Cucharada y paso atrás: artículo de Ideal Sierra Mágina, diciembre de 2023

 Tengo, no sé si la manía o la norma de tomar distancia de los acontecimientos en busca de una perspectiva que me ofrezca una visión del conjunto, una película de los acontecimientos desprovista del ruido interesado de una voz en off o de unos subtítulos impuestos de manera tendenciosa, o de unos tertulianos de la cosa política retorciendo las palabras en un sentido u otro. Al fin y al cabo, la costumbre que se asienta en tu comportamiento termina transmutándose en un proceder irrenunciable que te identifica. En este caso, además, se convierte en un valioso instrumento a la hora de escribir mi columna. 

 

Mientras tecleo en mi portátil este artículo, ya se ha producido la investidura de Pedro Sánchez como presidente de gobierno e, inmediatamente, los mismos que la han propiciado —tanto los de la periferia de las Españas, como los de la periferia de las izquierdas— , han empezado a tensar aún más la cuerda, si es que eso es posible, mientras que, los que están tan a la periferia de la otra orilla que se salen del mapa de la democracia, continúan a lo suyo: cada vez más furibundos, cada vez más roncos y broncos; cada vez más desubicados e intratables.  

 

Procedo entonces desde la perspectiva de mi almecino a desgranaros una peculiar visión de la cosa, que no tiene por qué ser ni buena, ni siquiera acertada, sino solo mi opinión. Y lo primero que me viene a la cabeza, es una comida que pude disfrutar junto a un grupo de amigos en mi último viaje a Sierra Mágina, donde, cada uno, aparte de ser de su padre y de su madre, éramos de una manera diferente de ver la vida. Pero eso sí, con una opinión unánime y categórica respecto a la gastronomía maginense: lo que no consiga un buen plato de andrajos, es que no tiene solución alguna. 

 

¡Ay, los andrajos!, ¡y pensar que me pasé toda mi infancia y mi adolescencia repudiándolos sin tan siquiera haberlos probado!… ¡ya me vale! 

 

No es que esté pensando en que unos andrajos sean la solución a este atolladero político, pero estoy convencido de que compartir una buena sartén de esta sencilla comida de la gente del campo jienense sería un buen principio, una incitación a la conversación, aunque otros prefieran hablar de negociación que no vamos a tener ningún remilgo en el empleo de las palabras, faltaría más. Por supuesto, haciéndolo a nuestro estilo: el de «cucharada y paso atrás»; para que, puesto que serían muchos los comensales a compartir el guiso, no se quedara nadie con hambre, ya viniera del Ampurdán, del Goierri, de Las Hurdes, del Valle de La Orotava, del barrio de Salamanca o del Puente de Vallecas.  






 

Menuda ocurrencia, ¿no? Nuestros queridos andrajos uniendo las Españas. Porque todos, hasta aquellos que lo niegan a diario, forman parte de este intrincado país. O tal vez no sea tan descabellado. Por de pronto, uno de los negociadores de la parte socialista que se trasladó hasta Bruselas ha sido el único diputado maginense que hay en el Congreso. Y, hablando de hacer de la necesidad virtud, los andrajos en estas lides son los campeones a la hora de adaptar sus ingredientes —boquerones, almejas, conejo todo lo que se nos ocurra— a nuestras posibilidades, mientras que no se desvirtúe la base de su receta —cebolla, ajo, pimientos, berenjenas, tomates, sal, pimiento choricero, cominos, pimentón, cayena…—. Pero, sobre todo, la seña de identidad que le da nombre al plato, que no es otra que sus características tortas de harina, cuando, una vez formadas y puestas encima del guiso, al cortarlas en trozos con unas tijeras, adquieren ese aspecto como de ropa harapienta o andrajosa. 

 

El guiso de la política tiene mucha enjundia y muchas complicaciones: que si no todos están de acuerdo con lo de hacer de la necesidad virtud con tal de hacerse con el rabo de la sartén; que si tampoco está claro quién tiene la sartén por el mango; que si Moncloa o el prófugo de Waterloo y eso sin dejar de echarle un ojo a quienes pretenden arrimar las ascuas a su sartén particular, para comérselo y bebérselo en solitario; que si a mí me gustan con boquerones; que si a mí con almejas; que si yo no renuncio al conejo; que si yo no aguanto el picante… 

 

El caso es que esos humildes pero dignos andrajos han de dar para todos. Unas veces, si el bolsillo nos lo permite, nos parecerá un plato digno de reyes, incluso aunque seamos republicanos. Cuando no sea posible, al menos se habrá de procurar que tengan la suficiente entidad y sustancia para saciarnos el hambre en este raro invierno preapocalíptico en el que nos encontramos. Aunque, sin pretender meterme a juez en este peculiar MasterChef de políticos, sí que hay una circunstancia que, a todas luces, puede dar con nuestra receta al traste, y eso lo hemos visto más de una vez y más de dos por esta Sierra Mágina de nuestras entretelas, porque cada maestrillo tiene su librillo y cada cocinera su receta. El caso es que, cuantos menos echen mano al guiso, más apetecible resultará.  

 

Y un deseo final: espero que nos aproveche a todos








Comentarios

Entradas populares