Y los jóvenes perdieron (Ideal Sierra Mágina, octubre de 2025)
Y los jóvenes perdieron. Una frase para empezar mi columna que más bien parece el final de una novela que trate sobre la fatídica epopeya de la anunciada derrota de nuestra sociedad. Luis Guirola, un investigador sobre el asunto, apunta los demoledores datos que resumen la crisis del 2008: «a la edad de 36 años, la generación nacida entre 1956 y 1965 tenía una renta anual mediana un 16 % (6.000 euros) mayor que las generaciones nacidas después del 76». A esa misma edad, los hogares formados por miembros pertenecientes a la generación del boom demográfico acumulaban el doble de patrimonio que quienes lo hicieron después de 1975.
Y hablando de jóvenes y por tanto de pueblos sin futuro, mientras escribo este artículo durante la mañana del 19 de septiembre, más de un centenar de alumnos del Instituto Sierra Mágina de Huelma se encuentran sin transporte público escolar. Los estudiantes de Bélmez, Cambil y Arbuniel están, de momento y de manera literal, sin salida hacia su futuro, hacia su formación, porque la licitación por parte de la Junta de Andalucía de la línea de transporte escolar que cubre la ruta de estos pueblos nuestros ha quedado desierta.
Llueve sobre mojado en nuestra Sierra Mágina. Graniza más bien un agravio torticero y pertinaz sobre algunos de nuestros pueblos que a mí me recuerda a los tiempos en que nos teníamos que ir a vivir fuera de casa para poder cursar el bachillerato. Por aquel entonces, incluso durante el régimen de Franco, se intentaba compensar las malas comunicaciones y el aislamiento de Sierra Mágina otorgándole a los hijos de los miembros de las mutualidades laborales becas considerables con todos los gastos pagados en las llamadas Universidades Laborales. Porque, ya lo decía Julio Anguita, no es cuestión de ideas políticas, sino de bonhomía y de conciencia de lo público en el ejercicio de la política lo que distingue a los buenos de los malos políticos.
Nunca es tarde para enmendar lo mal hecho, o para que te lo enmienden, como ha ocurrido con el asunto del nuevo grado de Ingeniería Biomédica, denegado por la Junta en principio para las Universidades de Jaén y Granada en beneficio de otras entidades educativas de carácter privado, ya que, al final, aunque este curso ya no se puede hacer nada al respecto, la Comisión Permanente del Consejo de Universidades, dependiente del Ministerio, ha estimado la reclamación de ambas universidades públicas aprobando la verificación del Grado en Ingeniería Biomédica, por unanimidad, al considerar que los argumentos académicos presentados en la reclamación han sido avalados y reconocidos favorablemente. En el contexto actual, donde «la rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China» muestra para Europa «la necesidad de reforzar nuestra autonomía estratégica», la presidenta de la Asociación Española de Bioempresas (AseBio), Rocío Arroyo, reivindica el importante papel que puede jugar la industria de la biotecnología, a la par que subraya que España tiene una oportunidad; que si fortalece el sector podrá «responder con resiliencia a futuras crisis sanitarias, energéticas o alimentarias». En concreto, las áreas de aplicación de la biotecnología en nuestro país reflejan su papel esencial para el bienestar y la economía: salud humana (48,7%), alimentación (32,4%), agricultura (17%) y biotecnología industrial (10%). Nuestras empresas lideran en ensayos clínicos, destacando en terapias avanzadas, bioeconomía y alimentación del futuro.
Sin embargo, esta política de baja estopa, entre enredos de burdel y broncas de taberna, este servilismo al partido por encima del bien común que se estila entre ciertos políticos de ahora y de siempre no debe taponar, una vez más, las posibles salidas hacia el futuro de nuestra tierra. Los unos, los otros y los de más allá deben tener la valentía de reconocer que, hasta ahora, por lo general y sálvese quien pueda, sus recurrentes anuncios electoralistas sobre la alta velocidad, sobre la inversión pública en busca de una boyante industria autóctona o sobre la consecución para la universidad jienense de todas las carreras del futuro puestas al alcance de nuestros jóvenes terminan siendo patrañas de charlatanes. Se quedan en cuentos chinos contados cada cuatro años con más o menos cambios (engaños) en su argumento por quienes terminan retratándose como malos representantes de una soberanía popular que no se merece ese desprecio y que, precisamente por ello, se está cansando hasta de votar.
Por mucho que desde esta u otras tribunas nos partamos la boca en un intento desesperado y desesperante por enseñarles a nuestros jóvenes qué son y para qué sirven los valores de la democracia, si en la práctica, que es en definitiva donde se validan nuestras pretensiones con el ejemplo, solo encuentran a tipos y tipas que prostituyen sin inmutarse dichos valores una y otra y todas las veces que les viene en gana.
Cómo me gustaría haber empezado esta crónica de otra forma. Cómo me gustaría estar convencido de que, a pesar de la rotundidad agorera de la primera frase de este artículo, aún fuéramos capaces de cambiar el final, o de poder dejarlo al menos en uno abierto a la esperanza. Algo así como cuando los jóvenes de entonces nos fuimos de nuestros pueblos con la cara comida de granos —de los que, milagro, no han quedado apenas cicatrices— y nos cogimos con más desconfianza que fuerza al asa de nuestra maleta, para tomar un camino que tal vez —y así lo creíamos— algún día haríamos de vuelta.
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