Hágase la luz
Candil de aceite |
Decía Marco Aurelio en sus Meditaciones que “es propio de la facultad inteligente fijarse en
cómo desaparece rápidamente todo, las propias personas en el universo, los
recuerdos de esas personas en el tiempo; en cómo son las cosas que son
perceptibles y especialmente las que nos atraen con el cebo del placer o las
que nos atemorizan con el sufrimiento o las que se pregonan con delirios de
grandeza”. Imagino al sabio emperador romano mesándose las barbas mientras
desgranaba su estoica y comedida lucidez frente a la grandiosidad del Danubio a
su paso por Aquinqum, que era el
nombre que recibía la actual Budapest por aquellos gloriosos días del imperio.
Estas palabras escritas hacia el año 170 de nuestra
era, pero que parecieran de ayer mismo, me han llevado a reflexionar sobre la
indignación que gran parte de vosotros habéis manifestado durante la última
semana en las redes, acerca de los apagones de luz en el pueblo; algo que,
parafraseando al honesto Marco Aurelio,
creíamos desaparecido en la rapidez cambiante del universo, pero que parece
atemorizar cíclicamente a Bélmez de la Moraleda. Concretamente, cada vez que
caen unas cuantas gotas o nos mira de soslayo un temporal.
Y creíamos desaparecidos como las propias personas
en el universo, aquellos momentos en que los mayores hacían su ejercicio de
memoria con toda la familia reunida en torno a la lumbre o la luz de un candil
en noches que se pierden en la profundidad de los años, mientras se hacen diminutas
y etéreas como una pavesa, pero que aunque sea por unos instantes, los
intemporales apagones os han traído de vuelta –no hay mal que por bien no
venga- acompañadas del inesperado regalo de rememorar otro tiempo en este mismo
lugar.
Como recoradar la sesión plenaria del Ayuntamiento
celebrada el 8 de mayo de 1921 en la que se trató un asunto de vital importancia
para la villa de Bélmez de la Moraleda: la sustitución del alumbrado público,
que hasta aquellas fechas estaba compuesto por farolas de petróleo, por el primer
alumbrado eléctrico de nuestra historia.
El alcalde era entonces
don Antonio Latorre López. Él leyó la propuesta de la empresa hidroeléctrica F.E.D.A.S.A. (Fuerzas
Económicas de Andalucía Sociedad Anónima) por la que se comprometía a instalar su
maquinaria eléctrica en el molino del Salto, aprovechando así la fuerza del “salto”
de agua que aún baja hacia el río Jandulilla por ese lugar, ofreciendo a cambio durante dos
años totalmente gratis el alumbrado público con lámparas de diez bujías, corriendo toda
la instalación a cuenta de dicha empresa.
Carburo de petróleo |
El fluido
eléctrico comenzaría a suministrarse media hora después de la puesta de sol
hasta media hora antes de su salida y el Ayuntamiento no cobraría impuestos a F.E.D.A.S.A. durante esos dos primeros años, además de autorizar
la instalación de postes y palomillas en toda la villa.
Tres días
después, el Pleno se reunió de nuevo y aprobó la propuesta. La luz eléctrica acababa de llegar a Bélmez de la Moraleda. El progreso había alumbrado la oscuridad
de nuestro pequeño pueblo, pese a que en un principio se podían contar con los
dedos de una mano las viviendas en las que la electriciad desterró los
hachones de esparto o las teas con los que se alumbraban los más pobres, las
velas, los viejos candiles de aceite o los carburos de petróleo.
En 1936, la central hidroeléctrica, abastecida con
agua procedente del río Gargantón y del Nacimiento de La Moraleda, tenía una
potencia productiva de 50 KVA, dando servicio a una población de 1982
habitantes y a sus molinos. Pero su existencia de dos décadas se vio truncada
en la década de los 50, cuando fue sustituida, primero por una fábrica de harinas y poco
más tarde por un restaurante, tal y como conocemos hoy dicho paraje.
Volviendo pues al principio, al resplandor de las palabras de Marco Aurelio, "pequeño es por tanto lo que vive cada uno, pequeño el rincón de la tierra donde vive", por mucho que magnifiquemos los hechos, las vivencias, las historias una noche de apagón a la luz mortecina de las velas.
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