Un ángel de Mágina: artículo para Ideal Sierra Mágina —enero de 2023—

«En fin, que si pudiera partir la estatuilla, que es la cabeza de “el lobo de Huelma”, os daría un cachillo a cada uno». 
 De esta manera tan suya, con su deje tan de Huelma, tan de Mágina, nos hacía partícipes Cristina Vico Galiano del premio local 2022 en la categoría de Cultura que se le ha concedido en Huelma, su pueblo, donde ella ha venido a ser la excepción que la convierte en profeta de su tierra. 

 Probablemente no vaya a escribir nada que no conozcáis sobre Cristina: nuestra Cristina, la Cristina de la ADR que, con un hilo único y genuino de esta tierra, no desfallece en su intento por tejer un ganchillo de identidad y cultura maginenses. Por eso, tampoco voy a descubrir la pólvora si digo que, precisamente por su trabajo dentro de la Cultura en nuestra comarca, es merecedora de este premio y de catorce premios más: uno por cada uno de los pueblos que la conforman. 

Yo quisiera, sin embargo, hablaros de esa otra Cristina: la Cristina que aparece una vez que concluyen los actos. Cuando, apagados los focos y vencida la distancia de la oficialidad y el trabajo, todavía algo azorada tras lograr llevar a buen puerto un enésimo evento —como diría ella, de nuevo con su maravilloso acento huelmeño, «con la ayuda de to el mundo, porque yo sola no tengo to el trabajo»—, se deja conocer de cerca. 

Porque es entonces, en la confidencialidad, en la conversación informal, que descubrimos una Cris —que así la llamo yo, aunque, ahora que caigo, nunca le he preguntado si le gusta que lo haga— sin trampa ni cartón de por medio, que sigue siendo igual de sencilla y auténtica. Sencilla, porque —tanto la Cristina que todos vemos, como la Cris que yo he sondeado en privado— es llana y factible, por lo que tratar con ella no presenta complicaciones, debido a esa naturalidad, esa sinceridad, esa veraz franqueza suya. Y auténtica, porque realmente es la persona que parece ser y, hasta lo que de ella se dice, resulta fácil acreditar. De hecho, estoy seguro que, al leer estas líneas, se ruborizará de inmediato en una especie de mecanismo de autodefensa, de escudo en realidad inútil, pues que se te suban a la cara los colores es una de las pocas reacciones humanas imposibles de fingir.


Debajo de esa mujer menuda, detrás de sus ojos grandes y profundos —penetrantes, diría yo— alguien ha dicho que se esconde un ángel: un ángel de Sierra Mágina. Esto, para un agnóstico como yo, no debería significar gran cosa, aunque he de confesar que nuestro primer encuentro —ella sabe por qué lo digo, por lo que soltará una carcajada la leerlo aquí— tuvo cierto tinte de beatífica aparición. De hecho, dados los antecedentes en santones y «para- anormalidades» varias que salpican la intrahistoria de estos lares, no es de extrañar que la bonhomía —no confundir con buenismo— de Cristina haya terminado siendo investida por el populacho con un par de alas con las que, dicen, sobrevuela el panorama cultural de nuestra comarca. Claro que, de no ser así, ¿cómo podría llegar a tantos sitios y a tantos actos? 

Pero no nos dejemos llevar por ciertas leyendas serranas. Ella es real, de carne y hueso. Una mujer de su tiempo que se las ve y se las desea para conciliar la vida laboral con la familiar, que le preocupa no prestar la atención necesaria y suficiente a sus hijos. Era encomiable verla en aquel primer verano de pandemia, intentando hacerle más llevadero el encierro a estos, a sus sobrinos y, de paso, al resto de niños del vecindario que la podían ver cada tarde danzando en la terraza debajo de un disfraz de Minnie o de Bob Esponja. Una mujer de este tiempo que, como las de cualesquiera otros tiempos, agradece, más que la popularidad, el reconocimiento de su trabajo. Con toda seguridad sé que cambiaría todos los premios del mundo por hacer sentirse a su familia orgullosa de ella. Porque, ahora que estamos en petit comité —y sé que me va a matar por decir esto— alguna vez me ha confesado el respeto que le impone la figura de su padre, Francisco Vico Aguilar, Tito. No obstante, ser hija de alguien que ha estado en el primer plano de la política municipal durante treinta y dos años —veinte de ellos como alcalde de Huelma—, llegando a ser incluso miembro del Parlamento andaluz, debe hacer que a cada paso que des te sientas con plomo en los zapatos, debido a todas esas miradas que siempre van a estar puestas en ti.




 Por todo esto y por otras muchas cosas es por lo que Cristina Vico Galiano prefiere ser simplemente Cristina, nuestra Cristina; y de apellido, si acaso, «la de la ADR». Una trabajadora de la Cultura que, junto con las mujeres ganchilleras, las asociaciones de Moros y Cristianos, quienes se dedican a difundir lo nuestro en las redes sociales, incluidos unos pocos escritores que escriben sobre ello, lucha en mayor o menor medida, y logrando más o menos repercusión, por el futuro de esta tierra. Enhorabuena y gracias por ser de alguna manera un ángel que con su halo va iluminando por la Sierra Mágina caminos de Cultura.

Comentarios

  1. Que bien describes a Cristina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es muy fácil describir a alguien que es clara y nítida en su manera de relacionarse con los demás. Si además lo hace con honestidad y buen hacer, no es de extrañar que la relacionemos con los ángeles; porque Cristina no parece de este mundo.

      Eliminar
  2. Como se nota que eres un gran escritor.Cierto.Así es Cristina,noble y sencilla,premio más que merecido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es fácil inspirarse para escribir sobre ella.

      Eliminar
  3. A Colombia también llegan las alas y los ojos de ese ángel que describes tan dulcemente,Cristina. Necesitamos muchos seres como ella en estos tiempos de incertidumbre. Muchas gracias.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares