Infierno de cobardes
El adjetivo latente tiene su
origen en el vocablo latino latens y
describe algo que está oculto y en apariencia inactivo, pero a la espera de
entrar en acción. Por poner un ejemplo, el grupo de Facebook de Bélmez de la
Moraleda tiene 2236 miembros a una hora incierta del 19 de julio de 2017, de
los cuales interactuamos regularmente unos 20, quizá 30 perfiles. Por el
contrario, más de 2200 permanecéis en estado latente.
Desde el punto de vista de la
física, “el calor puede definirse como
latente cuando se necesita y aplica en modificaciones de estado sin que ello
represente un aumento de la temperatura del cuerpo que lo recibe” (Julián
Pérez Porto y Ana Gardey. Definicion.de). Lo que extrapolado al “lugar de
encuentro entre paisanos y amigos de Bélmez”, nuestro muro permanece en
apariencia tranquilo la mayor parte del tiempo; opinamos y “posteamos” los mismos pesados de
siempre, interactuamos 6 o 7, la publicación en cuestión recibe 25 0 30 “megustas”
y el resto no lo ve, o si lo hace, lee y calla desde su latencia. Un ejemplo
real: mi entrada del 13 de julio De
nombre Bélmez y apellido Moraleda, obtuvo 47 “megustas” y 5 “meencantas”,
aunque lo leyeron, o al menos lo ojearon, 1456 miembros o no del grupo, sin que
con ello echara fuego el “face” o haya cambiado nada en mi vida –ya engordo yo
bastante de por mí, como para que también lo haga mi ego-.
Las redes sociales son tan
fascinantes como inquietantes, tan beneficiosas y adelantadas como ruines y
oscuras, tan cambiantes y hasta tan adictivas. Soy obviamente un incondicional
de ellas, me maravilla este mundo, pero siempre procuro respirar antes de
teclear, antes de dar un “intro”; de lo contrario, cuando me equivoco, me toca
rectificar y pido disculpas. Pero, aunque no lo creáis, la mayoría de las
ocasiones, aprieto los puños, abro los ojos como platos y observo.
Intenet es irreverente,
revolucionaria y está –de momento- lejos del alcance de cualquier poder, salvo
que estemos hablando de dictaduras tipo China o Corea del Norte. Pero sobre
todo, internet es democrática, por lo que todos pueden opinar, tengan o no razón,
lo hagan con más o menos acierto, faltando o no al respeto y a la gramática y a
la ortografía. Como alguien decía hace unos días, lo malo de las redes
sociales, es que las conversaciones de taberna han cogido un empaque de
oficialidad que resulta grosero, sobre todo cuando habla el borracho de la
esquina o el cuñado fanfarrón. Eso sí, la solución sigue siendo la misma: te
das la vuelta y no le haces ni caso, al menos por salud mental.
Pues como decía, estaba yo
estos días, como siempre, observando el latido poco cambiante de nuestra
página, cuando un movimiento inusual desde la sombra de la latencia llamó mi
atención. De pronto, miembros que llevaban meses, incluso años sin decir aquí
estoy yo, pasaban a la acción y hacían subir la temperatura del muro hasta la
incandescencia. El desencadenante, un enésimo apagón de luz, aunque imagino que
el que fuera en plena siesta del mes de julio arreó más broza a la lumbre.
El alcalde de Bélmez –que,
aunque alguien lo volvió a agregar hace unos días, es miembro de este grupo
desde 2013- entró en la discusión. Y lo dicho, las redes no tienen normas, cada
uno marca las suyas; unos se deciden por dar si han recibido, otros por atizar
a diestro y siniestro sin más, los más por callar…
Ayer, alguien –que está en su
perfecto derecho- según parece, harto de reivindicar o trasladar sus peticiones
por las vías convencionales, expresó su amarga queja en este muro. Yo no voy a
entrar en si tiene o no tiene razón, pues si algo hubiera querido opinar al
respecto lo habría hecho ya en la mencionada publicación. Pero sí me llamó la atención la comparación
que nuestro paisano hace de Bélmez y una
película de Clint Eastwood, High plains
drifter, titulada aquí Infierno de
cobardes, no porque me sienta aludido, aunque no deje de ocuparme ni
preocuparme, como todo lo que atañe al pueblo.
En el film, que dirige el
propio Eastwood, un forajido llega a un pueblo llamado Lago, donde nada más
descabalgar mata a tres individuos que le amenazan. Visto esto, las fuerzas
vivas del pueblo deciden contratarlo para defenderse de unos ex convictos que
habían jurado venganza. Mientras el
enigmático vengador va elaborando una concienzuda puesta en escena para
terminar con los desalmados bandidos, se van desentrañando los verdaderos
motivos que le mueven a tomar parte en ello. Así descubrimos cómo estos habían
matado a su hermano y anterior sheriff,
ante la abstención cobarde de todo el
pueblo. La película fue bastante controvertida en su tiempo: los nombres de los
directores de cine Sergio Leone, Don Siegel y Brian G. Hutton aparecen en las
lápidas del cementerio de Lago, nada más cepillarse a los tres del principio de
la peli, el protagonista comete una violación y se queda tan pancho –no creo
que Eastwood rodara de igual forma hoy día esta escena-, hasta John Wayne
protestó en una carta dirigida al director.
La película es digna de
estudio: un lugar desolado habitado por personas que parecen empeñarse en
comportarse de manera totalmente irracional –salvo que tienen miedo, claro-. Es
un western descarnado y brutal,
desprovisto de cualquier vestimenta que camufle la esencia del género, y aunque
el alumno quiera enterrar al maestro, el film es puro Leone, con un ángel
vengativo insólitamente terrenal, que diría Alberto Pezzota.
No veo yo a Bélmez de la
Moraleda como un infierno de cobardes. Cada cual tiene su calvario particular,
su historia por la que penar, pero también su instinto de supervivencia para
salir adelante antes de desesperarse sin remedio, como en este caso ha sido
plantear abiertamente el conflicto en el muro de nuestra página. Eso es
valiente más que desesperado y puede que hasta que le dé sus frutos a nuestro
paisano en particular. Por otra parte, esa misma supervivencia puede llevar a
quienes permanecen al margen, en su estado latente de ni sabe ni contesta, ni
chicha ni limoná, a ser cobardes o tal vez prudentes.
De lo que sí estoy seguro, es
que no hace falta que a Bélmez venga ningún vagabundo del altiplano que se
cobre venganza o resuelva injusticias a golpe de revólver y violación. Si
sabemos usar las armas que nos da la democracia, no solo para opinar, sino
también para reclamar lo que creemos justo, tendremos mucho andado. Una vez que
ya se ha conseguido llamar la atención, no creo que sea difícil encontrar una
solución razonada en el despacho de este alcalde. No en vano, está ahí porque
ganó unas elecciones, no porque lo nombraran a dedo los próceres del lugar.
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