Una mosca de pueblo
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ecuerda cuando eras una mosca
de pueblo, una mosca grande y negra con reflejos verdosos, merodeando el culo y
los ojos de los mulos, las pupas y las ronchas de los niños y los moños y los lutos de las viejas. Una mosca fastidio acampada en el pan
con aceite y azúcar, una mosca incordio, que reincidente zumbaba de mi mano a su
espalda y de su nariz a mi pie, impidiendo una vez y otra aquella siesta que,
bajo llave, la abuela nos obligaba a cumplir.
Y revives aquellas imágenes en
las incontables celdas de tus ojos, cuando, aprovechando las picaduras de los
pájaros, succionabas golosa una cereza, una breva, una pera sanjuanera…y luego
los higos, y para otoño las uvas y hasta un caqui palosanto, por los Santos. Pero
también te frotabas tu boca con las patas, distraída y ufana sobre una plasta hedionda y
caliente, recién amasada en los cuatro estómagos de una vaca. O te pasabas las
horas muertas golpeando tu cabeza contra el cristal de la alacena donde mi
madre ponía los alfajores, los mantecaos
pobres, las tortas de chicharrones…
Sé que lo añoras, como a veces
yo también añoro tus bocados, tu lata, tu joroba en mi cuerpo desnudo, solazado
contra el suyo en aquellas noches de alberca, o de pajar, o retozando en la
cuadra. Noches con la banda sonora de tu zurreón
-de tu connatural mosqueo de mosca- apagando
los susurros, amortiguando los roces, silenciando los besos.
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