Prohibido hablar de política —artículo para Ideal Sierra Mágina, julio de 2025—
«Con la que está cayendo y tú hablando de política», que me dice mi madre, tan sabia ella siempre. Bueno, en realidad me lo dice ella y todo el mundo, se le haya dado o no vela en este entierro-destierro particular mío de las malas praxis. «No hables de política, que eso es caca», me reprochan como si fuera un niño que entre inocente y travieso está hurgando en las cosas de los mayores. Pero el angelito, erre que te erre, a pesar de los reproches, de los insultos, incluso de los tirones de oreja, ahí sigue metiendo el dedo en la herida.
Creo que, si me pongo a repasar mis anteriores columnas en Ideal Sierra Mágina, en más de la mitad de los 93 artículos que cuelgan de las ramas de mi almecino he hablado de esa concepción ideal, casi virginal, de la política que hay en mi cabeza. En ello coincido con mi querida Soco Mármol Brís (ahora en la competencia periodística, que no en la competencia por darle un sitio iluminado y hasta impreso a nosotros todos, los hunos y los hotros, que dice David Uclés, y los de en medio, que digo yo, de nuestra Sierra Mágina), cuando escribe que «la política es un sustantivo/sustancia de género femenino, singular en toda su extensión, omnipresente en cualquier paisaje en tanto todo es política». Ese todo es política que lleva intrínseca la propia raíz etimológica de la palabra «polis», y que trasciende «el concepto de simple estructura política y social para ampliarse hasta el reconocimiento y acondicionamiento de un hábitat en permanente estado de germinación donde cultivar distintas líneas de pensamiento, tendente a la búsqueda de la sabiduría» que, añado yo, debe ser lo que más se aproxime al bien común.
Luego la política no es caca. Otra cosa es la utilización que hagan de ella ciertos políticos —no todos— que no aprendieron o no les interesó aprender la verdadera y última razón que encierra esta, por supuesto, maravillosa palabra e imprescindible tarea social. Esos malos políticos que, por lo general, no han hecho otra cosa en su vida que medrar alrededor de cargos políticos. Esas malas personas que no saben que la política trata sobre lo de todos (desde las carreteras en las que circulamos, la policía y el ejército que nos protege, la educación que recibimos, los hospitales donde nos curamos…), y no sobre el trinque, el birle y el choriceo de los medios económicos que ponemos a su disposición con el dinero de todos mediante los impuestos, para que pueda funcionar medianamente una sociedad cualquiera. Por ejemplo, la nuestra.
Yo nunca he militado en ninguna formación política, más allá de haber sido seguidor de las enseñanzas del que considero mi maestro —en muchos sentidos— Julio Anguita, pero tengo claro que los partidos políticos tampoco son caca, sino una parte esencial e imprescindible del sistema democrático que nos hemos dado en los que ha de forjarse esa vocación por el bien común. Lo que no deben ser nunca sus integrantes es una partida de forofos dispuesta a defender a mamporros a los de su mismo color por encima de lo indefendible. Aunque no hay que agachar la cabeza a la espera de que pase la tormenta, sino extirpar de raíz todas las malas hierbas, caiga quien caiga con todas las de la ley, para poder sentir ese orgullo de pertenencia que se cree ahora perdido. Pero tampoco veo bien hacer mofa de los males del contrario, ni, mucho menos, tomar como victorias propias las faltas ajenas. No hay que irse 50 años atrás, como decía el otro día el líder de los hotros, para encontrar casos de corrupción tan graves o más. Y es que, la mayoría de las veces, en esto de la mala política la memoria es muy corta y la lengua muy larga.
Este niño ingenuo que me habita por dentro y que habla de política seguirá recibiendo tortas de todos los colores —es decir, de los hunos, de los hotros y de los de en medio), porque seguirá sin entendérsele —así escriba sobre ello otros cien artículos— de qué tipo de política está hablando. Pero, precisamente por esa candidez que me suelo gastar, al siguiente mes, al siguiente artículo, a la siguiente entrada en las redes, se me habrán olvidado las críticas y los palos, y continuaré, hasta que las fuerzas me lo permitan o, quién sabe, si hasta que crezca, redundando en mi cantinela.
Porque precisamente ahora, en estas circunstancias, es cuando pienso que más hay que hablar de política: de la de verdad, no de ese sucedáneo donde medran tahúres, ladrones y puteros; ese hábitat insano, ese charco de fango en el que se revuelven estos cerdos, mordiéndose los rabos los unos a los otros. Por eso mismo, que nadie venga a prohibirme que hable de política, porque entonces estaré hablando de lo mío, pero también de lo tuyo y de lo de los de más allá, aunque estos digan que no les interesa para nada la política.
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