De las mujeres fieles a sí mismas

          

Soco Mármol Brís, escritora.

            Poco, por no decir nada, os puedo descubrir a vosotros de Soco Mármol Brís. Sí os diré, para quienes no lo sepáis, que Soco es mi maestra, mi mentora, y junto a Gloria Nistal Rosique, ambas mis madrinas literarias, y tantas otras cosas de las que no hablaré. Porque la cuestión hoy no es qué pueda decir yo de Soco, sino qué nuevas nos trae este magnífico último libro suyo, llamado «Virgo Fidelis».  

Cinco generaciones de una familia sui generis con un intrincado árbol genealógico —de ahí que la autora nos lo dibuje al principio del libro, aunque ya os digo, que de nada os servirá—. Cinco generaciones, cuyos inconfesables secretos —como en toda familia que se precie— siempre suponen un peso que se siente y que atenaza a los supervivientes desde esa galería de los retratos donde ha quedado la intangible pero palpable compañía de los muertos que no encuentran el descanso.  Para más inri, el buen oficio de la escritora Soco Mármol nos lo viene a complicar aún más para el bien del libro: continuos cambios de tiempo, distintos narradores, distintos registros del idioma que nos pueden dar una pista de la laboriosidad que habrá supuesto escribir esta obra.   


Un libro viajero en el tiempo —a lo largo de dos siglos y lo que llevamos de este—, que, partiendo desde Mágina, pasa por Biarritz, sobre todo por Roma, y por Bogotá, y por Madrid, pero que siempre regresa a Mágina, y en particular a un nimio pedazo de tierra donde apenas caven un chozo, una higuera, unas cuantas malas yerbas y una oliva de cuatro pies, la «Bien plantá», constituida en narradora omnisciente —aunque siempre ayudada por otros personajes en esto del contar—.  


 ¡Ay, los personajes femeninos de Soco! Mujeres que encuentran su sitio porque lo luchan; mujeres enzarzadas por su independencia; mujeres investidas de determinación y de arrestos; mujeres que se equivocan por sí mismas; y que sufren y padecen por lo errado y por lo impuesto por la sociedad que les ha tocado vivir. De ahí su deambular en busca de una redención que habrán de darle los vivos, si es que consiguen darse alcance unos a otros a través de las distancias del tiempo que los separa.  


Portada de Virgo Fidelis, editorial Sial Pigmalión, 2020.


No hablaré mucho de los hombres de esta novela, que los hay de todos los gustos y colores, para centrarme en algo que la autora, a mi parecer, quiere recalcar, o a mí me lo parece: el peso de ese hombre del pasado que ya no cabe en nuestros días, pero que se empeña en no morir de una puñetera vez, machacando y acomplejando al hombre bueno y sensible del futuro, frustrándolo e intentando malograr su devenir.


Mientras leía «Virgo fidelis» he tenido la sensación de que la novela contenía toda la sabiduría del mundo. Más aún, si la cosa nos viene de una oliva, el árbol más viejo y más sabio del mundo. Como diría ella, la «Bien plantá», esas son las ventajas de ser oliva, que se es sabia y conocedora de lo que acontece alrededor y más allá, mientras se echa hacia abajo tanto o más de lo que por encima te emerge.  


Y para apostillar la sabiduría que rezuman las páginas de «Virgo fidelis» están las propias palabras de uno de los personajes más entrañables y más magineros que hay en la novela, la leal hasta la eternidad, Isabel: 

 «…los humanos somos igual que las olivas; si queremos ser de utilidad, todos precisamos de un buen laboreo de reja, de azada, de riego, de amocafre, de hachuela o de rastra, desde que nacemos hasta que fenecemos, para poder mantenernos en condiciones de vivir y de pensar sin demasiados extravíos. Pero si hay algo que de verdad nos enmienda, cuando, por lo que sea, se nos cuela en el alma la palomilla, barrenándonos el reposo, es meterles fuego a los malos pensamientos para que lo que rebrote no venga carcomido de miseria y de barrenillo». 


No quería dejar de pasar por alto el dominio del lenguaje de esta gran escritora nuestra, capaz de hacerle hablar a una oliva con los giros y palabras del siglo XIX, a una sirvienta con todo el gracejo y el vocabulario de Sierra Mágina que Soco ha ido recopilando a lo largo del tiempo de una manera primorosa y, se podría decir, academicista en su «Expresionario de Mágina». Y por qué no, capaz de rematar su destreza sin desentonar en el decir de esta lengua nuestra allá por tierras colombianas. 


Pues lo dicho, que esta labor, no sé si de frivolité o de filtiré que nos presenta Soco Mármol en «Virgo fidelis» tiene tanta y buena enjundia, tanto que contar, que enseñar, donde, además, la intriga va creciendo a medida que la autora va sacando todos los hilos precisos antes de meterse en primores de aguja y dedal, que si por mi fuera, como lector, me quedaría para siempre escuchando lo que se cuentan los árboles, unos a otros, a la sombra de la «Bien plantá». 


¡Ah! Y recordad una cosa siempre; que en todas las familias cuecen habas.  

Comentarios

  1. Mil gracias, mi querido lector de . Juan Cano Pereira. Tus palabras me animan a no olvidarme de nuestro particular lenguaje; el de nuestra infancia. Creo que lo interioricé tanto que ahora es como un venero, que se empeña en brotar a borbotones. Yo diría que me sucede como a ti en tu novela . Poco a poco vamos vaciándonos de lo que nos llenó a plenitud.

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