La Iglesia nueva: crónica de un afán (segunda parte)



 

    Después llegó don Alberto Pagonabarraga Gastelu-Urrutia, hombre de carácter fuerte y testarudo. Trabajó con ahínco fomentando el asociacionismo religioso, dándole un impulso renovado y definitivo a la Hermandad del Señor de la Vida, que hasta entonces languidecía en una deriva triste e incierta. Aquel cura recio, como buen chicarrón del norte,  se empleó  con el mismo ímpetu y pundonor con el que hubiera talado troncos, levantado piedras o tirado de bueyes. Bien conocido fue su celo por apartar a los feligreses del amancebamiento e inculcarles el respeto por las fiestas de guardar. Más de un joven de la villa se llevó una mascada a mano abierta de don Alberto, por no ir a misa un domingo. Cincuenta y tantos años después, todavía hay quien no ha olvidado aquella manaza abarcando toda la cara y aquel zumbido metido en los oídos todo un día.      
   

    Mientras, el destartalado templo se iba deteriorando año tras año sin que nadie le pusiera remedio, y cuando don Pedro Ortega Campos sustituyó al “Vasco” el 5 de agosto de 1962, su demolición parecía del todo irremediable. La construcción de una nueva Parroquia iba a marcar sin duda la estancia del reverendo Ortega Campos en Bélmez de la Moraleda.

     La mañana del 17 de agosto, don Pedro apenas llevaba unos días en su nueva parroquia. Salió del templo con determinación y se dirigió hacia el Ayuntamiento. Antes de que nadie lo  pudiera impedir, el alcalde Miguel Montabes se encontró con su rostro sonriente y decidido al otro lado de su mesa. 

-Alcalde, la iglesia se nos va a caer encima. Hay que echarla abajo.

    Montabes lo miró con gesto serio, mientras arqueaba exageradamente la ceja derecha, escrutando las facciones de aquella cara aún desconocida, pues sólo habían coincidido durante la ceremonia de toma de posesión. La mirada fija y penetrante del edil empezaba a incomodar al cura, hasta que por fin se dispuso a hablar.

-Echarla abajo y hacerla nueva, ¿no?...

    A partir de aquel momento entre ambos surgió una  fuerte e inequívoca conexión que les llevaría de puerta en puerta, de despacho en despacho y de obstáculo en obstáculo, hasta la construcción de una magnífica y moderna Parroquia, cuyo coste estimarían aquel día a groso modo en un millón y medio de pesetas.                 

    Don Pedro, aparte de persuasivo y machacón, era una persona muy meticulosa y ordenada, por lo que decidió  llevar  un diario pormenorizado de todas las peripecias que acontecieran durante el proyecto; las continuas visitas a personalidades e instituciones, la consigna de dotaciones y de donaciones, los plazos de la construcción del templo, además de los pormenores de su solemne inauguración.

   Durante el mes de septiembre, en sendas reuniones de la Comisión de Festejos, la descabellada idea del nuevo presbítero, aunque inmediatamente auspiciada y alentada por el alcalde presidente del Concejo, es discutida de manera acalorada, encontrando el eco favorable en todos sus miembros. Se aprobó el establecimiento del gravamen de todos los espectáculos previstos para las fiestas, lo que en términos contables se vino a traducir en la nada despreciable cantidad de 14.068 pesetas. Sólo era el comienzo.

    El 21 de aquel mismo mes, fueron recibidos en audiencia por el señor Obispo, quien se mostrará a favor con sus pretensiones, ofreciendo para la causa 25.000 pesetas. Además, les sugiere que recurran a la Dirección General de Servicios Técnicos, alegando el asalto y los desperfectos  sufridos por la Iglesia durante la guerra.

    En el programa de las fiestas, apareció un artículo de toma de conciencia con el que se pretendía provocar la conjura de todo el pueblo. El entusiasmo se extendió entre la población como una enfermedad contagiosa y así lo fue anotando el cura en su diario, vecino por vecino -enfermo por enfermo- sin perderse el apunte de ninguna aportación por muy humilde que ésta fuera: las inscripciones del tiro de pichón, las 100 pesetas que dio el ganador, la promesa de un regalo de entre 2.000 y 3.000 pesetas por un particular, las 500 de otro, las 50, las 25, las 5… hasta iniciativas como la de don Luis de Castro, propietario de la finca Los Alijares, que ofreció 10 céntimos por cada kilo de aceituna de su cosecha, dinero que adelantaría en un momento en el que urgió la liquidez. El 24 de noviembre, ante los razonamientos mitad elocuencia, mitad euforia del alcalde Montabes y del cura Ortega, el resto de cosecheros del pueblo aceptan gustosos esas mismas condiciones, a las que se unirían después otros notables propietarios, como don Diego Raya. Para que el compromiso adquirido por los olivareros fuera eficaz, los fabricantes recibieron carta circular para que retuvieran el importe acordado a cada uno de los particulares. Además, se pautaron visitas de control a los molinos por parte de la Guardia Civil.

    También por aquellos días hubo reunión con todos los establecimientos de bebidas, para comunicarles la entrada en vigor de un impuesto sobre el vino desde el primer día de enero. Tan sólo uno de los taberneros de la localidad está en disconformidad con la manera de recaudar su cuantía, pero la capacidad persuasiva de Don Pedro le hace entrar en razón, tras no pocas discusiones y quebraderos de cabeza.

    El 29 de noviembre el alcalde iba a ser recibido por el ministro de la Gobernación. En la sala de espera, Montabes rememoraba la conversación mantenida con don Camilo Alonso Vega hacía justo dos años, cuando se le entregó el título de Alcalde Honorario en Bélmez, distinción que se le hizo en agradecimiento por la celeridad en su actuación durante las inundaciones ocurridas en abril del 58, cuando varias casas de Las Cuevas se derrumbaron, dejando familias sin hogar y en la mayor indigencia. Entonces don Miguel aprovechó la ocasión para relatarle al ministro todas las carencias y necesidades de nuestro pueblo. De pronto, delante de la escalinata de la Iglesia, Alonso Vega lo interrumpió, y agarrándolo del brazo con firmeza se volvió hacia el templo y le dijo:  


-Pero también habrá que hacer una Iglesia digna.

    Cuando tras ser recibido telefoneó a Don Pedro, éste daba saltos de alegría.

-Don Camilo me ha dicho “que tuviéramos firmeza y seguridad de que en Bélmez de la Moraleda será un hecho la nueva Parroquia”.

    Sin embargo, el 3 de marzo de 1.963 se recibe en el Ayuntamiento  una desalentadora carta del ministro:

    Señor alcalde y cura párroco de Bélmez de la Moraleda. Mis queridos amigos. Acuso recibo de la suya del 16 de enero, en la que me ofrecían ustedes la Presidencia de Honor de la Comisión Pro-Construcción Nuevo Templo Parroquia. Con mucho gusto acepto tal Presidencia, pero no pueden ustedes dejar de estar informados de que las recientes inundaciones y demás catástrofes meteorológicas que sufrió nuestra Patria, muy intensamente en diversas regiones, van a dificultar considerablemente las aportaciones estatales a otros fines que no sean los que tiendan a aliviar los males producidos y reconstrucción de los elementos fundamentales y auxiliares de riego en las zonas que quedaron destrozados. El momento no es pues demasiado oportuno, pero todo se puede lograr con la ayuda de Dios, y si las llamadas a las puertas de quien puede, no son correspondidas con la apertura de éstas, se queda en turno para poder ser abiertas en la primera ocasión. Con mis deseos de la máxima eficacia en sus gestiones y la mayor fortuna para la misma saben es suyo bien amigo:  

                                                                                                               Camilo Alonso Vega

    Lejos de desmoralizarse, nuestros protagonistas tomaron nuevos bríos y continuaron en su empeño. De momento, presentando instancia al Director General de Arquitectura donde se razonaba la solicitud de ayuda económica. Cursan además en la misma fecha, una misiva a don Luis de Lamo Peris, en esos momentos Capitán General de Cataluña, además de socio capitalista del alcalde Montabes en la fábrica de conservas vegetales, que desde 1957 había venido a revitalizar la maltrecha economía de Bélmez. Presto, don Luis se pone manos a la obra para hacer valer su inestimable influencia.

    El día 10 de mayo se escritura ante el notario de Jódar la casa colindante adquirida para la ampliación de la Iglesia, aunque a don Pedro y a don Miguel le costó Dios y ayuda, o más bien la ayuda de Dios, para convencer de su venta a la dueña del inmueble. Y así, tras varias visitas y mejoras en el precio, se consiguieron los dos metros ochenta centímetros que se necesitaban agregar a la nueva Parroquia.

-Por tratarse de una cosa de Dios, lo haré. Dijo la señora.

-¡Que Dios se lo pague! Sentenciaron el alcalde y el párroco.

    Y nuestra pareja prosiguió inmune al desánimo. El 4 de julio son recibidos en Jaén por el Gobernador Civil, quien les ofrece una dotación de 200.000 pesetas, aunque para que dicha promesa no se la llevara el viento, Don Pedro se la iría recordando al señor Gobernador en repetidas visitas y llamadas telefónicas. Al final, quedaría reducida a 150.000 pesetas a entregar en dos fases. Por su parte, informado de los contratiempos económicos, el arquitecto López Rivera regaló los derechos del proyecto, mientras que don Miguel Montabes consignaría 100.000 pesetas a reportar por el Ayuntamiento.

    Tampoco se podía descuidar la ayuda divina, por lo que el 20 de julio, don Pedro invita a autoridades y jerarquías a que se unan a los feligreses para elevar preces ante la Patrona y el Señor de la Vida:

Oh Dios, que con piedras vivas y escogidas

Preparas a tu Majestad un templo

Para morar en él para siempre:

Dígnate auxiliar a tu pueblo suplicante,

Y al acrecentarse tu Iglesia en espacios materiales,

Se aplique con aumentos espirituales:

Por Jesucristo Nuestro Señor, Amén.

SEÑOR DE LA VIDA, DANOS UNA PARROQUIA NUEVA.

MADRE INMACULADA, RUEGA POR NUESTRA PARROQUIA.
 

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