Ultraliberalismo y otros `cuñadismos´ —artículo para Ideal Sierra Mágina, abril de 2025—

            Que levante la mano quien no ha tenido alguna vez, ante el enésimo desatino político, ese «momento cuñao» de gritar con los ojos ensangrentados y las venas del cuello hinchadas: «¡trabajando en la empresa privada os quisiera ver yo!». Todos, aunque no lo hayamos verbalizado, hemos pensado algo parecido en algún momento, y no porque la incompetencia y el desatino en la cosa pública y en los asuntos políticos sean mucho mayores a las meteduras de pata existentes en los demás ámbitos de nuestra sociedad, sino porque, afortunadamente para nosotros, como ciudadanos con potestad de poder elegir a nuestros representantes, existe la prensa —me refiero a la de verdad, no a esos vídeos que os tienen idiotizados—, existe el llamado tradicionalmente cuarto poder, encargado de poner luz a todo lo que se hace con el dinero público, o lo que es lo mismo, con los recursos provenientes de nuestros impuestos.  

 

Imaginaos ahora la existencia de una empresa privada donde sus accionistas conocen de buena tinta y en tiempo real los movimientos de los directivos y demás empleados de la corporación en la cual tienen depositados sus intereses económicos. Seguramente quedarían a la vista, no solo la mayor parte de los errores en la gestión, sino también las tomas de decisiones equivocadas de la dirección, los chanchullos, los desfalcos, los abusos de los propios ejecutivos, la descoordinación, la falta de liderazgo… todas esas cuestiones que en la política y por ende en la gestión pública ocupan la mayor parte de las noticias recogidas a diario en los periódicos. Estoy convencido que, si esto que apunto fuera posible, se acabaría con esa loa continua existente en la opinión pública sobre la gestión privada. 

 

No intento con esta reflexión justificar la incompetencia política ni, mucho menos, poner en cuarentena el muy merecido desprestigio alcanzado en la gestión de lo público. Pero sí que me atrevería a concluir, que la ambición, el pillaje, la incompetencia, la chapuza y la ineptitud no hacen distingos entre hombres de negocios y políticos, sino entre personas honorables y con principios y repugnantes sujetos sin escrúpulos. De los primeros, por desgracia, padecemos una persistente sequía, mientras que los segundos, no solo son mayoría, sino que proliferan como las ratas.  


  Las teorías ultraliberales que triunfan en la actualidad abogan precisamente por medir la eficacia de las decisiones políticas según su capacidad para alcanzar lo que desde el punto de vista empresarial se considera como exitoso y rentable. De ahí que vean la política tradicional como algo obsoleto y caduco, ya que, según ellos, todo en la vida, también la cosa pública, exige de la aplicación de las metodologías y técnicas propias del business, donde los políticos pasan a ser una suerte de brokers de los parlamentos que se deben a la especulación y a la viabilidad económica de los servicios públicos. O lo que es lo mismo: jibarización de la maquinaria del Estado (es decir, reducción drástica del número de funcionarios), externalización o privatización de los servicios poco rentables (sobre todo, Sanidad y Educación) y extinción de los nada rentables (los servicios sociales).  




 

Así que, ni cortos ni perezosos, cuando estos fanáticos del «anarcoliberalismo» llegan al poder, arrancan su motosierra y, sin miramiento alguno, tiran «palante» con su brillante plan de adelgazamiento del Estado, en aras del engrandecimiento de un pretendido sentimiento patriótico. Efectivamente, si te cargas ministerios, agencias y organismos públicos, despides funcionarios, quitas las paguitas y demás «zarandajas izquierdistas», el gasto público se reduce de manera inmediata. Pero a la par, y con la misma inmediatez, ocurre lo siguiente: si la motosierra cortó el árbol que atendía a la población en riesgo de exclusión social, la pobreza empieza a crecer de manera exponencial; si se decidió, en buen criterio empresarial según ellos, vender la leña del árbol caído de la Sanidad pública, se deja sin protección médica a la mayor parte de la población del país que, si no se puede permitir el lujo de pagar un alquiler, no digo ya un seguro médico privado; si, con la euforia que a estas alturas les asalta mientras siguen escuchando el ruido de su motosierra, se decidieron por desmantelar las universidades públicas, acabando de paso con su sistema de becas, se termina en un santiamén con ese manido mantra de la meritocracia del que, precisamente, tanto alardean estos sujetos; si ni siquiera se pestañeó para acabar con las subvenciones destinadas a ese zulo lleno de parásitos donde medran quienes se dedican a la Cultura, puede que —una vez apagado el motor de su motosierra, claro está— sientan alivio, por el silencio  que se hizo al fin en esa jaula  llena de Pepitos grillo  que representaban el espíritu crítico y transgresor de la sociedad, pues, tal vez, ya no quedarán voces que los moleste y ya no habrá nadie que les tosa en su visión del mundo y de la vida. 

 

El caso es que, si nuestra capacidad de análisis y nuestro espíritu crítico no se han atrofiado con tanto «cuñadismo tiktokero» arrancando motosierras por doquier, puede que aún alcancemos a discernir entre el interés privado, tan legítimo en cada cual como genuinamente egoísta, de lo que son los fines públicos y sus motivaciones: la justicia social y la solidaridad. 




Comentarios

Entradas populares