Belmez, nuestros tocayos cordobeses
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ecuerdo aquellos mapas
geopolíticos que ilustraban los libros de Sociales de la antigua Educación
General Básica. Aquellos mapas que representaban las regiones y provincias
españolas, con sus Castillas, la Nueva y la Vieja, sus provincias Vascongadas,
el Sahara español –una porción de desierto cuyas fronteras parecían haberse
trazado con escuadra y cartabón y que perteneció a España hasta el año 1975- y
sus Islas Canarias, a las que nuestra mente situaba de manera inconsciente
debajo de las Baleares, pues allí las solían colocar los mapas de la época, por
evidente falta de espacio. No quiero ni imaginar cómo se las hubiesen apañado
las editoriales para ofrecer en un solo vistazo la visión de las Españas de
Felipe II, aquel cristianísimo imperio donde nunca se ponía el sol.
En aquellos libros, para mejor
pedagogía, las riquezas e industrias de cada región se dibujaban directamente;
a cada provincia, a cada ciudad o pueblo, lo suyo. Así, aparecían unas fábricas
con sus humeantes chimeneas en Vizcaya, unas escopetas y pistolas en Éibar –por
la industria armamentística, no por ETA-; unas hermosas naranjas con hojas
verdes se situaban en las huertas valencianas, un automóvil en Valladolid, unos
ramos de olivo con unas aceitunas verdes y brillantes en Jaén y un todo terreno
en Linares –¡dónde quedó aquella época para un Linares próspero!-; un montón de
industria y factorías de todo tipo desparramados por el mapa de Cataluña, con
sus paños en Tarrasa, como tiene que ser… Pero no, no voy a hablar de Cataluña
ni de la diversidad que confluye en esta piel de toro nuestra, con su herida
abierta en canal precisamente hoy 28 de octubre de 2017. Hoy hablaré, sin
embargo, de las confluencias y coincidencias que nos hace iguales y hasta nos
confunden.
En las ilustraciones que
representaban a la provincia de Córdoba, recuerdo que aparecían un pico y un
casco minero al lado de los nombres de Belmez, Peñarroya-Pueblonuevo. Ahí fue
cuando los niños de mi generación descubrimos que había otro Belmez no muy
lejano, que además era famoso, pues aparecía en los libros por sus minas de
carbón, aunque el maestro nos contó no sé qué historia de su alcalde y de un
programa de televisión llamado “Un millón
para el mejor”.
Hasta aquí todo dentro de la
normalidad de la homonimia, no solo entre pueblos y ciudades españolas, sino
también entre los de aquí y los de América latina (Mérida, Córdoba,
Cartagena…). Pero en lo que respecta a nuestros tocayos cordobeses y nosotros,
empezaron a surgir confusiones, digamos embarazosas, en el momento que nosotros
saltamos a los periódicos y televisiones de todo el mundo por “la cara”. Aquella
coincidencia llevó hasta Belmez de Córdoba a mucha gente en busca de las
famosas caras. Al principio, puede
que les resultase cómico, pero cuando el diario Pueblo comenzó a echar
carbonilla y nitrato de plata sobre las caras
de la María, no les hacía ni pizca de gracia que los trataran de farsantes y
cara duras, ¿os suena?
Aquí, en el Bélmez del otro
lado de Sierra Morena, en el de Sierra Mágina, supimos de aquellos equívocos,
cuando los confundidos en cuestión llegaban por fin a su destino y, delante de
las famosas teleplastias, nos lo contaban entre asombrados y divertidos. Hay
que tener en cuenta, que por aquellos entonces no se tenía el Google Maps y que raramente aparecíamos
en los mapas de Carreteras –curiosamente, Solera sí-. Así por ejemplo, una
Isabel Pantoja de apenas 19 años casi no llega a su actuación en la verbena de
las fiestas de agosto, ya que, junto a doña Ana, su madre, se plantó en la
desierta y nada festiva plaza del pueblo cordobés, en lugar del nuestro. En
otra ocasión, un mitin electoral de la UCD se celebró casi a las doce de la
noche, cuando el que fuera ministro de Justicia y Presidente del Parlamento
español, Landelino Lavilla Alsina, llegó por fin al parque del Nacimiento,
después de haber pasado a saludar a nuestros tocayos del valle del Guadiato.
Castillo de Belmez (Córdoba), cuya antigüedad se remonta al siglo XIII |
A mediados y finales de los
setenta, bastantes jóvenes de Bélmez nos marchamos a estudiar a Córdoba.
Evidentemente, cuando nos preguntaban por nuestra procedencia, teníamos que
aclarar de cuál de los Belmez/Bélmez éramos. Así fue como patentamos la fórmula
con la que socarronamente explicábamos la diferencia: nosotros pertenecíamos a
Bélmez de la Moraleda, de la provincia de Jaén, el que llevaba tilde en la
primera “e”, que además tenía su apellido –de la Moraleda-, que había otro
“Belmez” sin tilde en la primera “e” que era una pedanía de “Bélmez”, el que es
una palabra llana, con tilde en la primera “e” y que, efectivamente, teníamos
unas caras que salían en el suelo de una cocina y que no éramos unos
estafadores, que allí estaban, que fueran, que las vieran y entonces opinaran.
Castillo de Belmez (Jaén), cuya antigüedad se remonta al siglo XIII |
Después de tantos años de
coincidencias y confusiones, alguien debería poner fin a esto, digo yo, con uno
de esos hermanamientos que se suelen hacer entre pueblos. Sería bonito que
Belmez de Córdoba y Bélmez de la Moraleda de Jaén, se intercambiaran y
confluyeran para conocerse y para ser, como no, por fin hermanas. Ahí lo dejo,
para quien corresponda.
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