Dios premie tu generosidad



Domingo 12 de junio de 1966.

-¡No éramos tan importantes desde que se fueron los moros de Belmez!- Le decía a voz limpia Juan a su acompañante, sin que ninguno de los dos interrumpiera su aplauso al paso de las autoridades.

     Don Camilo, acompañado de su esposa, llegó sobre las once de la mañana. Su gesto era afable, pero cansado. Durante el viaje Doña Ramona no había parado de hablarle ni un solo momento, mientras el señor ministro contemplaba las montañas maravillado porque los olivos no terminaran despeñándose de los taludes; era como si pendieran colgados de un hilo a punto de quebrarse. Los coches oficiales habían subido cansinos por una carretera que culebrea al borde de barrancos desde que deja a la derecha las ventas de La Herradura y comienza la subida a Cambil, un pueblo escondido debajo de una inmensa roca que, como un tótem altanero y henchido de insolencia milenaria, parece desafiar la gravedad. El camino continuaba montaraz hasta  llegar a Huelma, cabeza de partido judicial, desde donde se mueve descansado por la vega del Jandulilla durante trece kilómetros, para terminar solapándose entre los olivos en Bélmez de la Moraleda.

    Como era costumbre, tras el último consejo de ministros se había quedado en un aparte con Franco. Sus confidencias eran las propias de dos viejos compañeros de academia militar que se reprochan, se aconsejan, se quieren y se temen. Precisamente ese día, su amigo el generalísimo le recordó una vieja premisa militar: en años de paz no existe ninguna diferencia entre un general y su mozo de cuadras.

 -El tiempo no pasará para nosotros Camilo, pero nosotros sí pasamos para el tiempo. Y vaya que si pasamos.

-¿Esto quiere decir Paco, que por fin me vas a hacer caso y vas a elegir a tu sucesor?, ¿por fin nombrarás al principito?

- Todo a su tiempo, amigo mío, todo a su tiempo. Cuando lo tenga bien atado. Pero…de momento, aplícate el cuento tú también.

     Lo sabía perfectamente; acababa de cumplir los 77 años. Pero Franco sólo era tres años menor, por lo que no podía seguir dejando la sucesión en el aire y que las cosas cayeran por su propio peso. Por eso no había ocasión que no se lo recordara, sobre todo después del accidente de caza. Se trataba de un asunto que debía cerrar de una vez y dejarse de circunloquios gallegos.

     Alonso Vega era como un viejo guerrero de la Hispania romana; cuando Catón fue cónsul, para asegurarse el sometimiento de las ciudades rebeldes, prohibió que sus habitantes llevaran armas consigo, lo cual bastó para que gran número de hispanos se dieran  muerte con ellas. Franco comprendía la angustia de Camilo, un hombre que había nacido para la guerra y que además era el más leal entre sus adeptos. Pero también entendía a los detractores y enemigos del ministro cuando lo llamaban “Camulo”, porque su amigo era así, más terco que un mulo.

 -Te puse al mando del ministerio de la Gobernación como recompensa a todos los servicios prestados a la patria, pero no debes tomar tu cargo como una misión, sino como una recompensa. Este es un puesto para que te luzcas, para añadirle a tus gloriosas campañas militares obras civiles que lleven tu nombre, logros sociales que perduren en la memoria de los españoles en los tiempos venideros… No puedes pretender dirigir este ministerio como si aún estuviésemos en guerra o como cuando eras el Director de la Guardia Civil. Amigo mío, España y la historia te estará eternamente agradecido por convencerme para militarizar la Benemérita. Recuerda que yo me la quería cargar. Pero tú erre que erre limpiaste ese nido de rojos, los convertiste en soldados y los mandaste por los montes hasta que finiquitaron el maquis… Ahora en el ministerio toca otra música. Esto es un engranaje, una maquinaria donde todos trabajan para que los logros reviertan en ti… Todo tiene que ser como con “tu pueblo de Jaén“, ¿eh Camilo?…

-Bélmez de la Moraleda.

-Eso es… tienes que sentirte igual o más orgulloso de todo lo que en Bélmez de la Moraleda se ha hecho en tu nombre: pavimento, alcantarillas, alumbrado, escuelas, biblioteca…  igual o más orgulloso de ser su alcalde honorario, su hijo adoptivo, de que el colegio lleve tu nombre… tienes que estar tan orgulloso como lo estás de todos tus méritos de guerra.

-Este domingo por fin inauguramos la nueva Iglesia.

-Pues sólo espero que lo hagas teniendo en cuenta todo lo que hemos hablado.

-A sus órdenes, Excelencia.

-Camilo… no me llames Excelencia.  

      Avanzaba el viejo militar por las calles de Bélmez cómodo y sonriente al son del pasodoble de “Las Corsarias”. Vestía un traje gris marengo que le disimulaba su aire marcial al andar. Flotaba entre la cal de las fachadas y la frescura  florida de las sábanas bordadas que adornaban los balcones y ventanas.  Su mente planeaba entre los tejados, ajena por completo a lo que le decían Luís de Lamo Peris y el gobernador Pardo Galloso.

 -¡Viva don Camilo!
     Él respondía  agradecido, pues le pareció que le vitoreaban de forma espontánea. Eran los vivas y los aplausos sinceros de la gente llana, o así lo quería, lo necesitaba creer.

            En la plaza del Generalísimo había una  enorme pancarta que la cruzaba a lo ancho. En ella se podía leer con letras grandes y mayúsculas: DIOS PREMIE TU GENEROSIDAD. Por un momento creyó ver de nuevo a sus hombres de la 4ª División de Navarra arrojándose enardecidos al mar  en las playas de Vinaroz, mientras él se persignaba con la mano mojada en el agua salada. Sentía que volvía a ser aquel “glorioso” 15 de abril de 1938 y que acababan de partir en dos la zona republicana.
     Saludaba a todo el mundo, comedido y disimulando su euforia. Saludaba a los que aplaudían desde los balcones, a  los niños, a los ancianos, a su pueblo de Jaén que lo aclamaba. “Aquí tienes Bélmez de la Moraleda a tu orgulloso alcalde honorario y perpetuo… aquí tienes Bélmez de la Moraleda a tu hijo adoptivo, a tu humilde servidor…en todo tiempo mis ojos y mi corazón estarán fijos sobre este lugar“. Debajo de sus gafas oscuras las lágrimas le afloraron, pero sólo su esposa lo notó. 

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