Por fin la lluvia



E
sta tarde habrá tormenta; de repente, un perfume mohoso ha venido a bailar con mi alma. En la plaza, un remolino de hojas y polvo se rebrinca a mi reja, mientras a lo lejos, una carraca de truenos anuncia tu inminencia.

Te estaba esperando, y me dejo hacer por eso, como si me hubieras sorprendido, como si ya no recordara aquel temblor de tu beso mojado y deshecho. La tierra agrietada demanda con fervor tu húmedo consuelo, pero apenas le alivia este baldeo de tejados, este leve espurreo por  las flores de mi macetero.  

Poco duró tu resuello, que casi ni nos dio el tufo fresco de tu hálito, pues todos los pájaros de Mágina se volvieron de nuevo hasta su álamo gordo y frondoso, hasta su árbol guarida, donde las gentes del pueblo cobijan cada día sus parlamentos sin hilo, sus conversaciones sin prisa.

Al poco, cuando aún no se han acomodado las últimas avecillas renegridas, el megáfono de un trueno los vuelve a espantar, y una lluvia de pequeñas cagadas lo enzanaga todo. “Que todavía no me he ido, que aún tenemos que conversar”, me dices, mientras te vas regresando, primero en un murmullo, que después se hace grave y grueso, repiqueteando en los cristales tu canción que anunciara lo bueno de nuevo.      
Lugar en Bélmez llamado "El Parlamento"

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