Sierra Mágina: territorio literario
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ierra Mágina, ese territorio
literario que se abrió aquel invierno ya lejano ante un adolescente Antonio
Muñoz Molina, con “sus vocales rotundas
como una luz de mediodía, sus duras consonantes tan cortadas en ángulos como
las piedras en las esquinas de los palacios de piedra color de arena, amarilla
en el sol de la mañana, cobriza en los atardeceres, casi gris en los días de
lluvia”. Ese nombre extraño y mágico -¡siempre mágico!-, que alguna vez sus
labios musitaron con cierto aire de nostalgia, en el quicio de la ventana de su
apartamento de Manhattan, mientras, como si de un cuadro de Hopper se tratara,
la hiriente claridad de la mañana le obligaba a cerrar los ojos.
Sierra Mágina, ese mismo territorio de “fortalezas desertadas por el tiempo” que
surca serpenteando la poesía de Adelaida
Porras Medrano, “en el azul del mar de Mágina”. Que es
también un mar de angustia contra el que Ana
Belén Gómez Bódalo rompe el llanto de sus pesadillas; esas mismas que le
hacen encaminarse, como a un muerto
viviente, hasta las Caras de Bélmez. ¿Y por qué no?, un tótem altanero de
perfil caprichoso e insinuante, que nos atrae y nos derriba con Ángel Rodríguez Martín, ya preso de por
vida del ¿magnetismo de Mágina o de una maginera? O también, el abrazo largo y
cálido de las letras de Ángela Penagos
Londoño, a través de su viaje de complicidad y hermanamiento desde Medellín
a Jódar; desde Antioquia a Andalucía.
Este territorio marcó a fuego con su sello inconfundible a quienes aquí nacimos, como a Antonia Martínez las historias de su calle Mirabuenos, otrora
empedrada como muchas de Huelma, “que serpenteaba
cuesta abajo desde El Barranco casi hasta los aledaños de La Cruz”. Pero
también a quienes con unas intenciones u otras, se adentraron en sus sinuosas
carreteras e hicieron parada y fonda en sus pueblos, para quedarse como García
Márquez, maravillados por las
historias que la tradición oral ha ido transmitiendo, generación tras
generación, de madres a hijas. Y si no, que se lo pregunten a Ángeles Cantalapiedra.
La literatura de Sierra Mágina está, como no podía ser de
otra manera, protagonizada por aquellas mujeres recias a la vez que delicadas.
Por aquellas madres, hijas, esposas, queridas…con la piel curtida por el viento
en contra de una sociedad intransigente y pazguata, a capricho del hombre.
Pero, como Antonio Miralles nos
enseña, hasta en “La vida oscura”, siempre
había un resquicio por el que se colaba la luz, el amor, el deseo...todo lo que
una mujer no se podía permitir, aunque alguna vez sus anhelos habitaran de manera furtiva
una calle de Jimena, una esquina de Torres, o algún dibujo de Antonio Ortega Peñas.
Esta tierra enraizada en la noche de los tiempos, esta
tierra fronteriza entonces, ahora y siempre, donde Carlos Vásquez-Zawadzki hace sonar de nuevo los tambores en las razzias más nombradas de Almanzor,
mientras Antonio Reyes Martínez señala
con su índice, entre las adelfas y el río Cuadros, la certeza granítica de un
hórreo andaluz; aquel que nunca debió salir de Galicia. Así, entre poesía y
relato, entre semblanza y reflexión, hemos llegado a Bedmar. Y mientras damos
buena cuenta de morcillas y butifarras, Cristobal
Triguero Herrera, como buen anfitrión, nos desgrana los secretos de aquellas "matanzas" en familia, mientras su hijo, Cristobal
Triguero López, el niño pintor,
nos enseña sus asombrosos e inquietantes dibujos.
Los autores de este libro reivindican a golpe de palabra
esta tierra para la causa literaria. Encarna
Gómez Valenzuela alborota un taller de jóvenes costureras, con la
inconfundible melodía de un afilador, que ante ellas se pavonea entre el
chisporroteo de las tijeras contra la piedra. Y Evaristo Cadenas Redondo viaja hasta París en uno de aquellos
trenes de emigrantes, donde se hermanarán para siempre una joven de León y
otra de Mágina, que nos recordará misteriosamente
a la Isabeleta que en el relato de Fermín
Fernández Belloso, descubre el secreto bajo la alfombra del despacho de la
abuela. Pero este, quizás sea un caso para consultar con la “Mamapaca” de Flori Tapia,
aquella “mujer recia y morena como la
sombra”, con su verbo meloso y sus artes adivinatorias.
Treinta
y ocho autores en total, con sus distintas visiones y perspectivas de esta
tierra de aristas y contrastes, que lo mismo es vista desde una nave espacial
camino de Plutón –Fernando R. Ortega
Vallejo-, que desde el prisma de ese investigador, ratón de biblioteca,
indagando en la vida secreta del escritor Juan Valera y su “Dama griega” –Gabriel Neila-.
Hasta nos da para una apasionante road
movie protagonizada por la escritora, fotógrafa y, sobre todo, aventurera Gloria Nistal Rosique y nuestra
coordinadora –nuestra “Soco”-, Socorro
Mármol Brís.
A estas alturas de “Sierra
Mágina: territorio literario” hace su aparición el entrañable testimonio de
una de esas mujeres especiales y luchadoras que solo pueden existir en esta
tierra. Se trata de Isabel Expósito Fuentes, quien nos narra en primera persona una
parte de su historia dedicada a un hombre de gran valía e inteligencia
excepcional, que cambiaría para siempre la producción de aceite de oliva con
un sistema revolucionario, desterrando de las almazaras los capachos de
esparto. Ese hombre fue su padre, Miguel Expósito Caparrós. Y después, Jesús Barroso nos trae con su poesía la
memoria de su Jódar natal, con los anocheceres del Aznaitín, los camareros del Bar Avenida
y aquella librería que regentaba el hombre rebelde. Tampoco podía faltar su inseparable
compañero, y sin embargo amigo, en la arqueología musical. Me refiero a José Nieto Serrano –cofundador junto a
Barroso en 1972 del grupo de música tradicional “Andaraje”-, quien nos desgrana magistralmente las coincidencias a
lo largo de las diversas culturas en las canciones de invierno, en las
canciones de Navidad.
Es una sensación muy agradable, de verdad, encontrarse con
autores allende los mares, como es el caso de Juan Revelo Revelo, quien nos “revela” la vida y milagros,
infortunios y amores, alegrías y desengaños de María Sánchez de Carvajal, “La Mariscala”, una “sierramaginense” en la Conquista de
América. O leer a continuación las aventuras de aquellos aceituneros negros
alfabetizados de Sierra Mágina, que Justo
Bolekia Boleká narra como si contara cantando una vieja historia bubi de
su Bioko natal–antigua Fernando Póo-.
Tampoco podían faltar en este libro esos seres increíbles que
pueblan el imaginario de Sierra Mágina. Y así es como, de manera delicada y
elegante, para que no se alboroten y enreden en las páginas del libro con sus
diablurías, la pluma de Juani Jiménez
Fuentes va perfilando la silueta de los Minguillos,
esos seres bajitos y cascarrabias como un hurón; ágiles y escurridizos como un conejo, que alguna vez a bien seguro, se cruzaron
en el objetivo de don Arturo Cerdá y Rico, cuya pasión por la fotografía nos
relata minuciosamente Laura Hernández
Muñoz. Y aunque a
veces es casi tan escurridizo como un Minguillo,
Luis Alberto Alcalá Martos, nada
tiene que ver con ellos. Él es un alma
blanca, el otro ángel del proyecto junto a Cristóbal, el niño pintor, para
venir a representar los pasajes más
entrañables de nuestro libro. ¿O me equivoco?, porque creo que en este libro
hay tres niños. El tercero se encuentra escondido en la casa a medio derruir del barrio de Andaraje de Jódar, escenario de la
narración de Teresa Góngora Gámez, y
a quien ayuda a dibujar su relato.
Las numerosas
simas, escondrijos y cuevas de Sierra Mágina, también se han dejado ver en
estos textos. Por eso, María Vilalta,
emulando a Alonso Quijano en la de Montesinos, hace revivir a su enamorado
espeleólogo aquel pasaje cervantino, mientras que por otra parte, asistimos con
Socorro Mármol Brís al momento
histórico de su bautizo como Gaviola de
Aznaitín, en una muy sonada expedición a la Cueva del Murallón, en la
Serrezuela de Bedmar, que entre el delirio y la realidad, vivió personalmente allá por los años sesenta.
Porque
Sierra Mágina es, como dice el escritor huelmense Juan de Dios Villanueva Roa
en la entrevista que para este libro le
hace su paisana Maribel Marín Jiménez,
“una fuente literaria inconmensurable”.
Tan pronto nos encontramos con una historia de amor imposible, protagonizada por
el insigne oftalmólogo Juan Martín Alguacil –Maty Vilchez Cejudo-, que nos vemos inmersos en uno de esos enredos
de hermanas que no lo parecen –Ondina Zea-.
Porque Sierra Mágina es capaz de aparecer redescubierta por Pedro Arturo Estrada como un pueblo
escondido en “sus parajes de ariscada
soledad”, donde se encuentra el acento más puro de nuestra lengua, el mismo
que Ridha Mani pretende ahogar en un
pozo antes de cerrar los ojos para volver a verla de nuevo.
Este libro, como bien apunta su editor Basilio Rodríguez Cañada, espera aportar un grano de arena más, para que Sierra Mágina y su entorno ya formen parte de la Historia de la Literatura. Un libro donde tampoco nos faltan las espléndidas imágenes de Francisco Vico Aguilar, “Tito” -siempre escrutando los cielos de
Mágina- y que desprende, en todas y cada
una de sus doscientas noventa y siete páginas, la locura que por su tierra
siente esta gavina que se perdió tierra adentro y se hizo panciverde, Socorro Mármol
Brís, nuestra “Soco”, nuestra esforzada coordinadora. Este
paisaje literario de Mágina, donde también podréis descubrir, allí en una
esquina, asomado al borde de sus pesadillas, a aquel “niño de las Caras” que algún día fui.
Magnífica reseña, amigo. Buen trabajo. Te felicito. Lo has trabajado concienzudamente.
ResponderEliminarGracias, compañera. Que vaya bien la presentación.
ResponderEliminarEste Juan es minucioso y entrañable. Sigue escribiendo así, querido Juan
ResponderEliminarMagnífica crónica de un libro en el que has dejado tu impronta con maestría, Juan
ResponderEliminarGracias, maestra.
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