Tomasillo de Sarapio



S
i la vida y sus circunstancias me lo permiten, la noche del 19 de agosto, a las once y media aproximadamente, servidor dirige su trasero hasta el Parque del Nacimiento para escuchar el pregón de fiestas. Desde aquí quiero reivindicar este acto, pues sea más o menos del agrado de cada cual el pregonero, el momento nos suele abrir delante mismo del Pozo de la Moraleda una puerta perdida del Ministerio del Tiempo por la que viajamos por la historia de Bélmez y  por la intrahistoria de cada uno de nosotros. Insisto, altamente recomendable para quienes gustan dejarse emocionar con el recuerdo y matricularse año tras año en Ciencias de la Vida, ya sea en un curso puente o en un posgrado –absténganse quienes busquen cursillos acelerados-.

Particularmente, mi relación con el pregonero de este año, Tomás Martín Fuentes, ha pasado por mejores tiempos, de ahí que este ejercicio de regresión sobre su vida que nos hizo desde el escenario de la verbena, sirvió también para recordar, por así decirlo, mi relación con Tomasillo Sarapio.

Tomás Martín Fuentes, pregonero 2017
Oír a Tomás hablando de aquellos juegos infantiles como ramalico caliente, el pañuelo, piola, zurreón… nos llevó anoche hasta la infancia a los de noventa, ochenta, setenta, sesenta, cincuenta, cuarenta y hasta algunos de treinta años, pero lo que a mí en particular me llevó de nuevo a mis conversaciones, anécdotas, vivencias particulares con Tomasillo Sarapio, fue su manera de decirlo, su entonación, su acento, su mirada por encima de las gafas al silabear esas palabras tan moraleas –esjarro, aivó, chá-, ahí de puntillas ante el atril, para que pudiéramos verle mover socarronamente ese cuerpo jota que Dios le ha dado y divisar su cabeza plateada desde cualquier ángulo del Parque. Ese niño grande de anoche es el Tomás que ha pertenecido a las juntas de varias generaciones de moraleos y las que le queden.

Y me vi de nuevo allí a su lado, como ya no recordaba, siendo tan chirguetero como él: bailando detrás de la banda en la diana, de soldado raso cristiano detrás de su Infante –que también hacía sus piruetas para bajarse del caballo como el que más-, jaleando como un loco un quiebro suyo por la banda –porque aunque él sea del Baça hasta la médula, su juego tenía ese corazón y esa garra que le ponía Juanito a lo del balón y a lo de la vida-.

Pero Tomás, lo que ya no recuerdo es porqué nos distanciamos, porqué algunas veces nos evitamos. Ni tampoco creo que sea importante ahora; nos pasa con mucha gente a ti, a mí y a todos. Lo que importa ahora y me ha hecho levantarme temprano tras el trasnoche, es la puerta del tiempo que para el susodicho Ministerio encontraste en tu pregón: la puerta de nuestro reencuentro. Gracias Tomás por recordarme nuestros momentos, por esjarnatarte vivo, porque así eres tú, puro corazón para lo malo… y para lo bueno, por supuesto.
 
Isabel y Tomás, compañeros de Comunión
Solo por ponerte un pero, como el aprendiz de historiador que soy, me hubiera gustado que hubieses hablado también de cómo aquel muchacho llamado Serapio, oriundo de una familia castellana, concretamente de Ávila, terminó enamorándose y después casándose con la Ramona de Seisdeos. Pero seguro que me lo terminarás contando, pues no se me ocurre mejor excusa para que tú y yo nos hablemos de nuevo.    

Comentarios

  1. Felicidades a los dos a ti Juan por hacerlo extensible y darlo a conocer a los que no tuvimos la suerte de estar alli y como no a Tomas que seguro puso su corazon. Un fuerte abrazo, Manolo Alameda

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    1. Gracias Manolo, se os echa de menos en días como estos. No dejéis un año más sin venir, familia. Un fuerte abrazo también para ti.

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