Cuatro funerales y una boda -Artículo de Ideal Sierra Mágina e Ideal Jaén, octubre de 2019-

A pesar de haber sido muchas veces derrotado –que no vencido-, uno se siente un tipo con fortuna, y todo ello no obstante las heridas recibidas que, junto a la desazón que ocasionaron, conforman el mapa de la experiencia. Porque la vida, maestra en el racionamiento, también nos provee de nuestra pequeña dosis de felicidad, cuyo éxtasis suele coincidir –en la mayoría de casos- con ese preciso instante en el que te percatas de haber encontrado a alguien con quien estás dispuesto a pasar el resto de tu vida, como decía la canción de Javier Krahe, ocupándoos de un mar pequeñito y particular, pero no por ello menos revuelto y azaroso.  

Y así, entretenidos en dichos menesteres, procurando delimitarlos y definirlos, para no andaros pisando los papeles y estorbándoos en las tareas, el resultado ideal debiera ser el equilibrio. Lo mismo da que sea una parte la que se ocupe  con su ímpetu y energía de las idas y venidas de las olas o que sea la otra quien vigile la hora de la pleamar. Siempre además, con el trabajo repartido, donde la una habrá de  cuidar los troncos, frutos y flores y la otra regar lo escondido o al revés. Por supuesto, eso es difícil y cansado, por lo que al llegar la noche, para poder mantener el equilibrio de las cargas y contrapesos, descansaréis una parte en la otra o viceversa-
  


Ese es en esencia el compromiso de una pareja, obren de por medio contratos civiles, uniones de hecho o ceremonias eclesiásticas (en las que, por cierto, nuestra provincia suele encabezar la clasificación nacional): el reparto de lo bueno y lo menos bueno; del placer y del trabajo, ya se conformen con una simple rúbrica, un pacto de sangre o una solemne misa, sucedidos de un largo y maravilloso beso o un fastuoso banquete. 

¡Ay, el banquete!, ¡llegamos a la cuestión del banquete! Porque en verdad, qué lejos quedan de los bodorrios de hoy en día aquellos convites de antaño despachados con cuatro dulces y unas botellas de anís, mientras un viejo acordeón o un par de bandurrias desafinadas amenizaban un baile preñado de ilusiones y expectativas, pues «de una boda salían ciento». Aunque, si se estiraba un poco el padrino y se rascaba el bolsillo, se podía terminar danzando al son de una orquesta como la «Oasis», afincada en Bélmez de la Moraleda, pero conocida en toda la zona sur de la comarca de Sierra Mágina. Estaba formada por el joven trompeta Sebastián Valero –natural de Huelma y que con el tiempo sería un reconocido compositor y maestro nacional de música-, junto a Bernardo Robles a las maracas, Juanito Valero a la batería, Cristóbal López al saxofón y Antonio Fuentes al clarinete. Ellos hacían bailar a los invitados al ritmo de los éxitos del momento, como el famoso «Begin the beguine» de Cole Porter o aquel otro hit patrio que popularizó la Radio Topolino Orquesta, «Mi casita de papel» , sin dejar de lado los valses, los pasodobles e incluso los corridos como el conocidísimo por entonces «Vuela, vuela palomita». 
Orquesta «Oasis»: Sebastián Valero a la trompeta, Bernardo Robles a las maracas, Juanito Valero a la batería y Antonio Fuentes al clarinete.


Dichas celebraciones nupciales eran en realidad la excepción, pues cuando tu único patrimonio consistía en un par de manos curtidas en el campo, te «llevabas a la novia» o «te ibas con el novio», que tanto montaba que montaba tanto. Sin embargo, tras la Guerra Civil, esta práctica emancipatoria por la vía rápida fue perseguida con verdadero ahínco por parte de la iglesia católica. Así, en 1944, el recién nombrado obispo de la diócesis de Jaén, don Rafael García y García de Castro, insistía en que las diferentes parroquias procuraran «apartar a los concubinarios de tan mala costumbre», teoría que llevada a la práctica constituía un ominoso escarnio para los amancebados; lo más probablees que el varón terminara dando uno o dos días con sus huesos en la cárcel del pueblo. Una vez cumplido el castigo, se procedía a casar de tapadillo a la pareja, utilizando para ello la sacristía, mediando una liturgia impartida no sin cierto desdén, que no los eximía de pasar la vergüenza de una buena bronca disfrazada de sermón.  

En la actualidad, la vida social de nuestros pueblos no se puede resumir con el título de la famosa película «Cuatro bodas y un funeral»; ni siquiera con una secuela que se titulara «Dos bodas, dos arrejuntamientos y un funeral». Por desgracia, la continua erosión de la economía rural, el inevitable envejecimiento de la población, así como la falta de alternativas viables que logren un porvenir atractivo para la gente joven en nuestra comarca y en toda esa infinidad de comarcas de esta España desvencijada y a medio desmantelar, hace más acertado para nuestra versión de la película de marras, el título de «Cuatro funerales y una boda».  

Solo nos queda una última esperanza, y es que, esa solitaria boda, ese único momento de celebración, contagie nuestros pueblos con su luz; que el eco alegre de su música nos ofrezca el brío suficiente para poder mantener encendido por mucho, muchísimo tiempo, el latido del corazón de Mágina. Yo al menos, así lo procuro: apurar todas las dosis de felicidad que la doctora vida me recete, por muy rácanas y escasas que parezcan. 





Dedicado a Patricia y Antonio: que la vida os dé muy buenas dosis de felicidad, pareja. 

Comentarios

  1. Estupendo,como siempre,Juan.Esta pareja,seguro,que conservará tu escrito,como un buen regalo.Haces un análisis de tiempos pasados a la actualidad, con un mensaje de esperanza tanto de nuestra comarca,como a nivel individual, tratando de aprovechar los momentos de felicidad que la vida nos presente. Un abrazo

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