El sentido de pertenencia (artículo aparecido en Ideal Sierra Mágina, noviembre 2017)

L
as redes sociales, con sus luces brillantes e hipnóticas, desembarcaron un buen día en nuestras vidas, para convertirnos en permanentes aprendices de un nuevo y cambiante orden relacional.  Fuimos adquiriendo, con mayor o menor destreza, las habilidades tecnológicas necesarias para desenvolvernos con cierta soltura  en este mundo paralelo, donde la amistad ya no se gana, sino que se pide, y la impostura triunfa con su virtual realidad. Como era de esperar, en una estructura incierta y sometida a una permanente transformación, aparecieron los encasillamientos según gustos y afinidades. No existe usuario de Facebook que no pertenezca a uno o varios de los numerosísimos y variopintos grupos que pueblan su universo, constituyendo a la postre una valiosísima información, desde nuestras preferencias musicales y deportivas, hasta nuestras convicciones ideológicas o políticas.

Hay un tipo de entre esas militancias, que pone de manifiesto la subsistencia aún en estos tiempos modernos, tiempos salvajes, de la vieja e incurable enfermedad de la nostalgia. Me refiero a esos grupos donde los sentimientos afloran para tocar con sus manos turbadoras el sentido de la pertenencia y de la fidelidad a nuestras raíces: Jaén, solo hay una, Mágina en fotografías, Huelmenses, Bélmez de la Moraleda, pueblo abierto al mundo, Bedmareños, No eres de Pegalajar si no…conciliábulos a cuyo alrededor, ni cortos ni perezosos, buscamos esa confidencialidad de los paisanos con que retroalimentar el orgullo de ser de nuestra tierra; donde una vieja fotografía nos lleva de nuevo a carrera por las calles empedradas antaño de los pueblos de Mágina, sorteando cajoneras con nuestras zapatillas Tórtola recién estrenadas, todavía con el regusto del pan con aceite y azúcar lubricando y deleitando nuestras papilas gustativas; donde nos reencontramos con antiguos compañeros de pupitre, para rememorar una y otra vez esas tropelías propias de niños de pueblo, que nunca alcanzará a comprender tu compañero en la oficina: comer allozas hasta que te duela el estómago, robar cerezas como obligada práctica deportiva, pues siempre se terminaba corriendo delante del guarda rural o coleccionar pupas en las rodillas a modo de medallas al mérito infantil.

Son además, páginas que engrosan sus filas de manera exponencial, debido sobre todo a los entusiastas hijos de la migración, ávidos por demostrar su inquebrantable lealtad, cubriendo de “megustas” y parabienes a la madre, al terruño; conjurándose desde las tierras de promisión madrileñas, valencianas, catalanas…por un ansiado regreso a Ítaca/Mágina, tantas veces pospuesto. 

Pero de repente ha llegado el problema de Cataluña, aunque en realidad siempre ha estado ahí, acechando con su crónica anunciada de desgarro y convulsión, para llenarlo todo con su ruido de  caras turbias y su desazón de ramales partidos.  Y en lo que a los de aquí nos ha parecido de un día para otro, hemos visto a nuestros hermanos, primos, hijos, amigos catalanes derramarse contra el muro de nuestro aturdimiento, incomprensión, compasión, desafectación, solidaridad, contrariedad…pues de todo hay en la viña del señor para confundirnos y entristecernos más si cabe.



Las redes, en un inquietante calco de la realidad, arden, que diría Juan Soto Ivars, en un sanantón adelantado. Los unos, sacando las banderas del fondo del arcón, donde se apolillaban en el olvido, junto a la camiseta de la selección española de fútbol. Los otros, plantando también la estelada en el Aznaitín, en la Serrezuela, en el Gargantón o en el tejado del refugio de Miramundos, mientras, en su fe ciega, repiten como un mantra el decálogo de bondades que traería el advenimiento de la república catalana. Los menos, rebatiendo desde la cordura las soflamas de los unos y los otros, para terminar acusados por todos de insensibles e irresponsables, de ser unos “pocasangre”, o como dicen ahora, equidistantes.

La cosa va de emociones, por lo que la batalla se desarrolla en la jurisdicción  de los sentimientos, donde todo resulta imprevisible e irracional, porque anda metido en el asunto el corazón. Intentar pontificar por una solución conciliadora, que acerque posturas y sane heridas, parece iluso, cuando menos osado. Y aunque la denostada clase política de una y otra parte lograran un milagro, el desgarro es ya irreparable.

Aunque quizá no todo esté perdido. Solo tenemos que encontrar el antídoto y combatir esta aflicción con parecidas armas. Habrá que moverse entre las trincheras de uno y otro bando, dejando a un lado la lógica y lo predecible, para atacar por sorpresa, en el mismo centro del corazón, por el flanco de los sentimientos y con el cuchillo de la pasión entre los dientes.

Echaremos mano a cuanto nos une, a lo que compartimos y nos identifica: ese sentido de pertenencia a Sierra Mágina que saque lo mejor de nosotros; el espíritu de lucha que se llevaron como único equipaje vuestros abuelos, vuestros padres, cuando en los años 50 y 60 se marcharon con un ojo en su camino y el otro en vuestro porvenir; el mismo ilógico sentimiento que llevó a nuestros abuelos, a nuestros padres, a permanecer aquí partiéndose el alma por el futuro de estas tierras, de estos pueblos, y por el nuestro; el mismo orgullo que nos reubique bajo el cielo, como hijos de un mismo lugar.    

     

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