La política de verdad —Artículo para Ideal Sierra Mágina, diciembre de 2024—
Empieza a dolerme la boca de hablar en esta columna de «la política de verdad», que es la única que prevalece en el tiempo, tanto en las cosas como en las personas, ya sea a través de obras, infraestructuras, instituciones o leyes. Me refiero, como siempre, a la manera de hacer y entender la política que heredamos de la tradición griega: la política practicada en el ágora, en la plaza, en las calles de los pueblos. Un concepto a simple vista sencillo de entender, pero, al parecer, muy difícil de practicar por la mayoría de los ineptos que se reparten cargos y despachos más allá de lo munícipe; es decir, más allá de las entidades locales conformadas por los vecinos de un determinado territorio para gestionar autónomamente sus intereses comunes. Un ejemplo de todo esto que digo lo hemos tenido recientemente en la pronta, eficaz y resolutiva actuación de los alcaldes de los pueblos afectados por la DANA, dentro de sus posibilidades y medios disponibles, en comparación con la retardada e incluso fallida gestión de la mayor parte de los organismos del resto de administraciones competentes (autonómicas y estatales), que son además quienes cuentan con los medios materiales, personales y económicos en los ámbitos de la prevención y las emergencias.
No voy a caer aquí en hacer un reparto de culpas, aunque me gustaría advertir de que, intentar escurrir el bulto en una catástrofe natural (que derivó a su vez en una catástrofe generalizada de nuestros servicios públicos) con el típico «pío, pío que yo no he sío», no va a hacer más que retrasar la confección de un plan de emergencias que resulte eficaz en futuras actuaciones. Tal vez esto era lo que quería decir Rajoy con aquello de que « es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde», si tomamos la figura del alcalde como el más fiel depositario del ejercicio democrático: el voto de los vecinos, su confianza, puesta a disposición de los alcaldes (otros vecinos, al fin y al cabo) que, por lo general, procederán siempre teniendo en cuenta las consecuencias de su actuación en la vida de aquellos con los que han de verse las caras todos los días. Llegados a este punto, es cuando surgen los equívocos, motivados por la desesperación y la impotencia legítima de los afectados, aunque alentados por espurias intenciones de quienes pretende sacar partido —político o económico— de la solidaridad instantánea y espontánea del resto de territorios españoles con la zona del Levante que ha sufrido esta terrible inundación. Me refiero al lema de que «solo el pueblo salva al pueblo», en apariencia simplista e inocente, pero que blandido por según qué manos, se convierte en un arma cargada, con toda la intención, de confusión y caos.
Tampoco es nuevo que se localice en la trinchera de las redes sociales la procedencia de toda una batería de misiles cargados de bulos y desinformación, dirigidos en esta ocasión directamente a la línea de flotación del Estado. Nada que ya nos sorprenda desde la horda de streamers, youtubers e influencers varios. Pero por desgracia y en detrimento de la veracidad, como señala Ignacio Sánchez-Cuenca en su libro La desfachatez intelectual, muchos de los intelectuales españoles de «mayor prestigio» —creo que tomado aquí como sinónimo de popularidad— participan en el debate público de manera frívola y superficial. Para muestra, una perla publicada en Abc por el escritor Juan Manuel de Prada: «estamos mostrando al mundo que España es un Estado fallido gobernado por hijos de la grandísima puta (...). Si los españoles de hogaño no tuviéramos horchata en las venas, tendríamos que ahorcarlos y después descuartizarlos». Porque los De Prada, Pérez Reverte, Iker Jiménez o Soto Ivars entre otros entienden que ese tipo de mensajes van a ser aplaudidos por la opinión pública mayoritaria, reportándoles así infinidad de «me gustas» a sus entradas y artículos o un buen ratio de audiencia a sus programas televisivos.
Porque, ¿qué quieren decirnos «sus eminencias» con esto? No sé, que, como el Estado ha fallado, habrá que probar una solución alternativa, como, por ejemplo —y esto tampoco es nuevo en esta columna— la que ofrezca Alvise Pérez…
Y vuelvo al principio, en concreto a la celebración de quienes actuaron con eficacia, quienes ahora mismo son referente del camino a seguir en estos casos: el de «la política de verdad», expresión que sigo entrecomillando en un intento ingenuo de acotarle un cerco de seguridad, un cartel de advertencia por ver si de esta manera se piensan sus ladridos, no solo los manipuladores y tergiversadores habituales de nuestro cada día, sino además, toda la caterva de descerebrados y aplaudidores que los adulan.
Lo sé, no caerá esa breva, pero al menos, como cantaba Javier Krahe, habré dejado constancia de que este cuervo ingenuo no firmará la pipa de la paz con tú, por Manitú, hombre blanco que hablas desde tu púlpito con lengua de serpiente. Porque el problema no es la política; el problema es la mala política, y esta es tan venenosa que no hace falta ni entrecomillarla.
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