El Jandulilla


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Nacimiento del Jandulilla (F. Serrano García, septiembre 2009)


"Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia. Lo recordaba como era: un lugar para vivir, donde se conocía todo el mundo, a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos."
Vivir para contarla, Gabriel García Márquez.

         Nuestro Jandulilla, cuyas aguas ven la luz allá por la Cuesta de los Gallardos, se arrastra tímido e impreciso entre rocas carbonatadas hasta vaciarse en el padre Guadalquivir, cerca  del paraje conocido como Úbeda la Vieja.

         El geógrafo andalusí Al-Zuhrí, que dividió la tierra en siete partes con sus siete climas, consideró a al-Andalus dentro del quinto paisaje o clima, junto con Siria y los países del imperio romano, en la concepción arabocentrista del mundo que desprende su Libro de geografía, donde nombra a nuestro río como Wadi-l-Ard o Río de la Tierra.

         Es quizá el más enclenque y escaso de los hijos del Guadalquivir, cuyo margen izquierdo alcanza de la mano del Gualijar, el Gargantón y un número incierto de arroyuelos.

    
     Yo recuerdo nuestro río ligeramente teñido de verdín entre un reflejo  ferroso de piedras.  Cuando la primavera estiraba sus tardes, bajábamos hasta él en procesión, un domingo sí y otro también, por el camino del Llano. Una vez en  el Salto, cruzábamos cuan furtivos la carretera, como si aquel sigilo aprendido en alguna película de guerra nos volviera invisibles. Ya en la otra orilla, tras vadearlo por un recodo de apenas una cuarta de profundidad,  tosíamos las primeras caladas de ducados o  estampábamos un beso kamikaze en sus labios esquivos, en aquel tiempo de estreno, bajo el perenne camuflaje de los olivos.

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