Corazón de papel
Arriba, a la izquierda José Díaz Vargas, al lado Pedro Chamorro Díaz y el que está en cuclillas, Diego Ríos Ríos. La quinta del 75. |
Estos son los días del vértigo. Estos son los tiempos de la sobreinformación, del todo vale, del nada es verdad, de la plaza pública de la red convertida en escenario de linchamientos, de escarnios inquisitoriales, de juicios sumarísimos. Y uno, que ya tiene cierta edad y se ve cada día con menos fuerzas para no zozobrar entre la turbulencia del desencuentro, busca la paz sin desfallecer en mitad del saturado océano.
Así es como yo di con vosotros, como viniendo desde lejos, huyendo de los otros, me encontré a la vuelta de un clic con los míos. Y compartimos fotos, pensamientos, recuerdos, semblanzas. Nos identificamos los unos a los otros, nos adivinamos, nos descubrimos, nos dijimos lo que nunca habríamos pensado que seríamos capaces de decirnos cara a cara ¿o quizás sí?
Así fue como la mayoría de nosotros compartimos, identificamos, adivinamos y descubrimos a Diego con sus recuerdos en blanco y negro, con sus semblanzas de aquella Bélmez de los sesenta y setenta, con sus pensamientos llenos de amor y cariño por su pueblo, por sus orígenes, por sus amigos de la infancia y de la juventud.
Yo solo conocía de vista y de lejos al Diego Ríos de los setenta, cuando yo era un niño y él un joven barbudo a veces, bigotudo las más, cuya pasión por la música era evidente y le rebosaba por los cuatro costados. En este último año, este invento del demonio me ha permitido acercarme al Diego Ríos maduro que se agarraba fuertemente a sus convicciones políticas y a sus anhelos de moral, justicia social, humanidad en suma, para soportar el vértigo, la vorágine de estos tiempos nuevos, tiempos salvajes. Pero sobre todo se agarraba a su sueño, a su pasión, a su música. Como veis, muchos puntos en los que converger o divergir, pero sobre todo dialogar, conocer y respetar.
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