Mucho ruido —artículo para Ideal Sierra Mágina, agosto de 2024—

               Está visto, hijo mío, que tú y yo no hablamos en el mismo idioma. Utilizar, utilizamos las mismas palabras, pero al parecer con distinto significado. Porque, por poner un ejemplo, está claro que mi «ahora» en tu cabeza cambia de significado según el momento: unas veces se corresponde con «nunca», otras con «tal vez» y las menos con «mañana». Y no es que, de repente, te hayas levantado no entendiendo nada de lo que yo diga porque lo que es hablar entre tú y yo, hablar, quien habla, soy yo; tú solo farfullas y maldices para el botón de tu camisa, mientras te ajustas bien a las orejas los auriculares inalámbricos de tu móvil—. 

 Esto ha necesitado su tiempo, una maduración de años a la que hemos contribuido ambos: yo con mi silencio de entonces, o al menos con mi inacción; y tú… tú siendo lo que te tocaba ser en cada momento, pero ahí, a tu monte, sin nadie que te reprochara, sin nadie que te corrigiera ni lo poco ni lo mucho.  


Para que veas, y ahora voy y me acuerdo yo de lo de hablar. Ahora que ya tienes dieciocho y, dice la Constitución, que ya eres mayor de edad… mayor de edad… ¡qué sabrás tú qué es ser mayor de edad!… ¿Votar a los de «Se acabó la fiesta»?… Pero sí, parece ser que llego tarde para hablarte de «esa fiesta». Y aunque lo hiciera, no me ibas a escuchar. En tu cabeza seguiría sonando esa copla que me tienes puesta todo el día en el teléfono: «son tuh ojo verdeh…  loh que me quitan el sentío… ya no duermo ni por lah nocheh… me tieneh loquito perdío…» 


¡Quién será esa niña que te tiene «loquito perdío»! En esto, en lo de la locura y el amor, aunque no te lo creas, no han cambiado mucho las cosas. Si yo te contara… bueno, si tú hicieras por entender lo que yo te hablara, o por lo menos, si te quitaras esos tapones de los oídos, o si bajaras un poquito el volumen, te darías cuenta de que nos parecemos más de lo que, de momento, eres capaz de sospechar. Que, aunque no lo creas, cuando ya no esté, te acordarás de ese día en el que te estaba hablando, pero no pods recordar lo que te decía, porque, por desgracia, el ruido te impedía escucharme.  





Eso es lo que hay entre tú y yo: un muro grueso de ruido que nos impide escucharnos, y hasta vernos. Y no es por la música, sino por esa barahúnda que lo envuelve todo y que a mí me produce impotencia y a ti frustración. Porque, ¿cómo te digo que me las he compuesto para no poder ofrecerte, no ya alivio, sino siquiera un mínimo de esperanza? ¿Cómo te digo que tu sueldo no te dará para comprarte una casa? ¿Cómo te digo que ya me he comido no solo la parte que me correspondería de este planeta, sino la tuya, la de tus hijos y la de los hijos de tus hijos? Porque yo no soy mejor que esos políticos a los que tanto odias y a los que tú y tus amigos queréis meter en la cárcel que va a construir ese tal Alvise Pérez. Sí, confieso que soy culpable, parte implicada en todo este desastre. 


Es un buen principio reconocer las culpas de cada cual, pero de nada sirve que yo lo haga si tú no lo oyes, mientras le subes un par de rayas más a esa canción en la que te refugias: «son tuh ojo verdeh…  loh que me quitan el sentío… ya no duermo ni por lah nocheh… me tieneh loquito perdío…» Aunque puede que lo que esté errando no sea el mensaje; que lo que esté equivocando sea el canal de transmisión. Porque seguro que, si lo hago mediante un vídeo de TikTok, tendré más probabilidades de que te pares por fin en lo que digo. Claro está que, una vez traducido todo a tu idioma con iguales palabras, pero distintos significados, y con una duración de no más de treinta segundos, para que no te me pierdas en las musarañas. Eso sí, de fondo le pondré tu canción: «de que me vale tené dinero… si no lo puedo gastá contigo… de que me vale tené un sueño… si ninguno de loh doh lo perseguimoh…», pero por lo bajini.  

 

Quién sabe si no logremos por fin conectar y que, aunque sea en el último segundo del último minuto del tiempo de descuento, no llegue el fin del mundo, y que los números nos den una prórroga para la esperanza en la que te sigas equivocando, pero en la que puedas aprender a besar, y a querer, claro está. Quién sabe si no logremos, a través de las palabras discutidas, pactadas y después compartidas, enriquecernos con nuevos significados, lejos de esta epidemia de ruido y, sobre todo, de quienes lo causan con sus mensajes llenos de palabras enfadadas, de suciedad y de amenazas, de pistolas, de cuchillos y de cárceles… los mensajes de los tales Alvise Pérez, que solo son ruido; mucho, mucho ruido.  




 

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