Un mal sueño —Artículo para Ideal Sierra Mágina, abril de 2024—

        Sabéis que me suelo poner muy «estupendo» —recordad que con este adjetivo don Latino de Hispalis reprochaba en Luces de Bohemia al lunático e iluso Max Estrella su incontinente verborrea. Puede que este sea un tic de alumno de la educación pública que yo no pueda o no quiera evitar; como si me sintiera en una continua obligación de demostrar que lo que mis padres invirtieron en mi educación, complementado con lo que el Estado aportó a su vez de nuestros impuestos, ha servido al menos para construir interminables circunloquios que leen unos pocos y les importan a menos.     

Pero hoy voy a acogerme a argumentaciones que he oído durante toda mi vida, e interiorizado como propias, provenientes de la sabiduría popular maginense. Porque no hay que confundir la sencillez de los axiomas de nuestras gentes del campo con la simpleza o la banalidad, al sentenciar que, si el campo no quiere o no puede, la ciudad se muere 


Eslóganes parecidos hemos leído en las pancartas y reivindicaciones de las recientes movilizaciones del campo español. La lógica aplastante de esta consigna es indiscutible. Es más: el sector primario (agricultura, ganadería y pesca) debe agarrarse con fuerza a esta verdad irrefutable y utilizarla como arma a la hora de negociar la reforma de la Ley de Cadena Alimentaria (ineficaz en su actual redacción para con la especulación de los intermediarios y grandes distribuidores de productos alimenticios) y la eliminación de la lasa aplicación de los requisitos de la legislación europea a los productos extracomunitarios. Ahora bien, malgastar esta munición, la legitimidad de su impacto, en demandas equivocadas, en vindicaciones que a medio o largo plazo pueden revertir sobre el propio sector primario, sería como darse un tiro en el pie.  


No quiero pensar mal, pero, cuando desde los tractores hemos visto enarbolar tan alegremente la bandera anti agenda 2030, a todo el mundo le ha venido a la cabeza cierto partido político español. Porque, con el tiempo, no le resultaría nada rentable a nuestras gentes del campo ir en contra del plan acordado por la Asamblea General de la ONU para el Desarrollo Sostenible, que no es precisamente una ocurrencia ecologista, sino un ambicioso proyecto a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia. Casi nada.  





Como escribe Pedro Fresco para Agenda Pública, los seres humanos tendemos a olvidar «cómo nuestra civilización y nuestras economías están sostenidas sobre las condiciones naturales que nos acogen, y estas, hoy en día, apuntan a un ineludible cambio climático». Lo ocurrido durante el año pasado y lo que llevamos de este, desde el punto de vista climatológico, no es una excepción, una anomalía pasajera, sino más bien un adelanto, una pista de a lo que nos tendremos que ir «aclimatando» durante los próximos años. Y, es más, este aumento de la recurrencia de los períodos de sequía no afecta solo a la agricultura y al consumo doméstico, sino también al turismo y a la propia industria, que es la segunda actividad humana más consumidora de agua. Un país como España, cuyas exportaciones se basan fuertemente en la agricultura, está más expuesto que otros a la vulnerabilidad climática. Y no digamos ya, cuando hablamos de una comarca como Sierra Mágina. No tenemos más que recapacitar un momento sobre lo ocurrido durante las dos últimas campañas de aceituna, para obtener la preocupante radiografía que presenta la economía de la mayoría de nuestros pueblos.  


Ni siquiera el turismo lograría maquillar la situación, cuando toda la zona meridional europea, con España a la cabeza, se convierta, verano sí y verano también, en una bomba de calor, en territorio abonado a grandes y casi permanentes DANAS. Ocurriría algo parecido a lo que sucede en el Caribe en época de huracanes.  


Tenemos que aprovechar esa ventana al futuro que se nos ha ofrecido, sobre todo, en este año pasado, para dejarnos, no solo de planteamientos «terraplanistas», sino, también, de parches en el sistema que solo nos darían pan para hoy y hambre para el mañana de las próximas generaciones. 


Hace tiempo que este ingenuo charlatán os habla de esto desde su almecino. Y, aunque me duelan las manos, la boca, el alma misma de tratar estos temas, lo voy a seguir haciendo. Como pudimos comprobar durante la pandemia, si la tratamos bien (en este caso, la dejamos en paz durante un período de tiempo considerable) la Tierra es muy agradecida. Su capacidad de autogeneración es exponencial.  


Sabemos lo que tenemos que hacer, pero todo lo que merece la pena resulta costoso y requiere de un gran esfuerzo: generar nuevas infraestructuras que resulten sostenibles es muy caro, pero rentable a medio y largo plazo; cambiar nuestra manera de cultivar, de pescar, de criar ganado también requiere una gran inversión y maneras de trabajar diferentes que necesitarán de muchos ensayos hasta que resulten eficientes y rentables 


Ya dijo Valle Inclán por boca de Max Estrella, que las letras son colorín, pingajo y hambre, por lo que para muchos de vosotros —y continuando con don Ramón María— lo que escribo no es más que el dolor de un mal sueño. Desgraciadamente, un mal sueño que está a punto de cumplirse.  




Comentarios

  1. Todavía hay personas que no creen en el cambio climático y eso es lo que tenemos que mejorar para que dejemos un mundo mejor para las siguientes generaciones

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