A una España joven —Artículo para Ideal Sierra Mágina, junio de 2024—

Hace unos días decidí escribir una carta. Un acto de lo más anacrónico y trasnochado, pensarán muchos. Y mira tú, que razón no les sobra, pues es harto improbable que sus verdaderos destinatarios la lleguen a leer. Precisamente por ello, estuve a punto de sustituir ese misivo fervor que me poseyó por un práctico y moderno meme, con el que, a bien seguro, mi mensaje iba a tener más recorrido. Luego recordé que, a pesar de la profunda alfabetización digital sufrida por este ser analógico venido al mundo en mitad de los sesenta del pasado siglo, lo de sintetizar en una fotografía acompañada de una frase jocosa, o en un vídeo corto y manipulado convenientemente mi habitual querencia al circunloquio —«más bien, pedantería», estáis pensando muchos mientras leéis esto— me supera. Así que decidí continuar con mi epístola dirigida ¿a quién?  


Esa era otra cuestión que me hacía dudar, no tanto del mensaje a transmitir, pero sí de los posibles destinatarios, cuando un artículo firmado por Nicolás Sartorius me llevó hasta aquel poema de Antonio Machado titulado «A una España joven». Porque, ya puesto, ¿por qué no mandar esta cosa viejuna de la carta a quien jamás se dará por aludido, y mucho menos por enterado?  


Pero permitidme un inciso aquí: si por casualidad hubiera alguien menor de cincuenta años leyendo este artículo, interesado en saber algo sobre el tal Sartorious, que eche mano a la Wikipedia. Explicar su trayectoria y valía a mí me llevaría varios artículos. 


A pesar del tiempo transcurrido (el poema de Machado data de 1914), este no solo me dio el encabezado —«Queridos jóvenes de España:»— sino que, además, fue trazando el armazón de mi discurso.  


Miembros de la asociación de senderismo «A pie de Mágina» en una salida por Sierra Mágina.



Hoy, como el de entonces, es un tiempo de mentira y de infamia para una siempre malherida y nunca finiquitada España, que ya no es tan escuálida, ni mucho menos beoda, pero que parece estar viviendo un continuo carnaval, tan grotescamente disfrazada como se nos presenta cada día. El ruido, siempre, tan nuestro, tan español, que disfraza la verdad con su indigencia mental. El ruido y la indigencia de medias verdades y mentiras enteras manejadas con magistral destreza por los de siempre, para que no acierte «la mano con la herida», que decía Machado. Porque, y cambiando de país, que no de problema —ni casi de país—, como decía un argentino al ser preguntado sobre la victoria electoral de Milei, su preocupación no era el nuevo presidente de la Argentina, sino la cantidad de «hijos de mil frutas» que hay como él en el mundo; eso es lo que le «cagó la vida».  


No os he dicho que esta carta la comencé a escribir hace unos días en nuestra querida Mágina, empujado por esa energía extra que nos da la madre tierra y, sobre todo, los encuentros con quienes fuimos algún día: adolescentes dispuestos a montar a pelo, no cualquier quimera, sino todas las quimeras de una misma tacada. Ese encuentro con nuestra propia gloria —la que encierran nuestras cumbres, y, sobre todo, nuestras gentes— lo propició la asociación de senderismo A pie de Mágina, constituida en Bélmez de la Moraleda, pero en cuyas salidas siempre te encuentras con gente del resto de Mágina, de toda la provincia, e incluso de fuera de Andalucía. Ese encuentro me trajo: primero, «mi juventud más joven» aireada por los versos de Machado que se pergeñaron allá en Baeza, mientras contemplaba los perfiles de Sierra Mágina; después, la decidida voluntad de aventurarme en proyectos dibujados en el intercambio de propósitos e ideas de quienes allí nos encontramos. Mágina o su aire que nos emborrache, para empujar entre todos los que la amamos el ruido y la indigencia. Mágina y los maginenses unidos en buena lid, para encaminarnos por el sendero del futuro, con muchas voces, con infinidad de matices, pero con la determinación y la fuerza de uno solo. 


Llegaba ya al final de mi carta, cuando me percaté que, aparte de a esos jóvenes que nunca la iban a leer, los jóvenes de la nueva/vieja España de la indigencia mental (la de dame tu dinero y te enseñaré a emprender como yo, pero con tu dinero. La de vótame y te bajaré los impuestos, mientras, a cambio, prometo cerrar el centro médico de tu pueblo. La de, si enfermas, no te preocupes, tu emprendimiento te da para que pagues el seguro de salud privado de mis amigos); aparte de a esos jóvenes con cuyo dinero y votos los de siempre seguirán comprándose medios de comunicación con los que seguir alimentando su indigencia mental —motosierra o caña de cerveza en mano, todo ello al carraspeado y colérico grito de «¡viva la libertad, carajo!», también iba dirigida a esos otros jóvenes que un día fuimos. Aquellos que nos marchamos, cada cual con el rumbo y con el brío de nuestra locura, convencidos, tal vez, de que nunca volveríamos 


Pues al parecer, estábamos equivocados. Aquí nos hemos presentado, con la armadura bruñida como un espejo y las botas de trekking bien atadas, para decir los versos de Machado: «el hoy es malo, pero el mañana… es mío».  




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