De Yamales y Williams —Artículo para Ideal Sierra Mágina, septiembre de 2024—

             Son las doce de la mañana de un día de mediados de agosto en uno de nuestros pueblos de la Sierra Mágina. Un culebrear inquieto recorre las aceras de sus calles y, hasta el mismo aire, se ha vuelto más denso. Sus gentes se mueven a cámara rápida, como en aquellas viejas películas de Charlot, mientras el brillo de sus ojos delata cierta impaciencia. Son fiestas o vísperas de ellas. 

En mitad de todo, una joven vestida con un caftán negro que le llega hasta los tobillos y con la cabeza también cubierta en su mayor parte por un hiyab igualmente negro, lleva un niño de la mano. Ambos caminan lentamente y algo contrariados; como si no entendieran a qué viene toda esta efervescencia. De repente, un estruendo de cohetes acompañado por el repicar de las campanas de la iglesia asustan a la joven y a su hijo, quien, de manera instintiva, se agarra fuertemente a la túnica de su madre.  


Esta escena no es una más de mis fabulaciones, tampoco pertenece al principio de ningún relato que esté escribiendo, sino que ocurre tal cual delante de mis narices durante mis pasadas vacaciones en el pueblo.  


Hace años que la migración, sobre todo la de origen magrebí, es la causa de que todavía no se haya producido en Sierra Mágina un hundimiento total de su población, como el sufrido en numerosísimos municipios pequeños de las dos Castillas. Sus hijos, nacidos ya maginenses o no, son, aunque haya a quien esto no le guste, una parte muy importante de nuestro futuro más inmediato. Por otra parte, mientras andábamos estos días de agosto honrando nuestras devociones y celebrando nuestras fiestas y costumbres, el colapso migratorio en las Canarias se ha hecho verdaderamente insoportable. 


Todos ellos, ya sean jóvenes nacidos aquí o desembarcados en los centros de acogida, se harán mayores y serán ciudadanos españoles igual que tú, que yo y que el ejército de odiadores que anda echando espumarajos por la boca a propósito de su presencia. De ahí que, tanto la manera que tengamos de afrontar la cuestión en sí, como la capacidad, no solo de cubrir sus necesidades básicas, sino de generar mecanismos de formación y, sobre todo, de inclusión que les ayuden a conseguir sus aspiraciones vitales, determinará, no solo su futuro, sino también la efectividad que tenga su integración e incorporación para sumar en nuestra sociedad. 


Como dice Borja Monreal Gainza en su artículo de Agenda Pública, qué poco nos acordamos de los niños extranjeros cuando no marcan goles por la escuadra. Y es que no hay nada más español que un negro con la camiseta de la selección que marca goles que nos dan una Eurocopa. Pero no voy a ser iluso: intentar convencer a un racista de que esa actitud no lleva a ninguna parte, al menos de provecho, es tarea harto improductiva. El odio o la aversión hacia el diferente es algo irracional que ni el mismo odiador sabría explicar, más allá del insulto y de los exabruptos. Ahora bien, decir ser un partido democrático, constitucional y moderno, y comprar los eslóganes de esta chusma en un intento por ganar votos en el granero del vecino, es, cuanto menos, repugnante, aparte de una estrategia totalmente equivocada y contraproducente a medio y largo plazo. 




Pues vayamos a los datos puros y duros de los que tanto gustan los neoliberales: España necesita entre 200.000 y 270.000 migrantes al año para solventar la demanda de nuestro mercado laboral. De hecho, más de 148.000 puestos de trabajo se quedaron sin cubrir durante el año pasado. Pero voy a ir más allá, y, al igual que ellos lo hacen con los migrantes, me voy a tapar la nariz con los racistas. No los voy a increpar con reproches morales, ni siquiera apelaré a sus inclinaciones religiosas para pedir clemencia ni generosidad, sino que les tocaré en lo más sensibles de su ego: su supuesta inteligencia económica. 


En realidad, se trate de hacer de la necesidad virtud ante el hecho incuestionable de que pertenecemos a una sociedad cada vez más envejecida y endogámica. Así que, para saber si se convertirán en Lamines Yamales o Nicos Williams de la ingeniería, de la informática, de la investigación… para poder cultivar todo ese potencial talento y utilizarlo como una fuerza que transforme y haga progresar a España, necesitamos —entiéndase en sentido figurado— «regar y abonar» a todos, a los que llegan y a los que han nacido aquí, porque ya son parte de lo que somos, aunque, por mucho tiempo, seguiremos sufriendo un déficit, no ya de mano de obra, preferiblemente cualificada, sino de puro talento con el que hacer crecer esta tierra de promisión  


Concluía Borja Monreal en su artículo, que el Plan Yamal no era ganar la Eurocopa, sino completar un proyecto de país perfectamente lógico y necesario. Y volviendo al principio, a nuestra Sierra Mágina, seguro que para el año que viene, esa joven madre y su hijo ya se habrán acostumbrado a nuestra estruendosa manera de celebrar.   

 

 

Comentarios

  1. Comparto tus reflexiones de principio a fin....Cuantos jóvenes y no tanto se van de nuestros pueblos porque las expectativas laborales se limitan única y exclusivamente al campo,los salarios siguen siendo bajos y se busca donde ganar más para poder vivir dignamente. Esos trabajos que se quedarían sin mano de obra son los que están ocupando los trabajadores que vienen de fuera.

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  2. Sin lugar a dudas, este articulo puede y debe ser, objeto de memoria colectiva para todo aquel que se sienta participe del humanismo. Decía un filósofo, que la única frontera que existe en el mundo es la mental, todos somos ciudadanos del mundo, con derecho a circular por él sin arriesgar las vidas y no solo aquellos con posibilidad que llegan en avión o en yates.

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