La cabeza del columnista —Artículo para Ideal Sierra Mágina, noviembre de 2024—
Lo he dicho alguna vez en esta columna, que nunca me he sentido alguien especialmente valiente, pero sí que me mueve, o mejor expresado, me conmueve por encima de todas las cosas la honestidad a la hora de atacar la paz de este rincón de Ideal Sierra Mágina. Sobre todo, admiro la honestidad ajena, ya que la propia en estos menesteres periodísticos la suele confundir el personal con la desfachatez o con la extravagancia, con un intento de notoriedad del individuo (el columnista en este caso) de situarse por encima de lo que escribe. Hablando en román paladino: como este periódico es ante todo rural, si en él se escribe algo que se sale de madre, o que expresa cierta polémica o denuncia sobre algún asunto ocurrido en un pueblo o varios de Sierra Mágina, se suele entender por el paisanaje que ello se hace en un irrefrenable afán del articulista por destacar.
Claro que, esos mismos vecinos me dirán que este artículo en concreto es un ejemplo de esa manera de actuar mía, al comprobar que, después de las ciento cincuenta y tres palabras escritas en el primer párrafo, solo he hablado de mí. En realidad, me he tomado la licencia debido a ciertas polémicas suscitadas en redes sociales, ya sean por mis artículos o por mis entradas referidas a nuestra tierra.
Esto no es nuevo. Yo no puedo pretender que todo el que lea lo que «me sale de el Almecino» (entiéndase la ironía y no sean malpensados) vaya a estar de acuerdo conmigo. Además, no es la primera vez ni será la última que alguien se molesta con mi punto de vista. Tampoco tengo yo la piel tan fina, hasta el punto de llegar a incomodarme por un improperio recibido en Facebook o en Instagram. Pero no resulta nada agradable recibir amenazas, aunque sean de manera más o menos velada, dirigidas en cierto modo a mi integridad física y, lo que es verdaderamente delicado, proferidas por parte de personas que, si no son tus amigos, al menos las consideras cercanas, aunque sea por aquello del paisanaje.
Las opiniones siempre llevan el traje y la intención de quien las dice o escribe. No se pueden disfrazar de neutralidad, y ya sabéis de mi aprehensión con la equidistancia, la cual considero fruto de la tibieza y la falsedad de quienes nunca se mojan en ningún asunto polémico. Para combatir una opinión o, mejor dicho, para rebatirla (por no ponernos tan belicosos) existen tantos argumentos como opinantes diferentes. Otra cosa es el peso y la contundencia de estos; la racionalidad y consistencia de lo expresado por cada cual.
No podemos pedir la cabeza del columnista por no regalarnos los oídos, muchos menos por no profesar nuestras filias y creencias, pero todos, rojos, azules, blancos, negros, tostados, cristianos, evangelistas, mahometanos, judíos, agnósticos, ateos, merengues, culés, colchoneros o mediopensionistas merecen un respeto.
Siempre procuro, por respeto a la cabecera de este periódico —«de Sierra Mágina»—, centrar mi mirada, aunque esta sea parcial y esquinada. Desde mi almecino, plantado en un lugar concreto y no en otro, y crecido en una determinada dirección, según la luz y el agua que allí le llega, los vientos que le soplan y los nutrientes que lo engordan, las vistas son las que, mensualmente, describo en cada entrega. Incluso, si de lo que hablo es una cuestión más general, me lo llevo, por coherencia y respeto a los lectores, al terruño, a lo nuestro, aún a sabiendas de que me sería más fácil lidiar con lo común a todos, donde lo que nos toca la fibra, es decir, la cosa de aquí, se diluye como un azucarillo. Pero a pesar de ello, y como siempre digo: lo universal está en lo que se tiene delante de las narices, por ser lo que más incide e influye en la manera que cada uno ve la vida.
Por todo esto, yo me considero un privilegiado: un día se me dio un espacio que, poco a poco, he ido vistiendo con mis maneras, las cuales tienen muchos defectos, pero también algún que otro acierto. Lo repetiré una y mil veces: desde este Almecino hablo, sobre todo, de Sierra Mágina o, al menos, de cómo se ve la vida desde Sierra Mágina, desde nuestra peculiar idiosincrasia. La mayoría de las ocasiones, lo hago con la pausa y el detenimiento que me procura la sombra de mi almez. Describiendo todo lo que se ve desde abajo, a ras de suelo. Otras veces, sin embargo, me subo al árbol por procurarme una visión más amplia y despejada de los asuntos. Ambos procedimientos tienen sus inconvenientes: cuando me echo al barro, corro el peligro de que me den patadas, de que me tiren tierra a los ojos para ensuciar la visión de lo importante, que son nuestros pueblos; cuando me subo al árbol, tal vez eluda la lucha cuerpo a cuerpo, pero no a quienes están al acecho para moverme el árbol, a ver si caigo a la alberca o al pozo de al lado y mi discordante voz se ahoga de una vez por todas.
Comentarios
Publicar un comentario