El curioso impertinente

Y un día, aquella flamante escuela de las fotografías de Diego Rios, se hizo vieja y caduca. Entonces las autoridades decidieron hacer un colegio nuevo allá por donde sale el lucero del alba. Mientras tanto, el solar del Alonso Vega permaneció unos años en barbecho, hasta que al fin se le encontró una utilidad o hubo dinero para dársela. Pero en una triste esquina, ya cansado y hasta dolido por el desprecio, por el abandono, quedó el edificio de la nueva Biblioteca, con sus libros yacentes aún por desembalar del último traslado, con sus hojas silentes y sus palabras ninguneadas.
Al final, más tarde que nunca, la Administración –ignoro si estatal, autonómica, local o varias en comandita- aflojó la mano para que los niños de nuestro pueblo pudieran practicar un deporte más: el de la mente. Ahora bien, y perdonad que os haga esta pregunta: ¿sabrán esos niños el camino hasta el polideportivo de la cultura?
Desgraciadamente, en este pueblo, en esta España, la cultura no da votos. Ya sé que tampoco da empleo, en esta tierra de potenciales concursantes de “Gran Hermano”, futbolistas analfabetos e ingenieros iletrados.
Aunque nunca debemos perder la esperanza. Sin ir más lejos, en mitad del secarral cultural, convertida la antigua biblioteca en consultorio médico, con un edificio provisional y a medio atender, Jose Alberto Arias Pereira se las ingenió para aficionarse a la lectura y no caer en el intento, hasta llegar a convertirse en el curtido escritor que todos conocemos hoy – y aprovecho para deciros, si no lo sabéis, que hay libro próximo al caer, donde por fin descubriremos a sus “particulares dinosaurios”-.
Yo no tengo hijos, por lo que no puedo pretender daros lecciones a quienes sois padres. Pero voy a hablar desde mi experiencia de hijo: uno de los regalos que con más cariño recuerdo de mi infancia, fue un Quijote para niños que mi padre nos trajo a mi hermano Paco y a mí en un viaje que hizo a Madrid. Por supuesto era lo que le habíamos pedido. Pero hasta llegar arhí, hasta pedirle un libro, ese libro en concreto, en lugar de un balón o una camiseta del Real Madrid, hay una historia familiar que comienza con mi abuelo Juan Pereira Montávez.
Mis abuelos: Juan Pereira Montávez y Magdalena Rodríguez Gámez
A lo largo de mi vida me han contado infinidad de anécdotas sobre mi abuelo, por lo que quizás me haya construido sobre él una imagen a la que, como a un puzle, le falten piezas, pero bastante clara en algunos aspectos. Parece ser que era un hombre práctico, por lo que no le interesaba mucho la política. También emprendedor, hasta el punto de resultar a veces visionario. Además, un gran negociante, tratante, marchante o como queráis llamarlo. Incluso algo sabio, o eso dicen. Por último, su libro de cabecera no era otro, sino “El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha”.
Murió el 28 de abril de 1962, cuando quedaban más de tres años para que yo naciera. En mi idealización veo a un hombre práctico y llano como Sancho Panza, aunque visionario y algo loco como don Quijote, todo ello siempre aderezado con un muy aceptable dominio de la lengua cervantina y un amor por la literatura de don Miguel que caló muy hondo en su hija mayor y que ésta nos trasladó a nosotros.
Por eso no es de extrañar, que en una ocasión, durante el intermedio de un espectáculo con animadoras en el salón de los Parrales, cuando alguien lo empujó desde bambalinas hasta el escenario, Juan Felipa ni corto ni perezoso, se arrancara con unos versos del “Curioso impertinente”, una novela dentro de la novela del Quijote, que dicen así:

                                  Es de vidrio la mujer;
                                pero no se ha de probar
                                si se puede o no quebrar,
                                porque todo podría ser.

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