De indignación y regresiones —artículo de Ideal Sierra Mágina, marzo-2021—

 Hay una novela corta de Muñoz Molina —En ausencia de Blanca— que define muy bien esa sensación que teníamos cuando de niños llegábamos desde nuestros pueblos de Sierra Mágina hasta la capital jienense en aquellos destartalados autobuses de entonces; máquinas antediluvianas de motores taquicárdicos, cuyo ruido infernal se nos cogía al corazón en cada curva. Nos bajábamos somnolientos y ateridos en la antigua estación de autobuses, donde de inmediato se montaba un extraño comité de bienvenida: comensales en la cafetería que sabían utilizar a la vez cuchillo y tenedor y viejos merodeándote la chorra en los urinarios. Tanto a Muñoz Molina —tal vez ensimismado en la Mágina de sus novelas— como a nosotros —tal vez apocados por la Mágina de nuestras realidades—, Jaén nos daba miedo, puesto que siempre que viajábamos hasta ella era por motivos de médicos o de papeleos. Pisar sus calles nos «traía un peligro y un olor a enfermedad, o de oficina sórdida donde funcionarios hostiles» nos tenían esperando toda una eternidad para compulsarnos una nadería oficial.  


Estos días en los que Jaén se siente tan agraviada como siempre, pero parece que por fin más indignada que nunca, ha regresado a mi memoria aquel tiempo mustio: con sus viejos de mirada lujuriosa y bragueta abierta; con sus funcionarios malafollá y su «vuelva usted mañana» escrito en la frente. Claro que, los más jóvenes dirán que mis historias son cosas de un boomerde un señor mayor que no se da cuenta que Jaén no se parece nada a la de los años setenta, cuando si querías estudiar una carrera que no fuera Magisterio te tenías que marchar a Granada o a Córdoba. Porque, afortunadamente, Jaén posee ahora una oferta universitaria amplísima, de donde están saliendo los jienenses más preparados de nuestra historia. Y llevan toda la razón del mundo, que tenemos unos jóvenes con una formación excepcional, pero que, para variar, siguen teniendo que hacer lo mismo que antes hicimos tantos otros: irse fuera a buscarse la vida.  





En esta ocasión, tras recibir el enésimo revolcón con la cobra del AVE —por cierto, ¿en qué quedó lo del Puerto Seco de Linares y el Puerto de Motril para impulsar la construcción de una línea ferroviaria Jaén-Granada-Motril que iba a conectarlos con el Eje Central del Corredor Mediterráneo, clave para el transporte de mercancías y para el triángulo logístico Andújar-Bailén-Linares? —. Pues eso, que la sociedad jienense, escarmentada de tanta paletada de ninguneo que se le ha echado una y otra vez encima, ahora había aunado fuerzas para conseguir subirse por fin a algún tren o tranvía que la encaminara hacia un futuro de trabajo y prosperidad, con un proyecto ilusionante, que no iluso. Un trabajo serio, completo y muy sólido, que de nuevo ha sido tumbado, aunque al parecer, en extrañas circunstancias.  


Y Jaén se ha indignado con toda la razón de este mundo y del de más allá. El cabreo es tal, que hay quienes piden la dimisión en bloque de todos los cargos públicos locales y provinciales, aunque otros, descreídos de la llamada vieja política, claman porque las plataformas ciudadanas —que tanto se han involucrado en este enésimo y último proyecto hacia la nada— den un paso al frente y se constituyan en partido político, provocando que el «Jaén levántate brava» del poema de Hernández se desprenda por fin del papel y se convierta en una lluvia de votos que le moje la cara a los mandamases de Sevilla y de Madrid.  


Y en este punto, me vais a permitir que regrese a mis batallitas de boomer, para recordar mis tiempos universitarios precisamente en nuestra vecina Córdoba, a cuyas ascuas se ha terminado de acercar la sardina que el Ministerio de Defensa nos había pasado antes por delante de nuestras narices. Allí tuve el privilegio de recibir las clases magistrales de Derecho político del catedrático José Acosta Sánchez, considerando desde entonces como propio el sentido social con el que investía, no solo sus enseñanzas, sino también cada acción, cada gesto suyo. Él fue además el primer y único político de un partido andaluz —Partido Socialista Andaluz, posterior Partido Andalucista— que ocupó escaño en el parlamento catalán, donde fue capaz de sacar de sus casillas una y otra vez al «molt honorable senyor president» Pujol. 





Salvo Acosta, mis referentes siempre han estado lejos de las aulas y de la política, pero si alguna vez la política tuvo pátina de dignidad en este país, fue por hombres como él. Hombres que, primero por formación y después por proceder, tenían el extraño y escaso gen del sentido de lo público y de la justicia social, por si les apeteciera tomar nota a quienes estén en este momento tentados por meterse en política; así como a quienes, estando en ella, anden dándole vueltas a si sus actuaciones han estado a la altura de la confianza depositada en ellos por sus votantes.  


 Por lo demás, el resto de mis profesores de la Facultad —incluida una de las adjuntas del señor Acosta, hoy en día vicepresidenta del gobierno y centro de todas las iras de los jienenses en este asunto que nos atañe—, todos forman parte de mi particular limbo de malos, e incluso, nulos enseñantes sin nada digno que ofrecer. 

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