Marzo de 1972 —Artículo para Ideal Sierra Mágina, marzo de 2024—

             Corrían los primeros días del mes de marzo de 1972 cuando, un joven Manuel Martín Serrano, ya doctor en Sociología y recién cumplidos los treinta y dos, junto con trece alumnos —seis mujeres y siete hombres— del seminario que estaba impartiendo en la Complutense, armados con magnetofones, pusieron rumbo en varios coches particulares —Manuel tenía entonces un Renault 4L a Bélmez de la Moraleda, un recóndito pueblo de la Sierra Mágina que no estaba ni está camino a ningún lugar. O sí…  

Aunque ya se acercara la primavera, el invierno amenazaba aquel año con hacerse eterno mientras dejaba caer todo su plomo y toda su tristeza sobre los tejados de Bélmez. Pero el mundo andaba agachado en busca de figuras en un suelo de cemento. Fueron esos días en los que una tolvanera mugrienta arrastró hasta la feria de las caras a toda clase de saltimbanquis, que viajaban camuflados entre la muchedumbre que se acercaba para ver las apariciones.  


De entre todos aquellos extraños peregrinos, o como diría él, de entre todos aquellos desveladores de enigmas —parapsicólogos, teólogos, periodistas, policías, charlatanes…— él mismo, un sociólogo, sería el que lograría sacarle al asunto el mayor partido en el menor tiempo, dicho esto en el mejor de los sentidos, puesto que la norma general entre quienes se acercaban a Bélmez era la de, de una manera u otra, intentar sacar provecho.  


Lo tenía muy claro: para que su estudio llegara a buen puerto, habría de actuar con celeridad, aprovechar unos acontecimientos aún sin fraguar en la conciencia de aquellas pobres gentes de Bélmez de la Moraleda que, aturdidas por la sacudida, esbozaban teorías, balbuceaban sus propias hipótesis. Era prioritario apropiarse de lo que estaba produciéndose en ese preciso momento y en esas determinadas circunstancias. Nunca volvería a repetirse esa reacción única de un pueblo entero, donde grandes y pequeños, ricos y pobres, instruidos e iletrados se chocaron con el «milagro», pues así fue como Martín Serrano terminaría llamándolo. En realidad, él hubiera titulado al libro con una de esas retahílas rimbombantes que suelen encabezar los estudios universitarios. Pero gracias al editor, al gran Carlos Barral, amigo personal de Manuel, y a su evidente visión comercial, el libro se llamó Sociología del milagro. Las caras de Bélmez, cuya reedición llevada a cabo gracias a la Diputación de Jaén, se presenta en Bélmez de la Moraleda este 2 de marzo, justo 52 años después de la primera. 



Manuel Martín Serrano y yo en casa de este, la tarde en que nos conocimos


La premisa era centrar el tiro sin dejarse llevar por la curiosidad, dándole la espalda al fogón-altar-escenario de la cocina de los Pereira. Era condición imprescindible evitar la contaminación del propósito final, puesto que la Sociología no está para preguntarse qué son o quiénes nos miran desde esos asombrosos rostros, sino para dar fe pública y lo más precisa posible de cómo eran, cómo respiraban y qué sentían las gentes de la nueva Bélmez de la Moraleda: el pueblo que volvió a nacer la tarde noche del 23 de agosto de 1971; aquellas gentes cuya percepción de la vida y de la realidad cambió para siempre.  


Y mientras otros se preocupaban de averiguar si las caras eran una extravagancia de la naturaleza, una genial pareidolia, una certeza extra temporánea, una superchería, un milagro o un fraude, el equipo de Martín Serrano se centró con exclusiva escrupulosidad en el hecho «sociomitográfico»: la reacción de un pequeño pueblo de la provincia más subdesarrollada de la España tardo franquista ante aquellos oráculos que, en pleno siglo XX, habían venido a manifestarse en el austero hogar de una cocina de gente humilde. 


Pero el verdadero acierto de Sociología del milagro. Las caras de Bélmez estuvo en algo ajeno por completo al autor y a su equipo. Un hecho, si no extraordinario, al menos poco frecuente en este tipo de trabajos, donde la contaminación de los datos y las trabas que suelen surgir por parte de los sujetos objeto de estudio llevan a poner en duda constante la fiabilidad de los resultados. Sin embargo, Martín Serrano se vio sorprendido por la inesperada generosidad y predisposición de todo un pueblo, que se ofreció para la investigación sin tan siquiera hacer preguntas ni poner condición alguna. 


Cuando el miércoles 14 de febrero de 2024 toqué al timbre de un chalé de las afueras de Madrid, el anciano que me abrió la puerta tenía una luz especial en su cara y una amplia sonrisa que yo no le había conocido en anteriores visitas. Días antes, le había comunicado por teléfono que la reedición de su Sociología del milagro acababa de salir de la imprenta. De inmediato, él me rectificó: «No, Juan, ya no es mía, porque en verdad, nunca ha sido mía. Es de tu pueblo; es de Bélmez de la Moraleda». 


Todas las dudas y todas las preguntas que aún no le había hecho a Manuel sobre este libro se respondieron con aquellas palabras. Para él, todas las gestiones, todo el trabajo, todos los impedimentos surgidos durante estos casi dos años habían llegado a buen puerto, al devolverle a Bélmez sus voces y sus pensamientos vertidos aquel mes de marzo de 1972, cuando se jugaron su honestidad, implicándose toda la comunidad sin excepción ante unos hechos tan extraordinarios. Y Manuel y yo nos fundimos en un abrazo.  





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