Desenredando la madeja —artículo para Ideal Sierra Mágina, julio de 2023—

        Hace justo un mes, un lector de este periódico se quejaba, eso sí, de manera respetuosa, por no haber logrado entender mi columna titulada «Tarados». Intuía que en ella yo estaba intentando argumentar algo que debía ser «muy profundo», pero que su «comprensión lectora», la cual situaba en el «suelo de los mortales», no le permitía alcanzar un hipotético «cielo de los dioses» en el que, por su cuenta y riesgo, me establecía a mí como un asiduo morador. Así que, por deferencia al tiempo y al esfuerzo empleado por esta persona en leerme, le daré unas vueltas al artículo de marras, en un intento de desenmarañar el enredo de la dichosa madeja que le cogí prestada a Ariadna, o lo que es lo mismo, a la tradición mitológica griega, y a la que tanto le deben —¡claro que sí!— todas esas fábulas, cuentos y chascarrillos que contaban las abuelas de Mágina a un joven auditorio de nietecillos que, sentados en sus sillitas de enea, dispuestas en semicírculo alrededor de la lumbre, escuchaban sus relatos con el ascua de la emoción encendida en los ojos y el pulso a latido y medio de desbocárseles por el tambor del pecho.  


Y es que aquel Pulgarcito o Garbancito, cuyas desventuras con un final feliz y moralizante nos contaban nuestras abuelas, es un héroe oriundo de la mismísima Odisea de Homero, un trasiego de Teseo que, con los siglos y la acción del boca a boca, junto a las plumas de Charles Perrault primero y los hermanos Grimm después, cambió la efectividad del hilo de una madeja por las migas de un mendrugo de pan en busca del camino de vuelta de ese laberinto, de ese bosque. 


Porque entre esos tarados capaces de leer y escribir entre líneas de los que hablaba en mi artículo del pasado mes, están Homero, Perrault, los hermanos Grimm y, por encima de todos ellos, nuestras abuelas y sus cuentos, cuyas moralejas hemos ido desechando por el camino de no se sabe a dónde, y cuyas enseñanzas ya muy desdibujadas, apenas vislumbramos desde el interior de este laberinto preapocalíptico  en el que nos encontramos inmersos, delante del monstruo, del ogro, del lobo, del minotauro: «¡en la barriga del buey!», gritaba Garbancito. 


Si tenemos claro cuáles deben ser nuestros referentes, tarde o temprano, a través de ellos, del hilo que aún nos ata a la moralidad, del rastro de valores esparcidos entre las migajas supervivientes de sus consignas, puntualizaciones y enseñanzas, deberíamos encontrar el camino de regreso. Y digo deberíamos, porque el siguiente obstáculo que se nos aparece en este cuento de pan y pimiento de la vida moderna está en un comportamiento ingenuo, infantiloide tal vez, que parece imposibilitarnos para distinguir el bien del mal, al minotauro de Teseo, al lobo del cordero, a la bruja del hada, tal vez porque nos estemos tragando doblados otros cuentos con tramas falsas y desenlaces erróneos, los cuales nos estamos creyendo a pie juntillas a fuerza de repetírsenos una y otra vez, o con subtramas que simplemente hemos olvidado, ¿o es que acaso la enamorada Ariadna, después de traicionar a Creta por amor al ateniense Teseo, no fue al final repudiada y abandonada por este? 


Claman en la contracorriente del desierto las voces de los tarados, trasnochados, traspapelados. Se desgañitan infructuosamente, avisándonos del acecho de lobos con piel de cordero o disfrazados de abuelita, ogros, brujas, minotauros resucitados que mugen consignas individualistas, insolidarias, antisociales que creíamos desterradas tras el buen cuento del estado del bienestar, cuyo final, aquel maravilloso «y comieron perdices y fueron felices», pretenden dinamitar, junto a las bases sobre las que se erige nuestro ordenamiento jurídico, sus mismos cimientos, asentados sobre el Derecho Romano y su concepción de la res pública, la cosa común de los puentes, las carreteras, las calles, y que después implementamos con la educación, la sanidad y la justicia social.  


La fotografía pertenece a una de las pinturas participantes durante la primera edición de Balcon&Arte en Sierra Mágina, organizada por la ADR en 2021. El título es «La rubia del músico» y la autora es Noemi Arias Justicia. Se trata de una representación de su abuela: una abuela de Bélmez, una abuela de Mágina. 


En este mundo del «tanto tienes, tanto vales», de la glotonería del «quiero más y más y mucho más», del ombliguismo, no caben los raros y agoreros que, como los buenos jugadores de ajedrez, tienen su mente a diez, quince, veinte jugadas por delante, en un horizonte en el que ya no estaremos ni ellos ni el resto, en un paisaje que no nos pertenece y que debe ser lo más parecido al infierno que nos podamos imaginar. Un panorama provocado por las malas decisiones que la «inhumanidad» ha ido tomando década tras década durante el siglo pasado y lo que llevamos de este.  


Desgraciadamente, si no los escuchamos y ponemos remedio, para cuando ese tiempo oscuro alcance a nuestros descendientes, ya no quedará ningún hilo que los traiga de vuelta; ningún rastro de pan por el que desandar malas decisiones; ningún relato homérico, ningún cuento de Perrault o de los Grimm con el que resetear el Google Maps del apocalipsis. Ninguna abuela que, tras haberla dejado aparcada en una de esas residencias donde prima la viabilidad económica sobre las atenciones y el bienestar de nuestros mayores, tenga aún aliento para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos.       

Comentarios

  1. Es una de las mejores....lo sé....y será la mejor

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buenos días Juan estoy de vacaciones con unas amigas y no había tenido tiempo de leer tuarticulo, q como siempre me ha gustado mucho y claro ya he leído los dos , y después de tu aclaración no creo q quede ninguna duda ,hay q meterse en el entorno que escribes y entonces está clarísimo.

      Eliminar
    2. Hola, no había visto el tuyo yo tampoco. Me alegro que todo esté aclarado. Gracias.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares