Los Pereiras
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uizá solo se trate de un
chascarrillo, de un bulo de taberna, de una simple anécdota que a fuerza de
repetición se ha ido vistiendo con alzas
y disfrazado con apliques de colores, para terminar siendo una fábula, un
cuento. El caso es que…érase una vez dos primos, dos primos orgullosos de ser
primos, dos primos orgullosos de ser “Pereiras”, aunque cada uno a su manera.
Todo sería de lo más corriente e intrascendental, si esta
historia de los primos Pereira se desarrollara en la parroquia de Furelos, allá
en la entrada del Camino francés a Santiago; o entre Alburquerque y Monsaraz, haciendo
equilibrios en la Raya hispanolusa,
donde se confunden Extremadura y El Alentejo; o en el desgarro de un fado, en la
mismísima Mouraria lisboeta.
El caso es que, esta conversación -cierta o inventada- transcurrió un buen día
de mediados de los setenta del siglo pasado, en una de las siempre entrañables tabernas
de Bélmez, alrededor de un plato de choto frito con ajos, ya con unos cuantos
chatos de “Nieto” entre pecho y
espalda.
Habló primero el mayor de los dos primos Pereira, a quien le bastaba con mojarse los labios en vino, tan solo un poco de combustible,
y de inmediato le prendía la mecha del orgullo familiar.
-Porque el abuelo Juan Lázaro era marchante de ganao, que vino haciendo
tratos desde Galicia hasta la Moralea. ¿Sabes?, aquí vio una moza de la que se
enamoriscó y pa siempre se quedó.
El otro pariente Pereira –porque “pariente” es la palabra
clave en el trato que nos dispensamos los Pereiras de Bélmez, sabedores de
nuestro común origen-, avezado en mil batallas de licitaciones y de despacho
propias de su negocio, se divertía sobremanera tocándole la moral a su primo,
pues en el pueblo era de sobra conocido el orgullo de pertenencia que sentía
aquel por su apellido.
-Que
no, chiquillo. Que era afilaor, de aquellos gallegos que venían pasando fatigas
por esos caminos de Dios, con su bicicleta y sus aperos. Y mientras remachaba
una olla rota, engatusó a una moza, porque tenía mucha labia…que luego le tocó
convencer a la madre…
Cuentan que se les hizo de noche con la discusión, que incluso
el paso de las horas y los chatos de vino, no hizo sino que se atrincheraran
cada uno en su empecinamiento. Y que en días de “ligá recia”, cuando te paras a resoplar porque ya no te entra más
caldo, si cierras los ojos y apoyas los codos en la barra, podrás escuchar el
eco de su eterna trifulca.
El caso es que,
marchante, afilador, vagabundo, aventurero o simple aparcero de los Carvajales,
los señores de Jódar, alguien oriundo de Galicia llamado Lázaro Pereira, fue a dar con sus huesos
en la Moraleda un buen día allá por el 1500. ¿Que por qué se quedó?...quizá
nunca lo sepamos: la tierra, el agua fresca del Pozo del Nacimiento, el trato
afable de las gentes de Bélmez, los ojos misteriosos de aquella serrana…o una
mezcla de todo.
Desafortunadamente, el archivo eclesiástico no
arroja toda la luz que necesitaríamos para aclarar el asunto, encontrándose
misteriosamente la hoja del apellido Pereira arrancada e incompleta. Por lo que
respecta a la rama de la cual provengo, mi hermano Miguel Ángel logró
remontarse hasta la novena generación, al Gregorio Pereira de 1793. Aunque
indagando en los Montávez o Montabes –otro de mis ocho apellidos- aparece una
tal Catalina Pereira, madre de Miguel Montabes, nacido en 1567, como claro
ejemplo ya de endogamia en nuestro pueblo.
En portugués, y en gallego, Pereira significa “peral” y,
como bien nos apunta Antonio Tabucchi en la nota a la décima edición italiana
de su novela Sostiene Pereira, es un
apellido de origen judío, como todos los de árboles frutales. Por eso no nos
tiene que extrañar para nada a mis parientes y a mí, que en su errante
deambular, uno de aquellos judíos conversos por obra y gracia de Isabel y
Fernando –tanto monta, monta tanto-, terminara dando con sus huesos en la
Moraleda.
Y continuando con mi pariente en la ficción, el viudo, cardiópata
e infeliz Sostiene Pereira, sostiene Tabucchi, el autor, que su personaje salió de una pequeña
pieza teatral de Eliot titulada What
about Pereira?, en
el que dos amigas evocan, en su diálogo, a un misterioso portugués llamado
Pereira, del cual nunca se llegará a saber nada. Así pues, puede que, de igual
manera, el ancestro Pereira de Bélmez de la Moraleda continúe siendo un misterio, por los siglos de los
siglos.
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