¿Cuánto cuesta el hierro? —Artículo para Ideal Sierra Mágina, marzo de 2025—
A propósito de Trump y sus ocurrencias, voy a contar una de mis «batallitas» de los años ochenta, acaecida —una vez más— en el Centro de Enseñanzas Integradas de Córdoba (antigua Universidad Laboral). Cursábamos por entonces COU: Curso de «des-Orientación Universitaria» lo llamábamos nosotros, entre otras cosas por la imposibilidad material de abarcar en un solo año lectivo la totalidad de los temarios de las correspondientes materias. En nuestro caso, como alumnos —por supuesto— de letras, era la asignatura de Historia la que se salía por completo de madre, ya que, bajo el enorme paraguas de su epígrafe (Historia Contemporánea) te podía entrar desde la Industrialización hasta la Guerra Fría, momento histórico en el que aún nos encontrábamos en aquel año de 1983.
Ante la imposibilidad material, como digo, de darlo todo en las clases, nuestro profesor de Historia, don Manuel Ángel García Parodi (hoy en día, catedrático jubilado de Geografía e Historia y profesor de Historia moderna y Contemporánea de la UNED) optó por detenerse de manera pormenorizada en la guerra civil española, y , sin embargo, impartir solo sendas clases introductorias sobre las dos grandes guerras mundiales, remitiéndonos al libro de texto para profundizar en nuestros conocimientos y, de paso, ir así tomando contacto con una metodología de trabajo bastante extendida en la Universidad. Pero, por otra parte, el bueno de Parodi quiso asegurarse de que tuviéramos una visión lo suficientemente fidedigna de lo que había supuesto para la historia de la humanidad la irrupción de los movimientos totalitarios y, en concreto, de su figura más destacada, Adolf Hitler.
Para ello se le ocurrió algo tan original y entretenido, que terminó por marcarnos de por vida a quienes fuimos sus alumnos de preuniversitario durante el curso 82/83: interpretaríamos una breve pieza de teatro llamada ¿Cuánto cuesta el hierro?, escrita por el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, quien, tras la llegada de Hitler al poder, fue instado a abandonar el país, estableciéndose en Suecia durante unos años. Fue precisamente allí donde, en 1939, estrenaría este drama en el que, a pesar de su carácter político, Brecht no persigue «enseñarnos» sobre política, sino que intenta sensibilizar al espectador respecto de ella, pues sus personajes, como la mayor parte de la sociedad, no discuten sobre política, sino que la padecen. No se plantean —como suelo hacer yo en esta columna cada mes— los problemas que la política y sus actores ocasionan, sino que, de forma casi inconsciente, sufren las consecuencias de esta.
La obra consta de cuatro actos. Los tres primeros corresponden al tiempo que ya ha pasado en el momento que Brecht la escribe. La acción se desarrolla en el interior del comercio de un tal «Svendson» (Suecia), dedicado a la venta de hierro. Allí se relata el atraco perpetrado al cigarrero, el «señor Austríaco». También el acoso sufrido por parte de la «señora Checa», zapatera de profesión. Al parecer, ambos actos los ha llevado a cabo un forastero siniestro y merodeador de lo ajeno (Hitler). Luego entran en escena la «señora Gala» (Francia), y el «señor Britt» (Gran Bretaña), quienes habían prometido proteger a la señora Checa, aunque su ofrecimiento resultó en vano. A todo esto, Svendson dice no sentirse amenazado.
En el último acto —el de lo que «va a pasar», pero que aún no había ocurrido cuando lo escribió Brecht— el año que marca el almanaque es «19??». Svendson se pasea fumando uno de los cigarros del señor Austríaco, mientras calza los botines de la señora Checa, ambos artículos recibidos por parte del forastero a cambio de hierro. De pronto, se escuchan cañones de guerra. El comerciante sueco corre entonces a borrar de la pizarra el precio ya alto de su hierro, para escribir en su lugar una cifra mayor, cuando entra el forastero y, apuntándole con un arma, le pregunta: «¿Cuánto cuesta el hierro?». Y Svendson, vencido, contesta: «Nada».
Ya lo decía Antonio Gramsci —a este lo leí en clase de Filosofía, también en esa misma institución de enseñanza pública en la que estudié— en uno de aquellos Cuadernos de la cárcel, escritos mientras permanecía en prisión bajo el régimen de Mussolini; que cuando el viejo mundo se muere, «el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Monstruos como Trump, Putin o Netanyahu, que nada tienen que envidiarle a los Hitlers, Mussolinis o Francos de antaño y que tan nefastos resultaron, como nos enseñó a descubrir por nosotros mismos aquel abnegado profesor de Historia.
Porque estos monstruos modernos no necesitan ponerle un arma en el pecho a nadie para lograr imponer sus ideas terraplanistas. No pierden el tiempo hablando con los aludidos para establecer modernos derechos de pernada sobre países ajenos. No se molestarán en escuchar a Europa mientras se defiende de unos injustos aranceles que, efectivamente, volverán a grabar las exportaciones de nuestro aceite de oliva. Porque, ¿cuánto cuesta el hierro? Pues eso, nada, o casi nada. Sobre todo, cuando los aliados de estos nuevos monstruos son Musk y Zuckerberg, quienes han reconocido, como Joseph Goebbels, que la verdad no existe y, además, poseen aparatos propagandísticos mucho más nefastos y definitivos que los que tenía el ministro de Propaganda de Hitler: las redes sociales, con las que dominan toda la información y manejan todo el conocimiento sobre cómo meterse bajo la piel de todo el mundo.
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