La Iglesia nueva: crónica de un afán (tercera y última)




El 29 de julio, en reunión de la Comisión Pro-Nueva Parroquia, se acuerda trasladar el Culto hasta la Cooperativa espartera El Señor de la Vida –donde por cierto, fue bautizado este narrador el 7 de noviembre de 1965-. También se decidirá el comienzo de la demolición de la Parroquia, para lo que era urgente buscar un contratista. El motivo de acelerar la obra no era otro sino el de hacer fuerza en base a una estrategia de hechos consumados; la visita de don Camilo era inminente.

    El 28 de octubre, alcalde y párroco se presentan en Madrid, previa audiencia concedida por el señor ministro. Don Pedro escribirá en el diario la siguiente entrada: Eran las once del siguiente día cuando pasamos al despacho. No podemos ocultar la feliz entrevista y acogida que nos dispensó. Seguidamente el Señor Alcalde le exhibe ciertos reportajes del pueblo y obras en marcha y proyectos futuros. Como anillo al dedo, el Señor Ministro en la charla sostenida nos habló de la vetusta Iglesia que tenemos y su mal estado. Se le dice el objeto de la visita: sobre el proyecto que ya estaba en la Dirección General de Arquitectura. Prometió su recomendación al Señor García Lomas, y si éste no cuenta con su total, yo recurriré dijo a estos cajones que me rodean. Acepto el “Padrinazgo” y cuanto pudiera ser grande para el pueblo.

                                  

  
Bendición de la nueva parroquia de Nuestra Señora de la Paz el domingo 12 de junio de 1966 por el Prelado de la Diócesis don Félix Romero Menjíbar.
A partir de este momento se suceden cartas de ida y  de vuelta en las que se van entrecruzando contratiempos con avances y decepciones con alegrías. Y en mitad de aquel remolino endiablado, justo en su epicentro, el cura Ortega Campos anota cada detalle fecha por fecha, momento por momento, protagonista por protagonista, como si al encerrar aquella vorágine de acontecimientos en su diario, pretendiera amansar su corazón y alimentar su ánimo. 

    Durante los días 30 y 31 de marzo, y 1 de abril de 1964, se celebró el solemne triduo con el que se despedía a la vieja Parroquia. Todavía quedan hoy feligreses que recuerdan con emoción aquellos días; cuando  don Pablo Martín de la Sierra y don Antero Hurtado regresaron a Bélmez de la Moraleda para despedir junto a Don Pedro a su vieja e inhóspita, pero querida, Parroquia. Tras la celebración religiosa, personas de todas las edades, “con radiante gozo y alegría fregaban por última vez sus vetustos suelos, y en cuyo seno fueron engendrados para Dios, en el Bautismo, unos 18.000 nacidos. ¡Adiós! ¡Parroquia querida!” .Don Antonio Fuentes León, natural y vecino de Bélmez de la Moraleda, sería el encargado de desmontar la vieja Iglesia por un total de 35.000 pesetas.

    El día 27 de abril, durante el acto de concesión del título de hijo adoptivo a don Camilo Alonso Vega, toma la palabra don Pedro Ortega Campos. Ante su Parroquia destruida, y dirigiendo su mirada hacia el ministro, le dice:

-Tú eres ministro de España, y yo también soy ministro, “un ministro de Cristo”…

    Cuando llegó su turno, don Camilo parecía emocionado:

-Yo os aseguro que vuestra Iglesia será una realidad tan pronto como las circunstancias lo permitan… porque yo necesito mucho que pidan por mí.

     El 15 de octubre de 1.964 se recibe la gran noticia: el Ministerio de Hacienda ha aprobado las obras en la cantidad de cuatro millones y medio de pesetas. Ese fue el montante final de la obra, sin contar con el solar y la Casa Consistorial que donó el Ayuntamiento, además de las más de 400.000 pesetas que el pueblo aportó en donativos. Esta cantidad sirvió para financiar el coste del nuevo cuadro del Señor de la Vida, obra del pintor Tamayo, así como para hacer frente a la compra de bancos para la Iglesia, lámparas, mobiliario y otros enseres necesarios en una Parroquia.


   
  El último día de octubre sale publicada la subasta de las obras en el Boletín Oficial de la Provincia.

-Hay que hacer algo ruidoso para que lo sepa el pueblo.

    Le profería alterado el alcalde al señor cura, mientras lo zarandeaba como a un pelele.

-Pues nada mejor que unos cohetes, que tan buen resultado dan a falta del habla de las campanas.

     Y de inmediato, don Miguel ordenó quemar dos tracas en el mismo solar de la vieja Parroquia, y al disparo de las salvas de los cohetes, el pueblo se congregó poco a poco en torno a la noticia.

    Conforme se hizo de noche, la muchedumbre se  disolvió en un dulce azucarillo con regusto a felicidad. En torno a una hoguera improvisada con tablones y ramas, el cura y el alcalde, acompañados ya por muy pocos, aún continuarían desgranando su euforia y sus planes hasta bien entrada la madrugada.

    Después de algunos contratiempos, el 25 de enero de 1965 dan comienzo las obras a cargo de Contratas Jurado con sede en Madrid. El proyecto final es obra del arquitecto don José Soler del Río, con una estructura moderna y funcional que admite un aforo de unos trescientos feligreses sentados. Encima de la marquesina de la fachada principal, sobre el muro de la pared que da al campanario, un Sagrado Corazón en pasta de piedra de dos metros y medio vigila la plaza desde su altura. Las obras se darían por concluidas a mediados de mayo de 1966.

    El día 11 de junio, víspera de la solemne inauguración de la nueva Parroquia, se produce el traslado bajo palio del Santísimo desde su exilio de la Cooperativa espartera hasta su nueva casa. El día 12 de junio de 1966, todo estaba preparado en las gradas de la puerta principal de la nueva Iglesia, y hasta se habían trasladado a Bélmez equipos de radio y televisión para inmortalizar el momento. Don Pedro estaba exultante delante del micrófono, y tras dar la bienvenida a todos, se dirigió al ministro: “…Cuán muestra tenemos que vuestra promesa quedó hecha zanja, piedra, ladrillo, arte e Iglesia, de ahí que, juegue en mi imaginación la comparación según la cual este pueblo es para ti tu Tiberiades, escenario de muchos trabajos del Señor; pero también quisiéramos que fuera tu Betania, espacio de silencio y descanso a la vista de que tu celo por él no cae en el vacío…”

    En su álbum había colocado una fotografía de la Iglesia antigua junto a otra de la recién terminada, ambas unidas por una paloma del Espíritu Santo, que el propio cura dibujó. Debajo, se pueden ver las firmas del párroco y el alcalde junto a la del ministro en un trazo grueso de tinta verde, como dándole un toque familiar, casi irreverente.

7 de noviembre de 1965: bautizo del autor del presente texto en el templo provisional de la Cooperativa Espartera El Señor de la Vida.

    No ha resultado  difícil narrar estos hechos. Sólo había que seguir el relato apasionado de su protagonista principal: el cura Ortega Campos. Ahora ya comprendo por qué el 7 de noviembre de 1965 no me pudo bautizar, y lo hizo en su lugar don José Sola LLavero, párroco de la vecina Huelma. Leyendo su diario, la verdad es que tenía una agenda muy ocupada aquellos días, pero en serio que ha sido apasionante descubrir a don Pedro, admirarse por su entrega y enamorarse de la lírica de su prosa.

    Muchos de mi generación –los que tenemos año arriba o abajo, la misma edad que nuestra Parroquia- aquí hemos sido bautizados o casi, recibimos nuestra primera comunión, ayudamos como monaguillos o cantamos en el coro, fuimos confirmados, nos casamos… Por lo que a mí respecta, toda mi infancia y adolescencia la he vivido al lado de esta Iglesia ya madura, como yo. Y aunque no pueda acordarme de don Pedro, sí que recuerdo a muchos curas posteriores. Que le pregunten a don Antonio Molina Contreras, cuando tenía que regalarnos aquellos globos con el anagrama del DOMUND para que le dejáramos preparar la homilía.

    Y qué contar de don Martín Fernández Hidalgo con el que fuimos acólitos, pertenecimos al Movimiento Juvenil Parroquial, jugamos al futbol con equipaciones de verdad –las camisetas del Madrid o del Barça resultaban prohibitivas para un niño de los 70-, e incluso viajábamos por toda Andalucía; su colección de películas de “súper ocho” son el más fiel testimonio de todo ello.

   
Por otra parte, don Martín sería una de las primeras personas que alentó mi afición a la escritura, aconsejándome y prestándome libros. Yo le estoy muy agradecido por lo de entonces, y por lo de ahora, pues su libro “Bélmez de la Moraleda en sus Documentos” ha sido crucial para que este “junta letras” no se haya perdido mucho por todos estos acontecimientos.

   Y no podemos olvidarnos de don Antonio Gijón Cortés. Quién no lo recuerda ejecutando en el armonio aquellas partituras de Schubert, Mozart, Bach… músicas sacras que descendían en un vuelo quedo y etéreo desde las alturas del coro hasta nuestros profanos oídos; o formando tándem con don Martín, para firmar juntos ese  himno al Señor de la Vida que tanto nos emociona. Y el aguante que tenía con el coro, con la rondalla, con los villancicos…  

     Por todo ello en definitiva, y todo lo que ha venido después y que sería interminable relatar aquí, sólo queda felicitarnos por estos cincuenta años de ferviente y fructífera  actividad de esta comunidad alrededor de su Parroquia y desear que vengan muchos más bajo el amparo y la guía de Nuestro Señor.  

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