todo el mundo en las redes corrió a compartir unos lapidarios versos de su poemario Nosos (título proveniente del griego νόστος, y que aquí se tradujo por Regreso al hogar): Miramos el mundo una sola vez, en la infancia / el resto es memoria. 

La memoria nos conecta de por vida con ese niño que nos habita, que nunca nos abandonó, y es, sobre todo, una traducción libre de esa percepción que fue nuestra una sola vez, cuando éramos maravillosamente ingenuos y vulnerables, muy vulnerables. En ella se quedaron encerradas todas las cosas que son de verdad importantes, aunque ya no las recordemos, o simplemente no nos paremos a contemplarlas en esa fotografía infantil con el detenimiento preciso para descifrar todos los detalles que encierra. 

Paradójicamente, es en la madurez cuando sentimos más fuerte esa conexión con nuestra infancia. Los años de la prisa, tal vez sin pena ni gloria, han pasado junto a la ansiedad de los primerizos por probarlo todo, dejándonos un perfume de decepción y fastidio alrededor de nuestras expectativas incumplidas. Pero es esa desilusión la que nos ralentiza la mirada y templa el discurrir, hasta hacernos ver las cosas desde un plano inédito, llevándonos a descubrir rincones inexplorados y a discurrir desde perspectivas que jamás habíamos siquiera soñado. 

La memoria de mi juventud era la memoria del disidente: una mirada precipitada y fugaz del mundo que no daba más que para reniego del origen, de lo propio. Y lo explico: nací en Bélmez, pero como mi padre era de Huelma, siempre dejaba claro ese distingo, ese sello diferente ante la pregunta del «¿y tú de quién eres?» Sin embargo, la misma cuestión contestada en Huelma tenía en mi repertorio una respuesta diferente: «de Huelma sí, pero de los alcalaínos de Huelma», refiriéndome a las numerosas familias —entre ellas la mía paterna— de Alcalá la Real, que emigraron tras la Guerra Civil a Huelma, en busca de tierras en arrendamiento. Ahora, visto con los años y desde la madurez, sentado en ese rincón que me ofrece una perspectiva diferente y más pausada de mi memoria alrededor del mundo que contemplé desde pequeño, todo lo que yo decía y pensaba entonces me parece una estupidez, y más después de treinta años de mi vida transcurridos por tierras castellanas, fuera del hogar, lejos de mi concepción de la vida. Así, en mis regresos, me siento más de Bélmez que nunca. Pero, es más, cuando piso las calles de Huelma, como así me ocurrió hace unos días, me siento más agradecido cada día con el pueblo que le dio tan buena acogida a mi familia paterna, y en especial, a un niño de ocho años, mi padre, que siempre —cuando yo era un niño en cuya cabeza, aparte de pájaros revoloteando, se estaba formando mi visión del mundo— procuró tenernos a mis hermanos y a mí unidos a nuestro otro pueblo.


Paisaje del Campo del Moral, en Huelma. Fotografía de Ángel del Moral Gómez

El tiempo y su acción sobre nuestro ánimo es el causante de esa melancolía que tenemos los desplazados o emigrados —que no disidentes— de nuestra Sierra Mágina. Yo, en particular, encontré en mi memoria un viejo almecino desde cuya sombra, pausado y sereno, empecé a tener consciencia de muchos detalles, colores, olores, sabores… que, hasta que no me vi allí sentado, había olvidado por completo. 

Una vez devuelto todo lo esencial a este plano, es cuando he comprendido el mundo —mi mundo— en toda su dimensión. Ya no me preocupa envejecer. Sé que puedo convertirme con toda tranquilidad en un anciano, pues al sentirla como propia y cercana, ya no temo a la oscuridad que acompaña a la vejez, a pesar de todos los que nos faltan y los que irremediablemente faltarán en un futuro. Y de nuevo me apoyo en los versos de Glück para convencerme de que pensar en la muerte siempre es tiempo perdido: Nací hace mucho tiempo. / Ya no queda nadie vivo / que me recuerde de bebé. / ¿Era un bebé bueno? ¿Uno / malo? Salvo en mi cabeza / ese debate ha quedado / silenciado para siempre. 

Todo lo que somos ya estaba en aquel niño —el ojito derecho de nuestra madre— que fuimos un día. Y este mensaje, en apariencia tan simple, es por el que debemos correr y liberarlo, para que perdure al transmitirlo. Devolverle al mundo el espíritu liberado de ese niño que lo vio todo tan claro, aunque no lo sabía explicar, sería el mejor de los colofones a nuestras vidas. Más, a sabiendas de que en el mundo de ese niño no caben la crueldad, ni mezquinas maldades, ni mucho menos las guerras. Solo un irrefrenable deseo por hablarles a aquellos que él antes escuchó, y devolverles entonces todo lo que es suyo, todo lo que les cogió prestado, en un último deseo por permanecer en las cosas; por permanecer en Mágina.



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