Tiempo de silencio -artículo de Ideal Sierra Mágina, octubre, 2020-

    Para alguien con ciertas pretensiones literarias, el silencio es un lienzo sobre el que dibujar con palabras el paisaje de los pensamientos. Es el trazo de la línea errante del alma. Así, a no ser que este «no decir» se deba al temido bloqueo del escritor, el callar aquello que no se quiere, no se debe o no se puede decir, siempre ha terminado enriqueciendo lo dicho o escrito, precisamente por lo que se dice sin decir; por lo que leemos entre líneas. 

    Este tiempo de silencio, nada tiene que ver con aquel silencio de posguerra, forzado y opresivo que aparece retratado en la novela homónima de Martín Santos, sino con el propósito tácito y voluntario de sustanciar las palabras con la observación y con la experiencia. 
    
   Hace ahora tres años, entró en mi buzón el mensaje de un joven miembro del grupo de Facebook de Bélmez de la Moraleda, quien entonces me pidió que no revelara su nombre, aunque hoy sí lo diré. 

 Empezaré hablando de sus anhelos, de sus pasiones, y hasta del respeto que se adivinaba en aquellas palabras suyas. Pero, sobre todo, hablaré de lo que para él significan sus raíces. 

   Mira, no sé si me conocerás, pero soy un hijo de Bélmez de la Moraleda. Sinceramente, alguien que se presenta como un hijo de Bélmez de la Moraleda ya merece de por sí toda mi atención. Me hablaba a continuación de su abuelo, sus tías, su madre, de su familia de la Moralea, no sin dejar de mencionar el mote, ese apéndice que aún cuelga del nombre en los pueblos y que meneamos con orgullo, cuan rabo de perro ocioso. 

    Tengo una afición, que es reconstruir castillos antiguos. Y cómo no, siendo de este pueblo, me he empeñado en reconstruir cómo sería el castillo de Belmez.

      Esa palabra dichosa —afición—, esa palabra con la que —volviendo al silencio y las palabras calladas, a lo no dicho y a lo sobreentendido— decimos con la boca chica, intentando no llamar la atención sobre lo que en verdad nos mueve y apasiona. Porque indagando e intentando conocer un poco más de nuestro joven y, de momento, anónimo amigo, descubro que sus estudios tienen que ver de una u otra forma con esa querencia por la reconstrucción y la conservación.




    Reconozco la envidia y admiración a la vez, que produce en mí este afán suyo por permanecer en la sombra, haciendo así más visible y hasta resplandeciente su aportación a la reconstrucción de nuestra historia, que es la suya. Incluso me asombra que, siendo tan joven, ame con tanta decisión sus convicciones, terminando por compactar en una pieza única su identidad con sus raíces. Y, por el contrario, me veo como yo era a su edad, con mis reticencias a todo lo que olía a pasado, con mi rechazo a todo lo que me recordara a tradición, a historia y a Bélmez.

     No hace muchos años, durante su pregón de las fiestas de agosto, nuestro paisano Juan Montabes Pereira, catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada, habló de ese viaje que, como Ulises en la Odisea, todos estamos obligados a emprender de manera irremediable sin que quepa renuncia, para darle así sentido a nuestra vida, partiendo del desapego y la negación de lo propio, hasta cerrar el círculo un lejano día, ya viejos pero sabios, con el regreso a las costas de Ítaca, a la falda de la Sierra Mágina.

      Entonces, mi insolencia más que mi juventud, me tenía, como al arrogante Ulises, anonadado por cantos de sirena, que me impedían apreciar en toda su grandeza y verdad los versos del poeta Cavafis recitados aquella noche por Juan Montabes. 

Ítaca te brindó tan hermoso viaje. 
Sin ella no habrías emprendido el camino. 
Pero no tiene ya nada que darte. 
Aunque la halles pobre, 
Ítaca no te ha engañado. 
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, 
entenderás ya qué significan las Ítacas. 
 
      Ahora nos toca devolverle a la pobre Ítaca, a la pobre Bélmez de la Moraleda, a la pobre Mágina lo que ella antes nos dio, para que siga brindando su hermoso viaje, para que siga mostrando el camino a las generaciones venideras. Por eso, mi joven amigo —que ahora sí diré tu nombre— Miguel de la Torre Pérez, tu magnífica reconstrucción virtual del castillo de Belmez, a raíz de la muy encomiable labor de investigación de Nicolás Navidad Jiménez, debiera ser la primera piedra de su reconstrucción real. ¿O es que vamos a dejar que el silencio siga llenando el tiempo de sus piedras hasta hacerlo desaparecer definitivamente? 

     Pues de momento, amigo Miguel, parece que sí, porque ya te habrás enterado: nuestro querido castillo acaba de ser incluido en la Lista Roja del Patrimonio que elabora la asociación Hispania Nostra (www.listarojapatrimonio.org) y que recoge cerca de 800 monumentos españoles que corren el riesgo de desaparecer si no se actúa de inmediato.


      No toca ahora echarnos la culpa unos a otros —Administraciones, partidos políticos, particulares que se sirvieron indebidamente de sus piedras, sociedad en general de Bélmez de la Moraleda…—; hace mucho tiempo que no es esa la melodía que debemos tocar, de verdad, dejémonos de esa cantinela. Y es que sigue siendotiempo de silencio; que lo que toca ahora es hablar menos y actuar de una vez por todas.

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