Tarados —artículo para Ideal Sierra Mágina, junio de 2023—

            Son fáciles de detectar. Suelen ir como esos salmones nadando a contracorriente de los que hablaba en su poema mi amiga Flori Tapia: tropezándose con la mayoría que se dirige al mar, mientras ellos remontan las aguas dulces; y, al contrario: cuando esa misma mayoría pelea por alcanzar la cabecera del río, ellos se hacen el muerto en mitad del océano. Se les ve a leguas, por ese chirriar molesto de la mercancía defectuosa, de los traspapelados de la vida que diría Vila-Matas; de los tarados, que les digo yo.  

A simple vista no suponen peligro alguno, pero dan grima. Vaya que lo suyo sea contagioso: esa mirada perdida, ese «estar pero no», significándose, aunque sin querer. Los echan para atrás por el desencaje en el puzle, por el momentáneo desorden en el lineal, por el inesperado contrapunto en el previsible ritmo de la cotidianeidad, por el desagradable desentonoque no desafine que provoca en los demás su nota en una clave distinta e inusual. Porque, a la vista de la mayoría, su aparente ociosidad es una grosería imperdonable, un insulto al ser y al estar dentro de un orden que, claro, siempre es el de los ganadores. 


  Una vez identificados, y tras arrojarlos del paraíso de las mentirijillas, del barrio alto de las vanidades, han convertido su exilio en el extrarradio en un privilegiado mirador desde donde otear la chispa justo en el instante anterior a prenderse la llama. Y nos observan silenciosos, atentos en su lugar en el sótano de los apestados, donde el piso es irregular y frío, pero firme, hasta el punto de anticiparles la percepción del vaivén antes de que los cataclismos se produzcan. Es esa incomodidad, ese fastidio que genera su mera presencia descabalada lo que nos impide escuchar sus advertencias más que propuestas; lo que provoca que los miremos sin mirarlos, como si temiéramos a ser sorprendidos mientras vomitan su perorata a un auditorio vacío, o tal vez invisible, o que hace oídos sordos a sus apocalípticos anuncios. Es el miedo que nos da vernos desde su orilla dentro de unos ropajes raídos, oliendo al perfume rancio de la intemperie, arrastrando un carrito de homeless lo que nos lleva a saltarnos sus publicaciones, sus artículos, sus vídeos, sus propuestas políticas, su manida lucha social… porque no necesariamente se trata de desahuciados ni de pedigüeños, aunque están a su lado y de su lado, poniéndole cara y voz a la necesidad, a la desigualdad, a la injusticia.  


Ver, escuchar, leer, analizar los actos y recapacitar sobre las puntualizaciones y propuestas de «esos tarados» me ha llevado hoy a reflexionar sobre el cometido, el fin que yo, desde aquí, bajo este almecino, pretendo alcanzar con mi columna y, sobre todo, si llego a conseguir mi propósito.  


Mágina es un laberinto. En la foto, una vista de Solera desde un mirador de Bélmez de la Moraleda.
Mágina es un laberinto. En la foto, una vista de Solera desde un mirador de Bélmez de la Moraleda.
Mágina es un laberinto. En la foto, una vista de Solera desde un mirador de Bélmez de la Moraleda.
Mágina es un laberinto. En la foto unas vistas de Solera desde un mirador en Bélmez de la Moraleda


Al principio, como por otra parte resulta lógico en un recién llegado a estos menesteres de la prensa, me preocupaba más el lograr alcanzar las ochocientas y pico palabras que había de ocupar mi artículo que el contenido en sí de este. Bueno, sé que exagero un poco, y que siempre me las he ingeniado para terminar encontrándole salida al laberinto de palabras que emprendo en cada ocasión, gracias al hilo que Ariadna/Mágina me ofrece para que regrese victorioso al hogar que nos vio nacer y que da sentido a la existencia de este periódico. Ni siquiera en esos primeros momentos de novato, atrapado por el pánico a la página en blanco, dejaba de tener presente la localización geográfica de la cabecera de esta publicación: Sierra Mágina. 


Hasta el mismo Proust, quien logró un hito de egoísmo creativo al ser capaz de reconstruir todo su mundo interior, incluidas vivencias y recuerdos de la infancia, a partir del bocado dado a una magdalena, escribió en su carta a Lionel Hauser que «todo el bien que artistas, escritores, científicos han hecho sobre la tierra lo han hecho, si no de un modo propiamente egoísta (porque su objetivo no era la satisfacción de unos deseos personales, sino el esclarecimiento de una verdad interior entrevista), sin ocuparse de los demás». Porque el altruismo del creador, del artista, del articulista no consiste en interrumpir su solitario trabajo para ocuparse de obras de beneficencia. Estos tarados de la vida «han producido su miel como las abejas, y de esa miel se han aprovechado los demás… pero solo han podido producirla a condición de no pensar en las obras mientras estaban pendientes de la obra». De ahí la contradicción, cuando esos «demás» somos cada vez más ignorantes, o carecemos de comprensión lectora, o preferimos alimentar nuestro espíritu con noticias falsas que confirmen las bobadas que estamos dispuestos a creernos y a tragarnos. 


Si esto está ocurriendo con lo que opinan mentes preclaras a las que admiro y considero mis referentes, no quiero ni imaginar a cuántos de quienes leen este periódico termina por llegarle algo de lo que yo, un juntaletras que ha empezado en esto a una edad (cincuenta años) más bien tardía, intenta transmitir con esta columna. Eso sí, desde el minuto uno, un servidor decidió coger al minotauro de nuestro laberinto maginense por los cuernos yn, después de cinco años y más de setenta artículos, no me he bajado de este propósito de locos, de estas cosas de tarados.  





Comentarios

  1. Fenomenal. Yo no he nacido allí pero Bélmez de la Moraleda fue durante 3 años mi lugar en el mundo. Nunca me hubiese ido de no haber sido exiliada. Extraño mucho sus calles, sus olivos y algunas personas que me recibieron como una más. Sierra Magina siempre estará en mi corazón

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    1. Me consta que esos tres años han sido muy determinantes en tu vida —por diversos motivos, unos buenos y otros menos buenos, por llamarlos de alguna manera—. Pero ese es el efecto que nos produce, tanto a los allí nacidos como a los venidos de otros lugares, esta tierra de Mágina que, con sus más y con sus menos, nos ata a un sentimiento de pertenencia de por vida. Un abrazo.

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