El Jandulilla
.
"Hasta
la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado,
así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la
nostalgia. Lo recordaba como era: un lugar para vivir, donde se conocía todo el
mundo, a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho
de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos."
Vivir para contarla,
Gabriel García Márquez.
Nuestro Jandulilla, cuyas aguas ven la luz allá por la
Cuesta de los Gallardos, se arrastra tímido e impreciso entre rocas
carbonatadas hasta vaciarse en el padre Guadalquivir, cerca del paraje conocido como Úbeda la Vieja.
El geógrafo andalusí Al-Zuhrí,
que dividió la tierra en siete partes con sus siete climas, consideró a
al-Andalus dentro del quinto paisaje o clima, junto con Siria y los países del imperio
romano, en la concepción arabocentrista
del mundo que desprende su Libro de
geografía, donde nombra a nuestro río como Wadi-l-Ard o Río de la
Tierra.
Es quizá el más enclenque y escaso de los hijos del Guadalquivir,
cuyo margen izquierdo alcanza de la mano del Gualijar, el Gargantón y un número
incierto de arroyuelos.
Yo recuerdo nuestro río ligeramente teñido de verdín entre un
reflejo ferroso de piedras. Cuando la primavera estiraba sus tardes, bajábamos
hasta él en procesión, un domingo sí y otro también, por el camino del Llano. Una vez en el Salto, cruzábamos cuan
furtivos la carretera, como si aquel sigilo aprendido en alguna película de guerra
nos volviera invisibles. Ya en la otra orilla, tras vadearlo por un recodo de apenas
una cuarta de profundidad, tosíamos las
primeras caladas de ducados o estampábamos un beso kamikaze en sus labios
esquivos, en aquel tiempo de estreno, bajo el perenne camuflaje de los olivos.
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